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Los polacos que mataron a otros polacos solo por ser judíos

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El Gobierno de Polonia acaba de prohibir el uso de la expresión "campos de exterminio polacos" para referirse al Holocausto. ¿Están intentando reescribir la historia?

Margaryta Yakovenko

10 Febrero 2018 06:00

La carga de ser el país de la “solución final de la cuestión judía” cayó sobre Polonia el 1 de septiembre de 1939. La losa del exterminio. Hitler posó su dedo sobre el país vecino, ideó una blitzkrieg de pocas semanas, llamó la operación “Caso Blanco” y en 8 días tenía Varsovia a sus pies. Su dedo se convirtió en el indicador de ubicación de los que más odiaba y más ansiaba aniquilar: 3 millones de judíos de los que 6 años después solo quedaba con vida el 10%.

Que Polonia fue uno de los países que peor salió parado tras la Segunda Guerra Mundial es innegable. Repartida primero en un más que cuestionable pacto entre soviéticos y nazis, asolada después por el Holocausto, en la memoria colectiva de los polacos la historia de sus antepasados es una historia de continuo sometimiento a la barbarie.

Pero desde este miércoles, también será una historia llena de espacios en blanco.

El presidente polaco Andrzej Duda, acaba de ratificar una polémica ley que puede condenar con hasta 3 años de prisión a todo aquel que se refiera a los campos de concentración situados en suelo polaco como “campos de exterminio polacos”. A partir de ahora, cada vez que alguien quiera acordarse del Holocausto, deberá referirse a Auschwitz o Treblinka como campos de concentración nazis, y únicamente nazis.

La ley ha supuesto un escándalo internacional con Israel y EEUU a la cabeza de los ofendidos. EEUU ha expresado su “decepción” por la ley. El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, ha rechazado la ley asegurando que los israelíes no tolerarán que se distorsione la verdad. El político sionista Itzik Shmuli ha ido más allá declarando que “no permitirán que los colaboradores se oculten detrás de los nazis y nieguen su responsabilidad histórica”.

La pregunta ahora es: ¿hubo en Polonia colaboracionismo? ¿está intentando el partido ultraconservador de Ley y Justicia revisar la historia, borrar los crímenes polacos de los libros de instituto?

Lo cierto es que el caso polaco no fue un caso de colaboracionismo estatal como sí lo fue el de Francia con el régimen de Vichy. En Polonia las cosas ocurrieron rápido: el 6 de octubre se rendía el Ejército polaco frente a los nazis, el 12 de octubre se creaba el Generalgouvernement, o nuevo Gobierno dirigido por los nazis y más concretamente por Hans Frank. Pero que las SS tomaran las calles no significa que los polacos como individuos están libres de la sombra del colaboracionismo.

Dos semanas después de la capitulación, los alemanes reestablecían a la policía polaca con un nuevo nombre: Granatowa policja. El nuevo cuerpo nacional estaba formado por agentes que servían en la policía antes de la invasión. Entre sus funciones estaba la de controlar el contrabando pero, según el cronista Emanuel Ringelblum, también controlar a los que entraban y salían de los guetos judíos así como de propinarles ocasionales palizas o redadas callejeras.

El caso polaco no fue un caso de colaboracionismo estatal como sí lo fue el de Francia con el régimen de Vichy (…) Pero que las SS tomaran las calles no significa que los polacos como individuos están libres de la sombra del colaboracionismo.

También están registrados los casos de los polacos que actuaban como Szmalcowniks, contrabandistas que chantajeaban a los judíos por unos cuantos zlotys a cambio de dejarles huir del gueto. A día de hoy, el término sigue conservando un carácter peyorativo.

Pero el suceso que sin duda removió las conciencias polacas fue el revelado en 2001 por el historiador estadounidense de origen polaco Jan T. Gross. El 10 de julio de 1941, la mitad de los habitantes de Jedwabne encerró en un establo y quemó vivos a la otra mitad. Los asesinos eran polacos, los que fueron asesinados judíos polacos. Murieron entre 300 y 1.600 personas, vecinos, compañeros de trabajo, de pupitre. Solo quedaron siete. Y los nazis no tuvieron nada que ver en el crimen.

