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Los defensores de la desigualdad entre sexos se quedan sin argumentos científicos

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La Royal Society de Londres ha premiado 'Testosterone Rex', de Cordelia Fine, un libro que se dedica a desmontar los sesgos de género de quienes justifican la desigualdad entre sexos en las hormonas y la neurología

Eudald Espluga

22 Septiembre 2017 06:00

(Getty)

"Es que lo dice la ciencia" ya no va a servir más de excusa.

Por lo menos no para defender que los hombres son de Marte y las mujeres de Venus, no para afirmar que sus cerebros funcionan distinto, que hay diferencias esenciales en la naturaleza de su comportamiento que justifica la desigualdad entre ambos sexos.

Es un argumento que se ha esgrimido frecuentemente, no solo entre copas y amigos. El caso más reciente es el de James Damore, el trabajador de Google que se escudaba en estas ideas para criticar las políticas de diversidad de su empresa. Aunque, ha de reconocerse, si podía esgrimir el argumento de "lo dice la ciencia" es porque existen publicaciones académicas que acogen estás ideas.

Es por ello una gran noticia que Testosterone Rex, de Cordelia Fine —un libro que no solo se dedica a desmontar las falacias y sesgos que articulan estas interpretaciones, sino que lo hace con un rigor extraordinario— haya recibido el Royal Society Insight Investment Book Prize.

En él, Fine argumenta que la desigualdad entre hombres y mujeres tiene una raiz cultural, no biológica. Y lo hace fijándose especialmente en la testosterona, pues es bajo este argumento hormonal que se acostumbra a defender que los hombres sobresalen en situaciones de competitividad o a la hora de "tomar riesgos".


Lo que Fine demuestra es que no existen tales diferencias, y que la aplicación de esta idea al debate público, tanto como en el académico, solo consigue falsarlo. Siguiendo su propio ejemplo: si bien podemos afirmar que fueron principalmente hombres quienes nos llevaron a la crisis financiera, no se debió la testosterona, sino a los mecanismos culturales que premiaban unas actitudes como "valientes".

De hecho, como ha señalado Claudia Hammond, miembro del jurado que le ha otorgado el premio, lo que el libro consigue indirectamente es señalar que ideas como "competitividad" o "tomar riesgos" vienen culturalmente equipadas con un sesgo de género: competir o tomar riesgos es lo que hacen señores elegantes vestidos de traje o cuerpos hipermusculados en competiciones físicas extremas. Sin embargo, estamos "tomando riesgos" constantemente: decidir tener un hijo o dejar el trabajo para dedicarse a los cuidados también lo es.

El premio que concede la Royal Society no solo es uno de los más prestigiosos del mundo, sino que además es poco sospechoso de simpatizar con los argumentos feministas que el libro de Fine -que se abre con una cita de Chimamanda Ngozi Adichie- pueda llegar a proporcionar. Como explicamos aquí, la misma institución reconoció El gen egoísta, de Richard Dawkins, como el libro de ciencia más influyente de todos los tiempos; un libro que, en cuestiones de género, daba pie a una justificación evolucionista a la diferencia entre sexos.

Además, hay algo de justicia poética en la concesión del premio a Testosterone Rex, dado que tras premiar el año pasado a Andrea Wulf por La invención de la naturaleza, se desató la polémica porque John Dugdale, uno de los editores de The Guardian, señaló que se estaban concediendo muchos premios a mujeres solamente para compensar el abandono de años pasados y no por los méritos de la obra literaria. Un argumento que se parece demasiado al de James Darmore y al de todos aquellos que se oponen a la discriminación negativa amparándose en la biología y que Cordelia Fine ha desmontado en su libro.

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