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Recrearse en la violencia contra las mujeres, ¿es feminista?

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Tras el éxito de 'El cuento de la criada', las fantasías violentas contra las mujeres se han convertido en un fenómeno de masas. Pero la última obra de Margaret Atwood nos invita a cuestionar su valor político

Eudald Espluga

25 Mayo 2018 16:07

La segunda temporada de El cuento de la criada está siendo especialmente cruel. El universo que Margaret Atwood imaginó en su novela proponía una perversidad estructural que la serie de Hulu supo trasladar muy bien a la televisión. La violencia física y sexual era casi innecesaria: nos bastaba con un rostro, con la opresión ambiental, con aquello que no veíamos pero sabíamos que estaba pasando. La elipsis resultaba mucho más inquietante que la exhibición pornográfica de la carne desgarrada.

¿Ha caído la serie en la seducción de lo explícito? Sería una explicación plausible, especialmente si tenemos en cuenta que a partir de esta segunda temporada los creadores estaban obligados a proponer un desarrollo inédito en la obra de Atwood: en vez de arriesgar con ideas esencialmente nuevas, habrían radicalizado la premisa. Sin embargo, lo cierto es que este giro no ha sido una particularidad de la serie. La explosión televisiva de El cuento de la criada trajo consigo una fascinación por aquellas distopías feministas que exhibían sin miedo la violencia contra las mujeres y se recreaban en sus detalles más sórdidos: podemos pensar en obras como En estado salvaje, de Charlotte Wood (Lumen); The power, de Naomi Alderman (Roca editorial) o El libro de Joan, de Lidia Yuknavitch (Alpha Decay).

En principio, este fenómeno cultural puede entenderse como una forma de visibilizar un problema estructural, y de hacerlo a lo grande. El feminismo, como todos los movimientos sociales, tiene por objetivo despertar consciencias: que las mujeres puedan compartir sus experiencias y afirmar la naturaleza del problema. Pero como reflexionaba Sarah Ditum en una columna para The Guardian, aunque este boom de distopías feministas parece coincidir perfectamente con lo que busca el movimiento, lo cierto es que puede ser paralizante: "concienciar es el primer paso, y sólo es significativo cuando sirve como base para una acción coordinada".

Por esto, sorprende que frente al sadismo exacerbado de El cuento de la criada, la última obra de Margaret Atwood que acaba de traducirse al castellano sea exactamente lo contrario: Angel Catbird (Sexto Piso) es un cómic acerca de superhéroes cuyo mensaje ecologista se construye mediante una estrategia mucho más naif y amable.

(Imagen de 'Angel Catbird', de Margaret Atwood, Johnnie Christmas y Tamra Bonvillain)

A sus 76 años, y con la explosión de la serie en marcha, Atwood decidió lanzarse al mundo del cómic. "¿Por qué una venerable dama literaria como yo —una anciana dama galardonada con premios literarios, una agradable dama que debería descansar en sus laureles y en su mecedora, digna y emblemática—, por qué esa venerable dama literaria se pone a tontear con un superhéroe gato-búho volador y clubes nocturnos para felinos, por no mencionar hombres-rata gigantes? Extraño". La canadiense bromeaba sobre su traslado al mundo del underground, escribiendo viñetas de estética pulp sobre un héroe improbable. Pero quizá más reseñable era el uso que tan diferente que había decidido darle a la fantasía.

Lejos del impacto frontal del universo de Gilead, que nos devuelve una fotografía espantosa de nuestro presente, en Angel Catbird encontramos una historia inofensiva sobre el choque entre el mundo humano y el animal, en la que Atwood aprovecha incluso los márgenes del libro para lanzar sus mensajes políticos. En algunas páginas, debajo de las viñetas, descubrimos pequeñas informaciones prácticas sobre pájaros y felinos, con una referencia a la web de Cats&Birds, una plataforma dedicada a salvar las vidas de estos animales. Es una estrategia publicitaria obvia y quizá ineficiente. Pero la voluntad explícita de Angel Catbird es organizar la lucha ecologista desde una perspectiva muy humilde, invitando a realizar ese primero pequeño gesto para intentar cambiar las cosas.

Como activismo político, ¿es mejor disparar spam emocional con tiernas historias sobre gatos o construir un relato sobrecogedor y violento? ¿qué nos moviliza más a la acción? ¿qué tendrá mayor efecto a largo plazo? Probablemente Margaret Atwood tampoco tiene la respuesta: por esto nos ha ofrecido ambas posibilidades.

 




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