Oh! Parece ser que estás usando adblocker y lo respetamos. Por eso podrás seguir disfrutando de nuestros contenidos sin problema pero quisiéramos pedirte que lo desactivaras para nuestro site. Ayúdanos a seguir adelante y a luchar por aquello en lo que creemos.
Lit
Compartimos un texto maravilloso y polémico del libro Poemas sobre mi normalidad, de Begoña Ugalde
18 Junio 2018 18:38
Muchos críticos dijeron de la Alt Lit que era la máxima expresión del egoísmo, de la monotonía y de la literalidad. No les faltaba razón, el estilo que impregnó la poesía más joven de los Estados Unidos a principios de la segunda década de los 2000 estaba plagado de todas esas cosas, lo que no quiere decir, por otro lado, que fueran malas.
De hecho, la monotonía casi era un reclamo, el egoísmo una bandera y la literalidad una lucha contra ciertos lirismos académicos. De lo que fue la Alt Lit —muerta en 2014 por un escándalo sexual— quedan hoy sus mejores cosas. Entre ellas, una corriente mutante y más brutal en países tan dispares como México, Argentina o Chile.
Hay una voz a medio camino entre la escena chilena y la española, de hecho, que ha tomado el testigo del mejor ritmo de autores que pertenecieron a esa corriente, como puede ser Dorothea Lasky, pero también de autores que sin gestos mileniales o iMacs de por medio, ya aplicaron la cotidianidad y los conflictos de la intimidad a sus apasionantes obras —hablo de Sharon Olds, o de Deborah Landau, por ejemplo—. Esa autora a medio camino entre tradiciones y traducciones es Begoña Ugalde, chilena afincada en Barcelona que acaba de publicar en AErea (nuevo sello de RIL Editores) el libro Poemas sobre mi normalidad.
El título de este poemario no puede ser más certero. Lo adelanta Flavia Company en el prólogo: “¿qué es la normalidad? De forma sagaz, Ugalde añade un posesivo a la palabra y así la conduce hasta un espacio propio y diríase intransferible hasta el momento de volverse poesía”. Begoña Ugalde ha creado ese espacio propio y personalísimo pero lo ha dotado de una gran ventana para que todos podamos asomarnos a sus ideas, a sus penas, a sus historias familiares, hasta creer que prácticamente son nuestras. Cuando la autora delira, deliramos con ella. Cuando tiene hambre, rugimos con ella. Cuando se masturba, pensamos en porno suave con ella. Etcétera.
Como muestra de su poesía, hemos seleccionado precisamente uno de esos poemas que desenredan su mundo —y el de tantas mujeres, tantas veces silenciadas— y que nos lo ponen en bandeja de una manera tan cómplice que hasta su título es Complicidad.
Ya veréis:
Los fines de semana en que a mi hijo le toca estar con su padre
me levanto tarde y riego cuidadosamente las plantas
paso el resto del día en pijama frente al computador
hablo con algunas amigas que también están en pijamas
navego toda la tarde por toda clase de páginas:
noticias curiosas, entrevistas profundas, pornografía suave.
A veces también arranco malezas, escribo poemas
que tiro a la papelera después de leer en voz alta
antes de que se haga de noche voy a la esquina a comprar
paso casi todo el día callada hasta que llama mi madre.
Le gusta recordarme que pode los cardenales de la entrada
no vaya a ser que cosa de que se esconda un ladrón
que no me olvide de recoger la ropa porque va a llover
que por lo mismo tenga cuidado si voy a alguna fiesta
es que el cemento se torna resbaladizo cuando se moja
y los taxistas manejan como unos desquiciados.
Le digo que no tengo planes de salir a ninguna parte
me dice que me entiende ¡es que hace mucho frío!
imagino que ella también se ha pasado todo el día
cruzando sobre su pecho una y otra vez su bata verde
comiendo de manera desordenada, hablando sola.
No tenemos el suficiente entusiasmo para hacernos una visita
pero a través del teléfono comentamos nuestros problemas domésticos
reemplazamos los secretos por temas cotidianos
que son para nosotras lo más parecido a la complicidad.
share