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Apología de José María Aznar, el supervillano necesario

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Titiritero, guerrero, sabio y redentor: ¿por qué el ex presidente resulta tan novelesco? Aprovechamos su retorno a la actualidad política para repasar algunos de los motivos que explicarían la épica maligna de José María Aznar

Eudald Espluga

07 Junio 2018 06:00

Traje negro. Espada láser doble. Pinchos en la cabeza. La cara roja y negra, tatuada con marcas tribales. Capucha oscura, capa y un frondoso bigote, pero perfectamente recortado. Un solo grito: "Pujol, enano, habla en castellano".

Así era Darth Aznar, el protagonista de Parliamentary Assembly Wars: el retorno de Darth Aznar, las tiras cómicas que dibujé en 1999, cuando tenía ocho años. Era una asociación infantil, evidente, que venía canalizada por la cultura popular. Jordi Pujol llevaba años siendo caricaturizado como Yoda, y —fuera yo consciente de ello o no— al propio Aznar se le había presentado como Darth Maul en la portada de El Jueves y como Darth Vader en un cartel electoral de las JERC: "Después de años de corrupción GALáctica... El imPPerio contraataca".

Hoy, basta con googlear "aznar darth vader" para descubrir las innumerables veces que se ha hecho esta misma asociación: en ilustraciones cómicas, televisión, memes, portadas de revista, muñecos, clips electorales y hasta anuncios. Además, en una búsqueda rápida podemos encontrarlo vestido de Superman, Terminator, Batman o Lobezno. También como héroe de películas de acción, capataz nazi o como guerrero medieval, asociación que facilitó él mismo al dejarse fotografiar disfrazado de Cid Campeador.

Que en 1999 el carácter novelesco de la figura de Aznar fuese evidente hasta para un niño de ocho años debería hacernos reflexionar. ¿Qué tiene este señor de intrínsecamente legendario y grandioso? ¿Por qué se ajusta tan bien al perfil de villano?

No sorprende, entonces, que su retorno a la primera línea de la política para "reconstruir el centro-derecha español" haya sido leído en estos mismos términos épicos. Es un argumento cinematográfico trillado pero efectivo: el retorno inesperado del enemigo, que resurge de sus cenizas, reforzado y mucho más peligroso.

Sin embargo, que en 1999 el carácter novelesco de la figura de Aznar fuese evidente hasta para un niño de ocho años debería hacernos reflexionar. ¿Qué tiene este señor de intrínsecamente legendario y grandioso? ¿Por qué se ajusta tan bien al perfil de villano? Y mucho más importante: ¿por qué el niño que fui lo dibujaba vestido de Darth Vader junto a un dinosaurio embarazado que escupía fuego y un Superman con habilidades mágicas?

1. Titiritero

Un primer motivo podría ser la fantasía de control casi paranoica que envuelve su figura. Se le presenta como un maestro de la intriga, una suerte de demiurgo en la sombra que construye la política española a su gusto; una parca que corta los hilos del destino de los líderes del PP y quien sabe también si de la oposición; un titiritero que se retiró del escenario pero siguió dirigiendo el espectáculo.

Esta percepción se veía confirmada el martes, cuando Aznar aparecía en escena justo en el momento en el que Rajoy se marchaba, confirmando que Peter Parker y Spiderman no podían estar juntos en una misma habitación. En el primer volumen de sus memorias, Aznar contaba que la decisión más importante de su carrera fue el compromiso de no presentarse a un tercer mandato. Ni invadir Irak, ni la lucha contra ETA: lo más importante fue gestionar su legado, alargar su sombra una vez dejó la presidencia.

La calculada ambigüedad con la que el madrileño relataba el traspaso de poderes a Mariano Rajoy es deliciosa. Explicaba que se reunió en su despacho con Rodrigo Rato, Jaime Mayor Oreja, Javier Arenas y Mariano Rajoy, y recordaba las palabras exactas con las que anunció a su sucesor: "sólo quiero que entendáis que en mi decisión no he pensado en nada mas que en intentar servir lo mejor que sé al interés general de España. Con ese criterio, he pensado que la persona que mejor puede hacerse cargo de la situación es Mariano".

Nombrar a Rajoy era su forma de seguir sirviendo a la nación. Y todo el mundo lo entendió como lo que era: aznarismo por otros medios.

2. Campeador y buen bebedor

La foto de Aznar vestido de Cid Campeador no era una simple anécdota. Parecía anticipar y confirmar la imagen del presidente como un superhombre, un portento físico que, a pesar de su corta estatura, podía jugar en la liga de los hombres extraordinarios. Quizá fuera su extrema rigidez, la dureza de su gesto o la violencia de sus discursos: Vázquez Montalbán llegó a comprar su presencia corporal con la de Terminator.

