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El enemigo de ‘Sabrina’ no es Satán, es el patriarcado

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Netflix
 

El flechazo que tuvimos con 'Élite' no lo hemos sentimos con 'Las escalofriantes aventuras de Sabrina', pero el lado más oscuro de la bruja de los 90 era algo que nuestro yo adolescente necesitaba ver.

Rubén Serrano

31 Octubre 2018 18:47

Las escalofriantes aventuras de Sabrina de Netflix nos han cambiado a la Sabrina Spellman que conocimos a finales de los años 90. Aquella adolescente dócil y cándida que hablaba con su gato y recitaba hechizos con sus tías se ha transformado ahora en una bruja de 16 años que le ha declarado la guerra abiertamente a Lucifer y a también al dominio que los hombres quieren tener sobre su vida. Esta nueva Sabrina, como muchas jóvenes de hoy, ya no se queda callada.

El gran acierto de este regreso es que ha sabido explotar el lado oscuro que pedía la famosa sitcom sobre brujas. Sabrina no es un remake más, sino que cuenta con una trama sólida en la que toca temas como el bullying en las aulas y como la sociedad sigue relegando las voces de las mujeres a un segundo plano. Además, la nostalgia que nos provoca reencontrarnos con Sabrina, interpretada por Kiernan Shipka (Mad Men), queda reforzada por una ambientación estilo Stranger Things que, cuando el show alcanza sus momentos más naif, adquiere un tono similar al de Hocus Pocus (El retorno de las brujas).

En la serie, Sabrina se rebela contra dos ejes del patriarcado: el de su instituto, encarnado por el director y los alumnos deportistas que se protegen entre ellos a modo de Manada -algo que ya exploró Por trece razones-, y el del mundo de la magia negra, donde Satán quiere que firme un contrato en el que le entregue su libertad, renuncie a su vida mortal y se someta a su total voluntad. Sin medias tintas y a bocajarro, Sabrina nos grita claramente que el verdadero demonio de esta historia es el machismo.

Para combatirlo, Sabrina, Zelda y Hilda utilizan sus conjuros a modo de venganza, lo que provoca que ladeemos a la cabeza en modo escéptico. Usar sus poderes para aplacar un abuso de poder parece un contraataque justo, sin embargo, tiene mucho más impacto ver a la joven hechicera gritarle a Satanás “Me llamo Sabrina Spellman y mi nombre no se lo voy a dar a nadie”, un rugido que bebe del #MeToo.

También recuerda a este movimiento de alianza mundial entre mujeres, la forma en la que la sororidad aparece en la serie. Susie, una de las amigas de Sabrina a la que da vida el actor de género no binario Lachlan Watson, es acosada por cuatro alumnos del centro. “¿Pero tienes tetas?”, le gritan ellos mientras le levantan la camiseta. Sabrina, que denuncia la agresión ante los superiores del centro, solo recibe de vuelta pasividad institucional.

Llena de coraje y dispuesta a liderar la que siente como su propia revolución, Sabrina concluye que "si ellos no nos protegen, entonces nos protegeremos entre nosotras" y levanta un club de mujeres dentro de su instituto. A Sabrina hay que agradecerle que haya dado este golpe en la mesa y se haya atrevido a lanzar mensajes tan importantes y tan explícitos a un público potencialmente adolescente. No hay nada más poderoso que un aquelarre de mujeres plantándole cara al patriarcado desde la raíz y en pleno despertar de la juventud. No hay nada más poderoso que ver con tus propios ojos que decir "ya basta" sirve para algo.

Pero no nos confundamos, Sabrina no es manifiesto feminista ni pretender serlo. Tras su arranque perfecto, pasados los tres episodios se enreda en tramas predecibles sobre demonios, posesiones demoníacas y exorcismos que evidencian la simpleza de algunos de sus personajes. Eso hace que los 60 minutos de cada capítulo se hagan más pesados y provoca que desconectemos para hacer un scroll rápido en Instagram.

Sabrina recuerda demasiado al tono facilón de Riverdale, la exitosa ficción teen de misterio basada en los cómics de Archie, y eso se debe a que detrás de ambas producciones se encuentra Greg Berlanti. La producción mezcla discurso crítico con sátira exagerada de bajo calado, lo cual provoca que no sepamos si tenemos que tomárnosla en serio, si sólo hacerlo a ratos, o si concebirla como simple entretenimiento.

Algunos decidimos ver la serie hasta el final embriagados por este giro dark de un personaje al que le guardamos especial cariño pero otros se perderán por el camino. A pesar de su magnífico aporte, será una ficción fácil de olvidar cuando Netflix traiga otro hit. Sabrina no produce el mismo flechazo que sentimos con Stranger Things o Élite. De eso somos conscientes desde el primer episodio y por eso nos costará menos encontrarle sustituto.

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