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Jessa Crispin: “el patriarcado funciona para muchas mujeres: les da trabajo, dinero y amor”

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Imagen: Arte PG
 

Feminismo, autoayuda, elitismo académico, pensamientos suicidas, sororidad: hemos hablado de todo ello con la polémica escritora norteamericana, que este fin de semana estuvo en la Feria del Libro de Madrid presentado 'El complot de las damas muertas'.

Eudald Espluga

06 Junio 2018 09:01

No todos podemos ser feministas. Este es el axioma del que parte Jessa Crispin en su paradójico manifiesto Por qué no soy feminista. Se trata de un ataque frontal a quienes quieren universalizar la lucha de las mujeres, dado que para la escritora norteamericana el precio de lo universal es la disenyificación de los postulados del feminismo. O dicho de forma menos elegante: si comprarse una camiseta en Zara que ponga "Feminism" basta para ser feminista, entonces el feminismo no es nada; si leer una TED talk de Chimamanda Ngozi Adichie basta para ser feminista, entonces el feminismo no es nada; si Beyoncé o Hillary Clinton pueden ser referentes del feminismo, entonces el feminismo no es nada.

Feminismo: ¿una palabra vacía?

Jessa Crispin ha estado este fin de semana en la Feria del Libro de Madrid, presentando su segundo libro en castellano, El complot de las damas muertas (Alpha Decay), y ha respondido con precisión quirúrgica a las preguntas de PlayGround, explicándonos en que consiste el feminismo de garrafón contra el que ella escribe. "El objetivo del feminismo contemporáneo es ajustarse a los valores e ideas de la sociedad tal como ya existe —una sociedad jerárquica que recompensa la violencia y la avaricia— en vez de defender la transformación de esa sociedad en algo más justo".

La autora estadounidense no cree que este feminismo mainstream pueda llegar a cambiar las cosas. ¿El todos-deberíamos-ser-feministas enfada cada día a muchos señores? Por supuesto, pero eso no lo convierte en revolucionario. "En América, solía culparse al feminismo de los huracanes y los terremotos", explica, pero esto no justifica que estos individuos deban ser nuestro patrón de lo transgresivo. "Nos hemos distraído tanto con las etiquetas que nos hemos olvidado de examinar el contenido de estas etiquetas. Del carácter, de los valores, de la moral y de las ideas que supuestamente transmitían. Ahora podemos decir que somos feministas sin pensar en lo que esto significa".

"Ahora podemos decir que somos feministas sin pensar en lo que esto significa"

Jessa Crispin

Su manifiesto aborda precisamente esta batalla. Es un intento por reconquistar el lenguaje e incluso la propia palabra "feminismo", reivindicando la tradición de lucha revolucionaria que hay detrás. La furia intelectual con la que avanzan sus ideas pretende derribar algunos fundamentos hasta ahora incuestionables del movimiento. Sin embargo, el suyo no es un "feminismo de derechas" o un "feminismo para Inés Arrimadas", como se ha sugerido. Su belicismo radical impide que la ubiquemos claramente en el tablero político, pero Crispin rechaza la connivencia del feminismo con cualquier forma de conformismo ante la desigualdad: el feminismo debe ser una cultura marginal que haga avanzar la sociedad en su dirección.

Feminismo: ¿un movimiento elitista?

"Toda lucha por la justicia, la igualdad y el progreso es necesariamente un movimiento de vanguardia. La mayoría de las personas no tendrán la posibilidad de unirse a la lucha, porque están bregando para pagar el alquiler o trabajando en tres empleos distintos". Destaca, sin embargo, que hay otras tantas personas que nunca desearán unirse al movimiento, porque la forma en que está estructurada la sociedad funciona para ellos. "Esto incluye a las mujeres: el patriarcado funciona para muchas mujeres; les da trabajo, dinero, amor, atención, y las mujeres pueden utilizarlo en su favor. Tampoco van a querer que las cosas cambien, incluso si son capaces de reconocer que el sistema oprime a muchas personas y que no todos tienen tanta suerte como ellas".

En sus palabras hay más crudeza y desesperanza que conservadurismo. Su realismo intransigente nos recuerda a pensadoras como Camille Paglia, especialmente cuando afirma cosas como que el feminismo se utiliza también para canalizar el odio hacia los hombres o para ocultar la miseria íntima de muchas mujeres.

De hecho, a Crispin no le preocupa que el feminismo acabe convirtiéndose en una doctrina esotérica, accesible únicamente a unos pocos. "Sólo un cierto segmento de la población podrá y tendrá el deseo de comprenderlo, ya que a menudo (aunque no siempre) proviene de espacios académicos. Pero eso no lo hace elitista. Si eres una escritora feminista, entonces es tu trabajo familiarizarte con las escrituras teóricas más académicas u oscuras de la tradición en la que trabajas. No puedes suponer que tus pequeñas ideas o tus pequeñas experiencias son suficientes".