Todo esto fue antes de que en 2009 Il Corriere Della Sera publicase las fotos en las que se veían los abdominales del ex presidente. Allí empezó una nueva mitología: se decía que su cuerpo era 12 años menor que su edad biológica; que tenía un entrenador personal; o que realizaba 3.013 abdominales seguidos cada día. Él mismo salió a desmentir los rumores: tenía un entrenador personal, pero los abdominales eran solamente 600 al día. Con todo, hacía mucho más que abdominales: "voy alternando velocidad, series de 40, 60 y 80 metros con carrera continua, según el día. De dos horas a dos y cuarto dedico. Los abdominales, en series de 100 con lastre en los tobillos'.

Su deportividad, sin embargo, no se ajustaba al ideal actual de runner saludable. Como demuestran las conocidas fotos junto a Miguel Ángel Rodríguez, a lal madrileño le encanta el buen vino. En sus memorias, explica que lo primero que hizo al descubrir la bodega de la Moncloa fue preguntar "¿cómo andamos de vino? Me dijeron: bien de Rioja, pero falta Ribera del Duero. Se me ocurrió replicar: pues eso habrá que equilibrarlo".

Pero su relación con el alcohol quedaría inmortalizada en ese "déjeme beber tranquilo", que espetó contra la campaña de la DGT. Era el colofón perfecto para el héroe solitario, independiente, capaz y con gran autodominio, que no rendía cuentas a nadie: "a mí no me gusta que me digan no puede ir usted a más de tanta velocidad, no puede usted comer hamburguesas de tanto, debe usted evitar esto y además a usted le prohíbo beber vino".

3. Cerebro, sabio e intelectual

Aunque gozaba de su fama física, en términos futbolísticos respondía con suficiencia que él siempre había jugado de "cerebro". Y es cierto: a pesar de lo macho, se esforzaba en transmitir una imagen de estratega y frío calculador. Junto al político irritado, de voz chillona, que se ponía rojo de indignación, estaba otro Aznar pulcro, moderado, que leía poesía hasta entrada la noche.

La aznaridad —que es como Manuel Vázquez Montalbán llamó al aura que desprendía y envolvía al ex presidente— consistía precisamente en este eclecticismo, una "sabiduría rigurosamente posmoderna" que le permitía adaptarse a una situación y a la contraria. Aznar no representaba nada, pero podía representarlo todo: era un radical exaltado y un sutil conspirador al mismo tiempo. Rabia y complot. ¿Pero que pensaba realmente el ex presidente?

"A Aznar no se le conoce ni una oración compuesta ni simple, ni una palabra que haya aportado algo a la capacidad de conocimiento ni de cambio de España, ni siquiera, hay que reconocerlo, de Quintanilla de Onésimo", disparaba Montalbán.

Sin embargo, Aznar escribió y escribió mucho. Dos volúmenes de memorias; una valoración de sus dos mandatos; una manual motivacional para que España saliera de la crisis; una antología de relatos y perfiles de grandes políticos, de Fraga a Bush; y Cartas a un joven español, un epistolario unilateral en el que, a la manera de Rilke, reflexiona sobre la libertad, el terrorismo, la educación, la familia o la idea de España.

Además, no debemos olvidar que el propio Aznar es fundador y presidente de las FAES, el think thank del PP, donde se cuece la estrategia que ha de transformar el país. Por eso ha vuelto a intervenir ahora que España le necesita: siempre ha sido el ideólogo autoproclamado de la derecha.

4. El salvador

En el fondo, quizá el motivo último que convierte al ex presidente en esta figura novelesca es que él mismo parece guiar sus actos según una narrativa redentora, la del imperio caído que debe levantar con sus manos. Es su intervención la que puede cambiar el destino de la nación, pues se ve a sí mismo como agente de la Historia Universal. Quizá no habla con parábolas, como profetas y oráculos, pero su grandilocuencia recuerda a la de los arcanos. Vive en un universo maniqueo, donde sólo existen el blanco y el negro, los muy buenos y los muy malos: "¿Cuál es la razón por la que Occidente siempre debe pedir perdón y ellos nunca? ¡Ellos ocuparon España durante ocho siglos!"

"Yo soy el milagro", dijo también en una entrevista para The Wall Street Journal. Y quizá sea el resumen perfecto del porqué le vemos como a una suerte ángel caído, el antihéroe peligroso que amenaza con destruir el mundo tal y como lo entendemos: porque así es como él mismo se ve.

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