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Contra el pensamiento crítico

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Contra el pensamiento crítico

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/OPINIÓN/ “El pensamiento crítico no es nada más que eso: una idea tranquilizadora, un pin que nos podemos colgar y que, por supuesto, confiere cierta distinción”. #ContraTodo

La etiqueta de "pensamiento crítico" es un chicle del que hemos tirado y tirado hasta convertirlo en una expresión informe, y por lo tanto inútil, que designa tanto una cosa como la contraria.

Para verlo, basta con comparar la reciente defensa de una asignatura de pensamiento crítico en las escuelas que se publicó en "Zona Crítica", de el diario, o la publicación de El libro blanco de los empresarios españoles. La educación importa, editado por la CEOE y centrado en la necesidad de desarrollar el pensamiento crítico como competencia. En ambos casos, se presenta como un instrumento intelectual que nos permitiría tomar distancia frente a la inmediatez irreflexiva para discriminar entre lo verdadero y lo falso. Lo imaginamos como una especie de control policial bien organizado, con estrictas políticas de aduana que impiden la entrada de prejuicios, manipulaciones e ingenuidades. Su objetivo, por lo tanto, sería evitar el contrabando ideológico, ya sea en forma de "posverdad", "falsa conciencia" o "adoctrinamiento": la duda fiscaliza el presente y la razón ejerce como tribunal.

El pensamiento crítico es un 'no te creas lo que dicen en la tele', un sello de calidad que garantiza que el nuestro es un saber objetivo, imparcial y riguroso, obtenido a base de análisis perspicaz y exigencia.

En la práctica, sin embargo, el pensamiento crítico funciona como un esquema maniqueo, ridículamente simple, que divide nuestro conocimiento del mundo entre representaciones correctas y representaciones incorrectas. Es un "no te creas lo que dicen en la tele", un sello de calidad que garantiza que el nuestro es un saber objetivo, imparcial y riguroso, obtenido a base de análisis perspicaz y exigencia, mientras que el de los demás nace de la ingenuidad, la superstición o credulidad. Nada más que eso: una idea tranquilizadora, un pin que nos podemos colgar y que, por supuesto, confiere cierta distinción.

Hemos asumido que la actitud crítica implica estar sentados frente al mundo, solos e introspectivos, como la estatua de Rodin, examinando la realidad desde fuera. Pero este modelo de racionalidad fiscalizadora es una ficción. Productiva, interesante y, a veces, quizá, incluso deseable. Pero una ficción. La racionalidad crítica difícilmente puede adoptar la forma de tribunal abstracto y desligado del mundo, capaz de dudar desde el "no-lugar" de la verdad. Siempre pensamos en contexto, con nuestros prejuicios, con nuestros cuerpos y desde nuestros afectos. La parcialidad, la impureza, o la adulteración no son defectos del pensamiento, sino su realidad más íntima.

Quizá la única forma razonable de pensamiento crítico sería aquella que nos devolviera una imagen más compleja y confusa del mundo.

Esto no supone abrazar el relativismo o el contextualismo, ni afirmar que no podemos escapar a nuestros sesgos más obvios, sino simplemente abandonar una imagen estática del pensamiento crítico como una competencia o habilidad que podemos desarrollar individualmente y al margen de todo condicionamiento.

Estar contra el pensamiento crítico, entonces, no sólo es estar contra la etiqueta, sino contra el mecanismo ramplón que lo reduce a un "prejuicio contra los prejuicios". Es estar contra la vanidad de un pensamiento que se cree radicalmente autárquico; contra la ficción de una duda metódica que pueda penetrar hasta las profundidades de lo verdadero; contra la polarización radical entre evidencia y superstición, ciencia e ideología, razón y tradición; contra la atomización de la crítica en competencias personales; contra una visión esquemática del pensamiento que lo vacía de relaciones, cuerpos, emociones, pasado y formas de dominación.

Quizá la única forma razonable de pensamiento crítico sería aquella que nos devolviera una imagen más compleja y confusa del mundo, una facultad absolutamente improductiva que en vez de reforzar las fronteras de la razón y la verdad nos ayudara a dinamitarlas. Pero esto neutralizaría la única función que tiene el pensamiento crítico hoy en día: la de simplificar las discusiones y premiar ciertas ideas como "profundas", "analíticas" y "valientes".

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