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Opinión
Quemar a Judith Butler: ¿corren peligro las pensadoras feministas?
No se trata de defender la letra pequeña de todas las ideas de Judith Butler o Naomi Klein, sino de reconocer que son ellas —y tantas otras mujeres, trans, racializadas, precarias— las que cada día ponen el cuerpo contra la ultraderecha
Hace menos de un mes, Judith Butler dio una conferencia en Barcelona, y más de 2.000 personas desbordaron la plaza en la que se celebraba la charla. Su caso fue el más exagerado, pero durante los dos días que duró la Biennal del Pensament, figuras de la talla de Laura Rita Segato, Gabriela Wiener, Gayatri Spivak, Marina Garcés, Paul B. Preciado o Fina Birulés llenaron una y otra vez esa plaza con un mismo objetivo: hablar de feminismo.
Por supuesto, no era la primera vez que pasaba. Judith Butler ha llenado muchas veces el hall del CCCB, igual que lo hicieron Angela Davis, Virginie Despentes o Vandana Shiva. De hecho, el año pasado, Naomi Klein también aterrizaba en Barcelona como una estrella del rock: llenó un pabellón entero y mucha gente se quedó fuera, aguantando el frío, viendo a Klein en pantallas gigantes, como si fuera el Mundial; tantos otros lo siguieron por streaming.
En casos como los de Butler o Klein, la tentación —en la que yo parcialmente acabé incurriendo— es tratar a estas intelectuales como parte de un star system académico, acomodado e incluso frívolo; personalidades que poco o nada tienen que ver con el activismo real, cuya dedicación exclusiva consiste en viajar por todo el mundo ofreciendo espectáculos, repitiendo los tópicos e ideas que les dieron a conocer.
Es un diagnóstico facilón que, como hemos podido comprobar recientemente, tiene un reverso muy peligroso: la idea que el feminismo, la teoría queer o la teoría decolonial son "políticas de la identidad", mistificaciones desligadas de cualquier preocupación material, cuya única función, tanto en Europa como en Estados Unidos, ha sido la de azuzar a la ultraderecha.
Sin embargo, hace exactamente un año —el 7 de noviembre de 2017— en Sao Paulo, Brasil, se convocaba una manifestación contra Judith Butler y contra "el imperialismo de la ideología de género". Se recogieron más de 365.000 firmas para que la filósofa estadounidense no diera una charla en la Univerisad, tal como estaba previsto, y se quemaron muñecos con la cara de Butler. Finalmente la pudo dar, pero en el aeropuerto algunos manifestantes la siguieron acosando e incluso llegaron a agredirla.
La manifestación se gestó en foros religiosos y en grupos de Facebook, bajo el lema de #foraButler, y muchos señalaron ya entonces que detrás de la movilización había grupos evangélicos cada vez más influeyentes, representados políticamente por un candidato homófobo y antifeminista: Jair Bolsonaro.
Y era precisamente una diputada del partido de Bolsonaro, ahora presidente de Brasil, la que esta semana animaba a que los estudiantes de las universidades delataran el "adoctrinamiento de izquierdas" de sus profesores. Era un llamamiento a la persecución ideológica: se facilitó un número de WhatsApp para que los estudiantes que "filmaran o grabaran cualquier expresión partidista o ideológica que humillara u ofendiera su libertad de fe y conciencia" pudieran hacerlo llegar al Gobierno.
No se trata solo de Brasil, por supuesto. La primera gobernadora 'trans' de EEUU actualmente recibe cinco amenazas de muerte al día. La semana pasada supimos que detrás de los paquetes bomba contra los Obama, Hillary Clinton y la CNN estaba una figura cercana a la ultraderecha y simpatizante de Trump. Esta misma mañana, en España, el escritor y periodista Daniel Estuiln, amenazaba de muerte a Mireia Mata, la Directora general de Igualdad de la Generalitat de Catalunya: "a todos q están a favor de IDEOLOGÍA DE GÉNERO... yo les metería una bala en la nuca por el bien de nuestros hijos, empezando por esta subnormal profunda de Mireia Mata".
Esto son solo unos pocos ejemplos de la violencia que diariamente se ejerce contra aquellas que de una forma u otra representan a los diferentes feminismos en el espacio público —sin contar, por supuesto, el acoso y las amenazas anónimas que se producen constantemente en las redes—. Por ello, el hecho de que una figura como Judith Butler esté llenando plazas, ya sea en Barcelona, en Berlín o en Sao Paulo, no sólo no debería banalizarse ni tratarse como un problema para la izquierda, sino que quizá debería empezar a verse como la única salida posible: en el momento en el que se celebran unas elecciones que pueden sacar a Trump de la Casa Blanca, parece que el movimiento feminista y la movilización de las mujeres será clave.
No se trata, por lo tanto, de defender la letra pequeña de las ideas de Judith Butler o Naomi Klein, sino de reconocer que son ellas —y tantas otras mujeres, trans, racializadas, precarias— las que cada día "ponen el cuerpo" contra la ultraderecha. Tanto para recibir los golpes y los insultos, como para pensar la posibilidad de un mundo mejor. Porque "poner el cuerpo", como explica Marina Garcés refiriéndose al activismo, es condición de posibilidad para empezar a pensar:
"Hemos alimentado demasiadas palabras sin cuerpo, palabras dirigidas a las nubes o a los fantasmas. Palabras contra palabras, decía Marx. Son ellas las que no logran comprometernos, son ellas las que con su radicalidad de papel rehúyen el compromiso de nuestros estómagos. Poner el cuerpo en nuestras palabras significa decir lo que somos capaces de vivir o, a la inversa, hacernos capaces de decir lo que verdaderamente queremos vivir."
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