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Lo que Jesús verdaderamente pensaba a propósito de las mujeres

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¿Qué pensaba de la prostitución, el estigma que suponía la menstruación o la división sexual del trabajo?

Eudald Espluga

15 Marzo 2018 13:17

“Mujer, ¿por qué lloras?”. Son las primeras palabras que Jesús le dijo a María Magdalena tras la resurrección. Esta acababa de descubrir con espanto la desaparición del sepulcro y, creyendo que alguien se lo había llevado, lloraba desconsoladamente. A su espalda, sin revelarle el milagro y sabiendo que María lo tomaba por un pastor, Jesús seguía insistiendo. “Mujer, ¿por qué lloras? ¿a quién buscas?”.

A juzgar por esta escena, retratada en el evangelio de Juan, podríamos pensar que Jesús se comportaba con las mujeres como el típico graciosillo, aprovechándose no sólo de la discriminación radical que sufrían las mujeres de su tiempo, sino también de su privilegio divino. Sin embargo, el libro que ha escrito Enzo Bianchi, Jesús y las mujeres (Lumen), sostiene la tesis contraria: que la actitud del Cristo frente a las mujeres fue insólita y transgresora.

María Magdalena —protagonista de la película homónima que se estrena esta semana— es de los pocos personajes femeninos que tienen relevancia en las escrituras. Como explica Bianchi, hasta ahora no se había discutido bien la relación de Jesús con las mujeres porque el papel de estas siempre fue silenciado por los evangelistas. “Es necesario que nosotros, lectores de las fuentes, no deduzcamos la ausencia de las mujeres cuando no se las menciona, ni demos por seguro su silencio cuando no se recuerdan sus palabras. Dada su irrelevancia social y religiosa, las mujeres eran ignoradas en la tradición oral y escrita, confiadas siempre a los hombres, que se consideraban los únicos intérpretes autorizados de los hechos y de la historia”.

('María Magdalena' / Garth Davis)


Recuperar estas voces es lo que hace Bianchi en un estudio cruzado de los evangelios sinópticos, así como en el evangelio de Juan y en los apócrifos. Recopilamos aquí algunas de las anécdotas que dan cuenta de esta actitud transgresora, que no sólo suponía una novedad en su tiempo sino que sería enterrada otra vez por la tradición:

1. Aceptó tener discípulas en contra de las leyes religiosas

En la Bíblia, salvo a María Magdalena, apenas se nombra a las mujeres que seguían al mesías en su viaje. Los evangelistas sólo dan cuenta de ellas cuando es absolutamente necesario para relatar los hechos. Además, en ningún momento se les aplica el término "discípula". Pero como explica Bianchi, sí hay pruebas de que Jesús las trató como tales. Investigadores como John P. Meier y Giuseppe Barbaglio han estudiado el "escándalo" que supuso el hecho de que en su círculo más íntimo hubiera mujeres. Haciéndolo rompía con las leyes religiosas: para la tradición judía, "era inaudito que las mujeres siguieran a un rabino, a un maestro [...] Era improcedente y vergonzoso que un rabino enseñase a las mujeres cosas de Dios".

2. Rompió con los prejuicios judíos sobre la menstruación

En la Torá hay multitud de advertencias contra el "flujo de sangre impuro", que corrompe y ensucia a la mujer: "cuando la mujer tenga la menstruación permanecerá impura siete días y quien la toque será impuro hasta la tarda. El lecho en el que ella duerme mientras dura su impureza y los muebles en los que se siente durante la menstruación serán impuros. [...] Si una mujer tiene flujo de sangre por muchos días fuera del tiempo de su regla, o su regla se prolonga más días de lo habitual, será impura todo el tiempo que dure el flujo de su impureza, como en el tiempo de su menstruación". El Talmud, por su parte, advierte de los peligros de relacionarse con mujeres impuras: "cuando una mujer que menstrua pasa entre dos hombres, si es al comienzo del ciclo mata uno, si es al final provocará un conflicto entre ellos. [...] Si una mujer tiene un flujo de sangre irregular, su marido debe repudiarla y no tomarla nunca más".

