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Artículo Naomi Klein: “Estamos ante los albores de una era de barbarie climática” Now

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Naomi Klein: “Estamos ante los albores de una era de barbarie climática”

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La autora de 'No Logo' habla sobre soluciones a la crisis climática, Greta Thunberg, las huelgas de natalidad y sobre cómo lograr no perder la esperanza

Natalie Hanman

20 Septiembre 2019 11:17

Esta historia fue publicada originalmente en The Guardian. Se republica aquí en el marco de la participación de PlayGround en Covering Climate Now, una colaboración global de más de 300 medios de comunicación para fortalecer la cobertura de la crisis climática.

¿Por qué publica este libro ahora?

Sigo pensando que la forma en que hablamos del cambio climático está demasiado compartimentada, demasiado aislada de las otras crisis a las que nos enfrentamos. Un tema muy importante que atraviesa el libro son los vínculos entre esta crisis y la del auge del supremacismo blanco, los distintos tipos de nacionalismo y el hecho de que tantas personas estén siendo forzadas a abandonar sus países de origen, y la guerra que se libra por captar nuestra atención. Estas crisis se entrecruzan y se interconectan, por lo que las soluciones también tienen que hacerlo.

El libro recopila ensayos de la última década, ¿ha cambiado de opinión sobre algo?

Cuando miro hacia atrás, no creo haber puesto suficiente énfasis en el desafío que el cambio climático plantea a la izquierda. Es más obvio el modo en que la crisis climática desafía la cosmovisión dominante de derechas y el culto del centrismo cerril que nunca quiere hacer nada importante, que siempre busca repartir las culpas. Pero esta crisis también es un desafío para la cosmovisión de una izquierda cuyo máximo interés es redistribuir el botín del extractivismo [el proceso de explotar los recursos naturales de la tierra] y que no tiene en cuenta los límites del consumo sin fin.

¿Qué le impide hacerlo a la izquierda?

En el contexto de Norteamérica, el mayor tabú es admitir que va a haber límites. Lo ves en la forma en que Fox News ha tratado el Green New Deal -¡Van a por vuestras hamburguesas! Apelan al corazón del sueño americano-, cada generación obtiene más que la anterior, siempre hay una nueva frontera hacia la que expandirse, la idea fundacional de las naciones coloniales colonizadoras como la nuestra. Cuando alguien aparece y dice que, en realidad, hay límites, tenemos que tomar decisiones difíciles, necesitamos averiguar cómo manejar lo que queda, tenemos que compartir equitativamente – es un ataque psicológico. Así que la respuesta [de la izquierda] ha sido evitar, y decir que no, no, no vamos a venir a quitarte sus cosas, va a haber todo tipo de beneficios. Y sí va a haber beneficios: tendremos ciudades más habitables, tendremos menos aire contaminado, pasaremos menos tiempo en atascos de tráfico, podremos diseñar vidas más felices y ricas de muchas maneras. Pero habrá que asumir sacrificios en lo tocante al consumo sin límites y la generación de desechos.

¿Se siente animada por el discurso del Green New Deal?

Siento una tremenda emoción y una sensación de alivio, de que finalmente estamos hablando de soluciones a la escala de la crisis a la que nos enfrentamos. Que no estamos hablando de un pequeño impuesto al carbono o de un esquema comercial de derechos de emisión como si fuesen un remedio milagroso. Estamos hablando de transformar nuestra economía. De todos modos, el sistema actual está fallando a la mayoría de la gente, y por eso estamos en un período de desestabilización política tan profunda -que nos están dando los Trumps y Brexits, y todos estos líderes fuertes-, así que ¿por qué no averiguamos cómo cambiar todo de abajo hacia arriba, y lo hacemos de un modo que aborde todas esas otras crisis al mismo tiempo? Hay muchas posibilidades de que no lleguemos a la meta, pero cada fracción de un grado de calentamiento que seamos capaces de evitar será una victoria, y con cada política que seamos capaces de lograr para hacer que nuestras sociedades sean más humanas, más capaces seremos de sortear las inevitables conmociones y tormentas que se avecinan sin caer en la barbarie. Porque lo que realmente me aterroriza es lo que estamos viendo en nuestras fronteras en Europa, Norteamérica y Australia. No creo que sea casualidad que los Estados fundados por colonos y los países que propiciaron ese colonialismo estén al frente de esta reacción. Estamos ante los albores de una era de barbarie climática. Lo vimos en Christchurch, lo vimos en El Paso, donde la violencia supremacista blanca va de la mano del racismo antiinmigración más reaccionario.

Esa es una de las secciones más escalofriantes de su libro. Creo que es un vínculo que mucha gente no ha establecido.

Este patrón ha estado claro durante algún tiempo. El supremacismo blanco surgió no sólo porque la gente tenía ganas de pensar en ideas que iban a matar a mucha gente, sino porque era útil para amparar acciones bárbaras pero altamente rentables. La era del racismo científico comienza con la trata transatlántica de esclavos y es un fundamento para esa brutalidad. Si vamos a responder al cambio climático convirtiendo nuestras fronteras en fortalezas, entonces, por supuesto, las teorías que justificarían eso, las que crean esas jerarquías de la humanidad, resurgirán. Ha habido señales de ello durante años, pero cada vez es más difícil negarlo porque hay asesinos que lo vocean por todas partes.

