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Contra el miedo

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Contra el miedo

Mañana domingo 28 de abril son las elecciones generales en España. Unas elecciones más importantes de lo que quisiéramos creer. El auge de la ultraderecha y el nacionalpopulismo en todo el mundo ha desembocado finalmente en este país. Vox supone una amenaza política, pero sobretodo, una amenaza cultural para todos aquellos que ven en el progreso un motor indispensable.

A años luz de sus contrincantes políticos, Vox ha sabido utilizar el poder de vídeos y ‘memes’ de forma virtuosa y fulminante durante la campaña. Es el partido político que experimenta un mayor incremento de seguidores en todas las redes sociales y el que tiene más followers en Instagram, la red social de mayor predicamento entre los jóvenes. Como si de una enfermedad se tratase, sus ideas ultraconservadoras se han viralizado en muy poco tiempo a través de la sociedad, formando una metástasis cada vez más invasiva.

“Aquello no era un mitin de un partido político. Se estaba moviendo la tierra. Aquello era un movimiento verdaderamente telúrico”, comentaba en una reciente entrevista el escritor Fernandez Sánchez Dragó, extasiado ante lo que vio en Vistalegre. Imbuido de épica, el mensaje fundacional de todos estos movimientos de ultraderecha es el de volver a un pasado mítico e imposible. Una ‘vuelta al pasado’ que, exento de las minorías, y negando la realidad de migrantes o de la comunidad LGBTIQ, volviese a restaurar la paz social ante el caos de la modernidad. En el caso de Vox, una Europa blanca y cristiana.

La vocación de su líder, Santiago Abascal, nació del miedo. En múltiples ocasiones ha contado que el pavor que sentía a diario cuando creció en el País Vasco, el miedo a que su padre fuese asesinado a manos de ETA, fue su llamada a la política. De lo contrario, hubiese sido guardabosques. Una historia llena de mística que ha cautivado a una masa creciente de seguidores que ven en su figura al redentor de todas sus pesadillas: miedo a la inmigración, miedo a la automatización de los empleos, miedo a las guerras culturales del feminismo, miedo al miedo. Miedo a lo nuevo. Una batalla cultural entre fuerzas regresivas y fuerzas progresistas. Sólo que esta vez, se libra en las redes sociales y en los grupos de Whatsapp, y no en las trincheras. Una pesadilla 2.0 donde los monstruos del inconsciente colectivo (racismo, homofobia, machismo, xenofobia) campan otra vez a sus anchas, amenazando así con destruir los cimientos sociales de la concordia y del respeto al prójimo.

Matar o salir corriendo. En tiempos primitivos, según la antropología y la neurociencia, el ser humano reaccionaba así ante el peligro de un animal salvaje. Una respuesta biológica que hemos heredado de nuestros ancestros, generación tras generación, y que, en la actualidad, supone más un problema que una ayuda. Los retos del día a día ya no son de vida o muerte, una bestia no aguarda a la vuelta de la esquina para destruirnos. La ansiedad o los ataques de pánico no dejan de ser respuestas biológicas desmedidas que están diseñadas para la defensa física, o para correr a la máxima velocidad. La ultraderecha ha despertado este mecanismo entre sus seguidores. El suyo es un corazón palpitante y lleno de miedo dispuesto a destruir los cimientos de la democracia liberal. Unos cimientos que fueron muy costosos de reconstruir tras la Segunda Guerra Mundial.

Los retos a los que nos enfrentamos en la actualidad necesitan de otro tipo de liderazgo. Un liderazgo fundamentado en la racionalidad, la empatía y con miras puestas en el largo plazo y el bien común. Y por qué no decirlo, un liderazgo femenino, de formas nuevas, como las que encontramos en figuras como Alexandría Ocasio-Cortez, la congresista más joven en la historia de los Estados Unidos, que ha definido la agenda política y medioambiental de su país con el proyecto Green New Deal; o en Jacinda Ardern, la primera ministra de Nueva Zelanda, que tras el atentado contras las mezquitas de Christchurch demostró una gestión tan llena de compasión como inteligente, enfocada en la cohesión de su ciudadanía; o incluso en Greta Thunberg, la niña de 16 años que organiza desde su cuenta de Twitter protestas y huelgas estudiantiles en contra del calentamiento global y a favor de la justicia climática.

Todos ellos ejemplos que se sitúan lejos de la belicosidad de los nuevos movimientos de ultraderecha, y la ‘huida hacia adelante’ de los políticos del establishment que viven de espaldas a los retos más urgentes a los que nos enfrentamos como raza humana. Retos como la crisis medio ambiental, la creciente desigualdad, la gestión política y social de los flujos migratorios y todos los desafíos que despierta la nueva robótica imbuida de inteligencia artificial. Figuras como Ocasio-Cortez, Ardern o Greta, su manera de posicionarse ante los problemas, son un faro de luz ante la incertidumbre del voto y, ante todo, una guía moral para las políticas de la cotidianidad. Las del día a día. Ahí donde en realidad se libra la verdadera batalla. Porque no nos engañemos: votar votaremos este domingo 28, pero ese no será sino un nuevo comienzo en nuestra travesía democrática. Una travesía en la lucha contra el miedo.

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