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Life
De cuando a la gente le importaba lo que pensábamos, nos compartían canciones y nos felicitaban religiosamente el cumpleaños
02 Diciembre 2019 18:18
Me duele el dedo de tanto hacer scroll. También me siento un poco aturdida. Retroceder hasta el inicio de Facebook ha sido lo mas parecido a viajar al pasado que he experimentado nunca, además de cuando duermo en casa de mis padres por navidad. Los pósteres, los discos o los libros de mi habitación de adolescente siguen intactos, probablemente en la misma posición que los dejé antes de irme. Exactamente igual que las fotos, los comentarios o los estados de mi muro. Diez años, tres novios y 1.529 grupos de fans después, esto es lo que he redescubierto de la red social donde empezó absolutamente todo.
Lo nuevo siempre me ha creado cierto recelo. Si la cosa funciona, ¿por qué cambiarla? Con esta actitud pusilánime he reaccionado a casi todos los inicios de mi vida y el nacimiento de Facebook no podía ser menos. Darle la espalda, negar su existencia, autoconvencerme de que Fotolog no moriría nunca. Eso es lo que hice, y como de costumbre, me equivoqué. Por suerte una colega del instituto me creó el perfil, el cual ignoré durante un tiempo. Hasta que no pude resistirme al progreso. Este fue el primer estado de mi vida, el cual denota una absoluta desconexión con el medio:
Todavía no lo sabíamos, pero las redes sociales habían llegado para quedarse, además de para transformarlo absolutamente todo. Nadie podía ni imaginarse la influencia que estas desconocidas plataformas acabarían produciendo en nuestra sociedad. Aunque parezca imposible, en ese momento, Facebook no era más que un juego para nosotros. Eso sí, un juego en el que, durante un tiempo, fuimos mucho mejores que ahora.
Hablo en serio. En 2009, a la gente le importabas. Te felicitaban religiosamente el cumpleaños, te compartían canciones en el muro, te enviaban eventos a los que acudir o simplemente les preocupaba cómo estabas. Whatsapp acababa de nacer, pero para la mayoría, tener datos contratados en el móvil todavía era cosa de brujería. De modo que solíamos charlar amigablemente en nuestro muro, con un punto de ingenuidad, sin preocuparnos absolutamente nada sobre nuestra privacidad.
Nunca antes una red social había sido tan social. En Facebook llegamos a crear nuestra propia comunidad, un espacio donde sentirnos realmente cómodos. Nadie seguía a nadie, todos éramos amigos. Incluso convertimos a algunos de ellos en nuestros abuelos, hermanos o cuñados en un arrebato de amor incondicional. Por aquel entonces nos quejábamos de que en Facebook todo el mundo fingía ser feliz sin serlo, pero en serio, eso era porque todavía no habíamos conocido Instagram.
En Facebook no había filtros. Solo álbumes para cualquier acontecimiento que se prestara y muchas fotos espontáneas en las que te etiquetaban a traición cuando estabas borracha. Además, por aquel entonces, a la gente parecía importarle lo que pensabas, o cómo te sentías, o qué música escuchabas. De hecho, nuestra propia página nos lo preguntaba a diario. No contestar habría sido una completa desfachatez. Algo que solo en 2019 seríamos capaces de hacer sin ningún tipo de remordimiento.
Pero por encima de todo, en los inicios de Facebook, había mucho sentido del humor. Era la época dorada de acumular páginas por puro divertimento. De ser fan de hacerse fan y de los míticos grupos de señoras que. Con el tiempo, de ser fans, las cosas simplemente, pasaron a gustarnos. Lo cual redujo considerablemente la intensidad y espontaneidad con la que nacieron estas páginas. Y de repente, todo se volvió más gris, y más aburrido.
Con el tiempo llegaron los influencers y, con ellos, nuestra autenticidad disminuyó progresivamente. De repente nos importaba más salir guapos en las fotos que compartir canciones en nuestro muro. Preferíamos tener seguidores que amigos. Hacer monólogos antes que generar conversaciones. Nos hicimos recelosos, ya no le importaba a nadie lo que pensábamos y, por supuesto, ninguno de nuestros amigos se acordaba de felicitarnos los cumpleaños.
La era de la autenticidad había terminando. Nunca más volveremos a ser tan inexpertos, ni tan ingenuos, ni tan naturales como lo fuimos en los inicios de Facebook. ¿Cuándo más, sino, iba a ser capaz de compartir una foto de mi uña después de pillarme el dedo con una puerta de hierro? Probablemente nunca, aunque la verdad es que tampoco hacía ninguna falta.
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