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'The New Analog': cómo reivindicar el (ruido) analógico sin caer en la nostalgia

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Damon Krukowski de Galaxie 500 reflexiona no sobre todo lo que hemos perdido en el paso del analógico al digital, sino sobre aquello que merece la pena recuperar

víctor parkas

27 Octubre 2017 13:04

En Here Today de Beach Boys, el “she made my days go wrong” de Mike Love es señal. Información que debía plasmarse –y se plasmó– en la cinta de grabación: si tecleas en un buscador su título, acompañado de la palabra “letra”, encontrarás ahí el verso, embutido entre un “she made my heart feel sad” y un “and made my nights so long”.

El objeto metálico que cae tras el “she” de Love es, por el contrario, ruido. “El ruido, para un ingeniero de sistemas electrónicos, es cualquier cosa que no sea señal”, escribe Damon Krukowski en las primeras páginas de su ensayo. “Una vez se tiene una definición de señal, el entorno digital puede filtrar el ruido”, continúa, “sin embargo, gracias a lo que conozco de primera mano por trabajar con sonido y con música, el ruido comunica tanto como la señal”.

The New Analog no es lo que parece: el ensayo, recién publicado por Alpha Decay, está lejos del panfleto neo-ludita, y tampoco utiliza la nostalgia como cobertura ideológica en defensa de los good old days. No hay parrafadas dickensianas sobre la belleza de rebuscar discos de vinilo en cubetas de saldo, ni sobre el infierno blanco que supone escuchar el Abbey Road en MP3. La añoranza acrítica, como dice Krukowski en su libro, puede llevarnos “a una conservación al por mayor tanto de los bueno como de lo malo”.

¿Qué propone The New Analog en su lugar? Localizar y aislar, en plena era digital, los aspectos del mundo analógico que sí merecen ser reivindicados.

Damon Krukowski, además de formar parte de grupos como Galaxie 500 o Damon & Naomi, afiló pluma y discurso en cabeceras como Pitchfork, dónde ya esbozó las ideas que ahora explora a fondo en The New Analog: los orígenes y las connotaciones clasistas del sonido estéreo; la necesidad del ruido para calibrar la distancia que nos separa del otro; también, el revisionismo de los servicios de streaming a la hora de determinar qué es señal y qué no.

Krukowski, en su ensayo, es capaz de encontrar tangentes entre la butaca de María Teresa de Austria en la Scala de Milán, su yo adolescente escuchando (con cascos) el The Dark Side of The Moon, y nosotros, viajando en metro, auriculares en las orejas. “A pesar del gentío del metro que nos rodea, puede que cada uno esté cerca o más cerca de algún sitio o de alguien que no está allí”.

“Es decir”, determina el músico, “ocupamos el espacio simultáneamente, pero no juntos”.

Lo digital no mató los siete pulgadas: mató la experiencia común; convirtió en ruido todo aquello que se salía de los márgenes de nuestro smartphone. Por eso nos perdemos –y nos golpeamos contra farolas– cuando avanzamos por la calle con la nariz pegada a Google Maps para encontrar una dirección concreta. The New Analog, simplemente, señala los potenciales de avanzar con la cabeza levantada; de no dejar de prestar atención, en definitiva, al ruido.

The New Analog también pone en perspectiva el digital y su nada-épica-irrupción en el mercado desde la óptica del músico. “Aunque nos angustiamos para pulir cada detalle de nuestro primer elepé”, escribe Krukowski recordando su etapa en Galaxie 500, “el CD nos lo tomamos un poco a risa”. En sus propias palabras, obraron del mismo modo que “aquellas estrellas hollywoodienses que protegían su imagen con uñas y dientes en los medios estadounidenses, pero consentían hacer anuncios vergonzosos en Japón”.

El tiempo, que ha acabado rebautizando al CD como posavasos, daría a Galaxie 500 la razón. También lo harían las plataformas peer-to-peer de intercambio de archivos, cuyo cisma industrial el autor compara con el que se vivió tras la llegada de la pianola casera –este artefacto eliminó la necesidad de partituras impresas, iniciando un conflicto idéntico al que, cien años después, entablarían las grandes discográficas contra Napster.

Y, aunque Napster perdió, no lo hizo la primacía tecnológica: Krukowski nos recuerda como iTunes no hizo otra cosa que adoptar su fórmula, etiquetando canción por canción con el precio que consideró oportuno. ¿Qué hay de Spotify? Determinó, y no solo en lo referente al sonido, lo que era señal –título, artista, portada– y lo que era ruido –créditos, biografía, letras. En Spotify, incluso la versión original de un disco puede ser juzgada íntegramente de ruido, ocultada para siempre, y reemplazada por una nueva. The Life of Pablo es una muestra.

“Para filtrar el ruido es necesario definir lo que es señal”, reflexiona Krukowski. “De quién es esta definición, qué señal se aísla y qué ruido se filtra no son cuestiones técnicas”.

Según The New Analog, son políticas.

The New Analog también abunda en el factor humano del conflicto analógico-digital, extendiéndose más allá de las cuestiones estrictamente musicales. En el ensayo de Krukowski, tiene tanto valor el Revolver de los Beatles como la llamada telefónica a un ser querido –en ésta última, sin las impurezas analógicas de antaño, aquéllas que subrayaban la distancia y los datos anímico-guturales del interlocutor, se nos está escamoteando información que afecta a lo comunicativo.

La palabra clave aquí es información. El crepitar de un vinilo al dar vueltas en el tocadiscos no es un abalorio sonoro-vintage: cada ralladura y cada salto de aguja te confiesan cuántas veces y con qué ahínco se ha reproducido antes ese álbum, su antigüedad, todos y cada uno de los escollos que éste ha pasado para terminar en tus manos y, de ellas, a girar en el plato de tu equipo. ¿La escucha reiterada de Saint Pablo en Tidal? También genera información, solo que tú ni la controlas ni percibes emolumentos económicos por ella.

Como decíamos al principio, en Here Today de Beach Boys, el “she made my days go wrong” de Mike Love es señal, pero eso es irrelevante. El foco de The New Analog al hablar de este clásico pasa por lo personal –que, como proclamaba el feminismo que le fue contemporáneo, también es político. ¿Qué tiene de personal Pet Sounds? Su grabación en mono es circunstancial a la sordera de un oído de Brian Wilson. ¿Qué tiene de político? El sonido mono hace que no exista posición logística perfecta para escucharlo. Todas lo son; está pensado, nos recuerda Krukowski, para compartirse.

En la era del ostracismo digital, son ese tipo de subversiones las que se antojan más necesarias que nunca.

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