Es a la luz de estos estigmas que Bianchi destaca la importancia del pasaje en el que Jesús interviene para sanar a una mujer que padecía "flujo de sangre irregular" que "había sufrido mucho por causa de muchos médicos", puesto que llevaba 12 años sufriendo de terribles dolores menstruales y de los agresivos tratamientos a los que era sometida.

('María Magdalena' / Garth Davis)


3. Reconocía la autoridad pública de las mujeres

En todos los evangelios se narra el encuentro de Jesús con una "mujer extranjera", que le sale al paso y le pide en público que libre a su hija del demonio que lo tiene poseída. "Es una petición que expresa el sufrimiento y la impotencia de esta madre frente a la vida de su hijita", explica Bianchi, "amenazada por la acción del demonio, que se manifiesta también a través de la enfermedad mental". El Mesías, sin embargo, se muestra reticente. En ese momento su fama es ya muy elevada, y quien se lo pide es una mujer pagana: "no es hija de Israel ni por origen ni por cultura". Por ello, Jesús le contesta con una parábola nacionalista, el primero-los-de-casa de su tiempo: "deja que primero se sacien los hijos [los hijos de Israel], porque no está bien tomar el pan de los hijos para echárselo a los perrillos [los paganos, "perros" era el término despectivo para referirse a los gentiles]".

Sin embargo, la mujer extranjera le replica: "es verdad, Señor, pero los perrillos, debajo de la mesa, comen de las migajas de los hijos". Al apropiarse de la lógica argumentativa de Jesús, consigue hacerle cambiar de opinión, y marcar de forma determinante el sentido de la misión del hijo de Dios: obliga a modificar los límites de la economía de la salvación, puesto que Jesús no pensaba predicar a paganos ni proporcionarles cuidado ni curación. Pero la extranjera ha torcido su voluntad en discusión pública: "por esta palabra tuya dicha con inteligencia y parrhesía, con la libertad de quien siente que puede decir la verdad, el demonio ha sido vencido y tu hija liberada del mal".

4. No es hipócrita en su aproximación al trabajo sexual

El Mesías se encuentra en casa de Simón, un fariseo que lo ha invitado a comer, cuando una "pecadora anónima" entra en la estancia, le limpia los pies y se los unge con perfume. No es un gesto cualquiera, sino un ritual propio de su profesión: esta "pecadora anónima" es una prostituta. Todo el mundo se estremece y hace aspavientos, conmocionados por ver al Salvador junto a una "viciosa". Sin embargo, Jesús no rehuye su compañía y, ante los comentarios ofensivos de los demás comensales, les reprocha que en aquello que ella ha podido elegir —ha decidido desafiar las leyes para honrarle— se ha comportado mucho mejor que ellos. Bianchi explica que esta referencia a la libertad de elección es una denuncia contra la hipocresía de aquellos que llamaban "pecadora" a la mujer anónima, porque la prostitución era un oficio que "en tiempos de Jesús en Palestina no se elegía, sino que a él se destinaban desde pequeñas las niñas abandonadas por los padres o compradas como esclavas. Sí, esta es ante todo una pobre mujer, víctima del abandono o del dominio de los hombres, destinada a la prostitución por otros".

('María Magdalena' / Garth Davis)


5. Quiso romper con la división sexual del trabajo

Aunque la escena no permite presentar a Jesús como un defensor de la ética de los cuidados, Bianchi se detiene en la visita a la casa de las hermanas Marta y María, en Betania. Un pasaje bíblico que tradicionalmente se ha utilizado para defender la división entre un espacio público masculino y un espacio privado femenino, puesto que Marta se lamenta ante Jesús que su hermana María se dedique a la vida activa, al estudio y se comporte como una discípula, en vez de dedicarse al trajín del hogar.

Sin embargo, Jesús le reprocha sus palabras, y niega la oposición entre ambos mundos. Le dice a Marta que nadie debería renunciar a la vida contemplativa, aunque todos debamos consagrarnos al cuidado del otro. En palabras de Bianchi: "oposición inaceptable, porque todo bautizado debe tener cuidado del otro, hermano o hermana, debe servirlo sin olvidar por ello la escucha de la Palabra. Escucha y servicio están ambos en el espacio del amor al Señor: aislados o contrapuestos no generan vida cristiana, sino ¡vida privilegiada o alienada!".



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