Tampoco tuvieron nada que ver cuando en Kielce, el 4 de julio de 1946, los habitantes de la ciudad asesinaron en 6 horas a 42 judíos que se habían salvado del Holocausto. Ni tampoco intervinieron cuando la histeria antisemita seguía rampando por las ciudades polacas entre 1944 y 1947, cuando en varios pogromos perdieron la vida entre cientos y 2.000 judíos polacos.

El 10 de julio de 1941, la mitad de los habitantes de Jedwabne encerró en un establo y quemó vivos a la otra mitad. Los asesinos eran polacos, los que fueron asesinados judíos polacos

Lo cierto es que antes de que los nazis importaran el horror de la limpieza étnica a Polonia, Polonia ya tenía su propia semilla antisemita. Tras la Primera Guerra Mundial, las tensiones entre judíos y polacos eran constantes, magnificadas por la llegada de judíos que huían de los pogromos de Rusia y Ucrania en los años de la Guerra Civil.

En Polonia el recibimiento fue amable bajo el gobierno antisemita de Józef Piłsudski pero con la muerte de este, la influencia del partido nacionalista Endecja, creció hasta reventar como un grano purulento. De pronto los judíos debían sentarse en los bancos del gueto, separados de los polacos, y las cuotas introducidas en 1937 redujeron su presencia en más de la mitad en las universidades.

Ficha con el sello de segregación

Por supuesto que durante la ocupación nazi no todos los polacos fueron colaboracionistas o ignorantes sobre lo que sucedía en su país. Algunos se convirtieron en héroes y sus 6.706 nombres han sido reconocidos por Yad Vashem en el museo del Holocausto como salvadores que ocultaron a la mirada de las SS familias enteras en la buhardilla de su casa.

Pero es precisamente la memoria histórica la que hace que podamos celebrar las acciones de unos y condenar las de otros. O la que al menos introduce una pequeña posibilidad, por minúscula que fuera, de no volver a repetir, de no ser circulares, de no caer en los crímenes del pasado.

Después de que la tragedia de Jedwabne fuera publicada, Adam Michnik, redactor jefe del diario polaco Gazeta Wyborcza, escribió: “Pienso en mi responsabilidad individual, en mi culpa. Estoy seguro de que no respondo por los criminales que prendieron fuego al granero de Jedwabne lleno de judíos. Tampoco pueden ser culpados de aquel crimen los habitantes de hoy de Jedwabne. Cuando alguien exige que confiese mi culpa polaca me siento tan herido como los vecinos del Jedwabne de hoy, acosados por periodistas del mundo entero. Pero, cuando oígo decir que el libro de Gross, que denuncia la verdad sobre el crimen de Jedwabne, es una mentira inventada por la conspiración judía contra Polonia, entonces siento cómo crece en mí el sentimiento de culpabilidad. Esas maniobras con las que hoy se intenta eludir la responsabilidad no son otra cosa que una justificación del crimen de ayer”.

Es precisamente la memoria histórica la que hace que podamos celebrar las acciones de unos y condenar las de otros.

Con respecto a esa responsabilidad que pesa en estos momentos en el país, el exprimer ministro polaco, Włodzimierz Cimoszewicz, ha declarado en una entrevista: “Por supuesto que los polacos tomaron parte en el Holocausto. Debe hablarse abierta y honestamente. La generación de hoy no es responsable de eso. Sin embargo, si calla o miente, crea su propia responsabilidad”.

El debate sobre el Holocausto levanta ampollas; duele porque, como escribe el historiador Daniel Blatman, rompe con el sentimiento tan tristemente católico con el que muchos polacos siguen viendo su historia como una historia en la que ellos siempre fueron las víctimas y nunca los verdugos. Pero la ausencia de debate es siempre costosa, sobre todo para el futuro; sobre todo cuando hace solo unos meses, la comunidad judía, hoy compuesta solo por 10.000 personas, denunciaba que Polonia vivía un ambiente cada vez más antisemita propiciado por la xenofobia que ha despertado en el país la crisis de los refugiados.

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