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Lo que todos saben pero nadie dice de AMLO

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Imagen: Getty
 

Casi nadie lo presenta como un escritor, pero ha publicado 17 libros. López Obrador ha jugado y sigue jugando un papel importante en el panorama literario de México: fue amigo de García Márquez, Carlos Fuentes y Carlos Monsiváis; es íntimo de Elena Poniatowska y Enrique Krauze; su maestro y principal influencia fue el poeta Carlos Pellicer; y ha trabajado como editor de escritores en lenguas indígenas

Eudald Espluga

05 Julio 2018 12:34

Casi nadie presenta a Andrés Manuel López Obrador como escritor. Tampoco como intelectual o erudito. Su papel en el mundo de la cultura queda fácilmente eclipsado por su larga trayectoria política. Y ahora, también, por su victoria.

Sin embargo AMLO sí es escritor. En 1987 publicó su primer libro, titulado Los primeros pasos. Se trataba de un trajo de carácter histórico que junto a Del esplendor a la sombra, constituirían un díptico sobre el Tabasco del s. XIX. Pero solo un año después, a partir de la publicación de Tabasco, víctima del fraude, empezaría una dinámica periodística, literaria y política muy intensa, comprometida con el presente, que le llevaría a escribir hasta 17 libros.

Durante veintisiete años, López Obrador se dedicó a responder a cada gran evento político con un libro. En 1995, escribió uno sobre la Alianza Nacional Democrática; en 1999, uno contra el rescate bancario; en 2004, un manifiesto para una política democrática; en 2009, uno contra el negocio del petróleo; en 2010 uno sobre la mafia y sus relaciones con el poder político; en 2012 uno sobre la campaña electoral de Enrique Peqeña Nieto; en 2014, uno contra lo que llamó el "neoporfirismo"; en 2015, uno sobre la cultura política de Tabasco; en 2016, uno sobre Catarino Erasmo Garza Rodríguex, un revolucionario anónimo que aspiraba a reivindicar; a principios de 2017, uno sobre el futuro de México después de un gobierno de izquierdas; a mediados de 2017, otro más contra las políticas migratorias de Donald Trump.


Sólo con ver este extenso mapa de publicaciones parece que pudiésemos trazar el retrato de el nuevo presidente de México. Sería fácil dibujarlo como un intelectual comprometido que ha priorizado siempre la acción sobre la reflexión, y que ha utilizado la escritura como un ariete ideológico.

Está claro que su perfil no encaja con el del político profesional recién retirado que, cuando se acerca una gran feria literaria, publica un "polémico libro de memorias". Lejos de estos productos de marketing, normalmente vacíos y escritos por segundas plumas, el trabajo de López Obrador resulta mucho más concienzudo y sistemático. Aunque para escribir alguno de sus libros contó con la ayuda de el periodista Jaime Avilés, parece que la relación entre los dos habría sido especial: según explica Guillermo Sheridan en El Universal, ambos defendían un proyecto común.

AMLO tampoco encaja con el perfil de político literato, que exhibe sus lecturas y referentes en cada discurso, o que como Emmanuel Macron reivindica su pasado académico. Es cierto que se ha mostrado vehemente a la hora de defender la cultura —"la cultura es la que nos ha permitido resistir todas las calamidades [...]por eso hemos resistido epidemias, terremotos, malos gobiernos, por nuestra cultura”—, pero sus intervenciones literarias se limitan a atacar un problema político concreto, no a presentar diagnósticos generales sobre el estado de la civilización occidental.

Sin embargo, parece que su relación con la literatura ha ido más allá de lo que este retrato robot parece sugerir. Aunque no haya hecho de su pasión una etiqueta que lucir, asegura que una de las influencias que más ha marcado su existencia es la de la poesía de Carlos Pellicer. Lo conoció en la UNAM cuando él era todavía un estudiante de Ciencias Políticas, y llegaron a tener una relación muy estrecha. "Yo estaba en una fase formativa", explicaba AMLO en 2002, "me ayudó mucho a conocer a un gran poeta consecuente con sus ideas y actitudes, pues el maestro Pellicer era un hombre entero, con ideales, principios y un sentido del humor incomparable".

La relación con Pellicer no fue banal. De esta afinidad con el autor de 'Deseos' —"Trópico, para qué me diste / las manos llenas de color / Todo lo que yo toque / se llenará de sol"— nació la sensibilidad del político mexicano para con los pueblos y la cultura indígena. En 1977, después de la muerte del poeta, se convirtió en el director del Centro Indigenista Chontal, desde el que construyó escuelas y editó libros en lengua chontal.

Además, como discípulo de Pellicer, pasó a concurrir en el círculo de Los Contemporáneos, que agrupaba a intelectuales y escritores como José Gorostiza, Salvador Novo o Xavier Villarrutia. Sin embargo, no fue hasta que en el año 2000, cuando se convirtió en jefe del gobierno del Distrito Federal, que empezó a codearse con las figuras más importantes de la literatura mexicana y latinoamerciana, como Carlos Monsiváis, Luis Villoro, Gabriel García Márquez o Carlos Fuentes.

Aunque algunos de ellos llegaron a contarse entre sus amigos, nunca fueron tan cercanos como Elena Poniatowska, quien firma el epílogo de su último libro sobre Trump, y lo ha elogiado notablemente: "Andrés Manuel es muy querible. Tiene una cosa como interrogantes en los ojos, es una gran interrogación en su mirada que te hace quererlo".

Pero no todo son elogios desde el mundo de la cultura.

Entre sus enemigos más célebres están Mario Vargas Llosa, quien una y otra vez ha resaltado que López Obrador "podría empujar a México a un desastre" o que su presidencia "sería un retroceso tremendo para la democracia en México". El peruano recorrió al concepto de populismo para resumir sus suspicacias. Recuerda que AMLO se formó políticamente en el PRI, "es decir en la demagogia, el populismo, la irresponsabilidad, en confundir los deseos con la realidad". También Jorge Volpi, quien antes de las elecciones publicó una dura tribuna titulada 'Votar en el infierno'. Pero quizá el más virulento ha sido el escritor Francisco Martín Moreno: "no, no votaré por López Obrador porque intentaría gobernar con recetas extraídas del bote de la basura de la historia de las doctrinas económicas".

Como señala Yanet Aguilar en Confabulario, la posición que López Obrador ocupa entre la intelectualidad mexicana es ambigua. No ha adoptado un perfil típico —no es un "sabio", ni un "gestor", ni un "intelectual"—, pero ha ejercido como sabio, gestor e intelectual. Es un escritor prolífico, pero no cuenta como "escritor". Es objeto de hasta 35 tesis, sólo en la UNAM, que ahondan en su figura, trayectoria y discursos, pero no se lo trata como un erudito.

Sin embargo, para salvar esta vaguedad esencial, tendremos que esperar a ver cómo gestiona la cultura, qué relación mantiene con el mundo literario o, mejor, qué explica en su próximo libro.

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