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Yo quería ser una pequeña prostituta

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Alianza reedita 'El libro de Monelle', la mítica obra de Marcel Schwob que a tantos lectores ha conquistado y que nosotros homenajeamos con este recuerdo sucio e íntimo

Luna Miguel

15 Febrero 2017 06:00

Yo quería ser una pequeña prostituta.

Me explico: tenía quince años y la portada de aquel libro no salía de mi cabeza. La había visto demasiadas veces en la biblioteca de mis padres, entre los aburridos volúmenes de literatura Universal, ficciones decimonónicas, polvorientas historias de Francia… pero nunca me atreví a hojearlo hasta que mi madre decidió regalármelo, casi como si fuera un tesoro.

Ahí estaba, era el pecado en mis manos.

Esa portada prohibida.

Esa niña desnuda.

Ese pelo larguísimo y atractivo que deseaba para mí.

¿Seré así de atractiva? ¿Seré como esa niña mágica? ¿Seré una puta?

Me explico: tenía quince años y la palabra puta no era malsonante. Al contrario. Retumbaba algo mágica en mi boca rosa porque al pronunciarla me dirigía directamente a las palabras de la protagonista de ese libro tan raro que mi madre acababa de entregarme.

Monelle.

La prostituta se llamaba Monelle.

La prostituta era una niña celestial, una virgencita, una vieja sabia, una Zaratustra neonata que decía cosas demasiado bellas para ser verdad y demasiado vivas para estar tan muerta.

Me explico: Monelle murió y por eso tiene un nombre tan lindo. Cuando estaba viva se llamaba Louise y no era una chica de ficción sino de carne y hueso. Sobre todo de hueso. Tan delgadita. Louise se prostituía en las calles con sus huesitos y un día Marcel se la encontró, tan delgadito también, a sus veintipocos. Marcel y Louise. El futuro poeta y la adolescente empezaron así a quererse y él se lleno las manos de tinta furiosa para escribir un montón de cuentos inspirados por la musa.

Por la prostituta Louise.

Yo tenía quince años y quería ser la prostituta Louise.

En realidad, lo que quería es que alguien me viera así, toda hueso o toda carne. Que me viera así de sencilla y me dedicara unos cuentos eternos.

Quería ser una prostituta. Una cerillera. Una niña de la calle porque sólo en la calle se puede encontrar el amor, y porque sólo el amor de la calle sobrevive a la muerte.

Así que Louise murió —una sífilis se la llevó dejando a Marcel solo— y fue en aquel momento entre la soledad y la lágrima cuando el joven escritor vio aparecerse al espíritu de la prostituta. Me explico: se inventó a Monelle.

Le livre de Monelle.

El libro de Monelle.

La Biblia de los enamorados enfermos, de los niños perdidos, de los amantes locos, de las nínfulas secretas, de las jóvenes desquiciadas, de los marineros pobres, de los animalillos estúpidos y entrañables y saltarines de los cuentos de hadas.

Y entre todas esas cosas alucinadas: una pequeña prostituta con pelo largo y glúteos blancos asomando por la portada de un libro viejo.

Me explico: cuando yo no sabía lo que era la muerte la leí morir. Cuando yo no sabía lo que era el delirio la leí delirar. Cuando yo no sabía lo que era el sexo la leí estremecerse con sus hermanas imposibles y quise serlo.

Las historias mágicas nos enamoran por eso mismo. Nos cambian desde la primera lectura y nos acompañan desde muy cerca.

Como un pecado.

O como una luz tenue.

Como un zarpazo.

O como un secreto que sólo al abrirse el libro lograremos adivinar.


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