Feminismo: ¿autoayuda para mujeres tristes?

En varias ocasiones, Crispin se refiere a cómo el feminismo se ha visto fagocitado por la cultura de la autoayuda, por su lenguaje individualista, psicologista y patologizador. "La felicidad y la alegría deberían ser el objetivo de la transformación social. Pero tal objetivo debería consistir en permitir el acceso de todo el mundo a la alegría, no sólo trabajar para tu propia felicidad, comodidad o ambición".

A diferencia de pensadoras feministas como Sarah Ahmed o Jack Halberstam, no piensa que la infelicidad o el fracaso deban ser un arma feminista: "el problema no es la felicidad, sino el centrarse en el yo".

En El complot de las damas muertas —un ensayo autobiográfico en el que Crispin mezcla las crónicas de sus viajes por Europa, recortes de crítica literaria, perfiles de escritoras que la han fascinado y reflexiones filosóficas— se detiene en esta idea, y critica detenidamente la romantización de la infelicidad: "nos gusta pensar que las dificultades hacen mejores a las personas, pero mirad a los niños que han crecido en la pobreza, con un padre abusador o en una sociedad que los marginó. Los índices de adicciones, enfermedades mentales y dificultades para mantener el trabajo son todos más altos". Y no sólo esto. Celebrar la infelicidad puede derivar en una actitud reaccionaria: "las personas que fetichizan la dificultad, al vender esta idea enfermiza de que el dolor es útil para las personas, básicamente se están excusando de no tener que hacer que la vida de las personas sea más fácil y más feliz ".

Aunque se ha traducido más tarde, Crispin escribió El complot de las damas muertas en 2015. En el prólogo, explica que una noche tuvo un impulso suicida, se lo contó a una amiga y esta llamó a la policía, que se presentó en su casa. "No estaba tratando de romper un tabú al escribir sobre este período de mi vida. Simplemente estaba tratando de explicar lo que sucedió". Sin embargo, este episodio —y el consiguiente viaje por Berlín, Trieste, Sarajevo, Sant Petersburgo o Londres, entre muchas otras ciudades— le sirve para explicar la importancia de entender tanto la felicidad como la infelicidad desde una perspectiva colectiva, relacional.

"Vivir con este impulso suicida, que ha ido y venido a lo largo de mi vida, me ha enseñado algunas cosas, y una de ellas es la necesidad absoluta de una comunidad amplia". Por ello le inquieta que con demasiada facilidad la cultura de la autoayuda tache las relaciones fuertes de "codependientes" o de "tóxicas", y que muchas veces el feminismo se deje llevar por esa misma retórica individualista. "Me preocupa cómo decidimos estructurar las relaciones de amor en nuestra cultura, empujando a las personas a las parejas y el matrimonio; entregando ciertos derechos solo a los casados y a nadie más; priorizando la relación de amor por encima de todas las demás relaciones".

Aunque Crispin no haga bandera del concepto de sororidad, su defensa de una red de lazos fuertes entre mujeres que sostenga a las más vulnerables es evidente: "cuando tienes fuerza, la prestas a quienes la necesitan. Cuando estás débil, debes ser honesto con otros para pedir su ayuda. Significa vivir en un estado de reciprocidad". Es cierto: gran parte de sus críticas van dirigidas al feminismo liberal estadounidense, que al insistir en la libertad de elección, convierten el feminismo en una tautología que favorece la atomización social. Sin embargo, su teoría está mucho más cerca del feminismo interseccional de bell hooks de los que podría parecer en una lectura rápida de Por qué no soy feminista, donde Crispin escribe cosas como esta:

"El sistema patriarcal en el que vivimos pretende hacernos creer que estamos solas. Queríais independencia y libertad, ¿verdad? Tan independientes somos que oscilamos hacía la fragilidad y el aislamiento. [...] El feminismo puede y debe ser una alternativo al aislamiento. Debería ser una forma de crear alternativas a nuestro modo de vida".

La "revolución total" que exige Crispin asusta. Es severa en lo personal y en lo político. Su rigidez extrema la vuelve contradictoria, irritante, inasumible. Pero sus argumentos no son cascaras vacías, fuegos artificiales que sólo buscan intimidar al lector. Aunque sea para rebatirlas, sus ideas desafían nuestro edificio perfecto. Desatan la duda razonable: ¿y si Crispin tuviera un poco de razón?

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