Una crítica que se hace al movimiento ambiental es que está dominado por gente blanca. ¿Cómo aborda esa cuestión?

Cuando se tiene un movimiento que es abrumadoramente representativo del sector más privilegiado de la sociedad, el enfoque va a temer mucho más el cambio, porque la gente que tiene mucho que perder suele tener más miedo al cambio, mientras que la gente que tiene mucho que ganar tenderá a luchar más duro por llevarlo a cabo. Ese es el gran beneficio de tener un enfoque del cambio climático que lo vincule a asuntos básicos: ¿cómo vamos a conseguir empleos mejor pagados, viviendas asequibles, una forma de que la gente cuide de sus familias? He mantenido muchas conversaciones con ambientalistas a lo largo de años en las que parecen creer realmente que vincular la lucha contra el cambio climático con la lucha contra la pobreza o la lucha por la justicia racial va a hacer que la lucha sea más difícil. Tenemos que salir del «mi crisis es más grande que la tuya: primero salvamos el planeta y luego luchamos contra la pobreza y el racismo, y la violencia contra las mujeres». Eso no funciona. Eso aleja a la gente que más lucharía por el cambio. Este debate ha cambiado muchísimo en los Estados Unidos debido al liderazgo del movimiento de justicia climática y porque las mujeres congresistas de color son las que están defendiendo el Green New Deal. Alexandria Ocasio-Cortez, Ilhan Omar, Ayanna Pressley y Rashida Tlaib proceden de comunidades que han recibido un trato tan injusto durante los años del neoliberalismo e incluso más tiempo, que están decididas a representar, realmente, los intereses de esas comunidades. No le temen a un cambio profundo porque sus comunidades lo necesitan desesperadamente.

En el libro, escribe: «La dura verdad es que la respuesta a la pregunta: ‘Qué puedo hacer yo, como individuo, para detener el cambio climático?’ es: nada». ¿Todavía crees eso?

En términos de carbono, las decisiones individuales que tomemos no van a lograr el tipo de escala de cambio que necesitamos. Y creo que el hecho de que para tanta gente sea mucho más cómodo hablar de nuestro propio consumo personal que de un cambio sistémico es producto del neoliberalismo, hemos sido entrenados para vernos a nosotros mismos en primer lugar como consumidores. Para mí, esa es la ventaja de sacar a relucir estas analogías históricas, como el Green New Deal o el Plan Marshall: nos hace recordar una época en la que fuimos capaces de pensar en un cambio a esa escala. Porque hemos sido entrenados para pensar en pequeño. Es increíblemente relevante que Greta Thunberg haya convertido su vida en una emergencia viviente.

Sí, navegó para asistir a la cumbre climática de la ONU en Nueva York en un velero que no contaminaba.

Exactamente. Pero no se trata de lo que Greta está haciendo como individuo. Se trata de lo que Greta está transmitiendo en las decisiones que toma como activista, y lo respeto absolutamente. Creo que es magnífico. Está usando el poder que tiene para gritar a los cuatro vientos que estamos ante una emergencia, tratando de interpelar a los políticos para que la traten como una emergencia. Nadie se libra de juzgar sus propias decisiones y actitudes, pero creo que a veces ponemos demasiado énfasis en las elecciones personales. Yo tomé una decisión – y esto ha sido cierto desde que escribí No Logo y empecé a recibir preguntas del tipo «¿qué debo comprar, dónde debo comprar, cuáles son las ropas éticas?-. Mi respuesta sigue siendo que no soy asesora sobre estilos de vida, ni la gurú de las compras de nadie. Tomo estas decisiones en mi propia vida, pero no me hago ilusiones de que esas decisiones van a marcar la diferencia.

Algunas personas están eligiendo hacer huelga de natalidad [no tener hijos como postura política ante la crisis climática]. ¿Qué opina de eso?

Me alegra que estas discusiones sean de dominio público en lugar de ser temas furtivos sobre los que tenemos miedo de hablar. Ha sido muy aislante para la gente. Para mí lo fue, sin duda, una de las razones por las que esperé tanto tiempo para intentar quedarme embarazada, y le decía a mi pareja todo el tiempo “¿Quieres tener a un guerrero de agua de Mad Max luchando con sus amigos por comida y agua?” No fue hasta que formé parte del movimiento por la justicia climática y pude ver un camino hacia adelante, que incluso pude imaginarme teniendo un hijo. Pero nunca le diría a nadie cómo responder a esta pregunta tan íntima. Como feminista que conoce la brutal historia de la esterilización forzada y las formas en que los cuerpos de las mujeres se convierten en zonas de batalla cuando los políticos deciden que van a intentar controlar la natalidad, creo que la idea de que existen soluciones reguladoras cuando se trata de tener o no hijos es catastróficamente ahistórica. Debemos estar unidos para enfrentarnos al sufrimiento y el miedo que trae consigo el cambio climático, más allá de las decisiones que tomemos a nivel personal. Pero el debate debería centrarse en cómo construir un mundo en el que esos niños puedan llevar una vida plena y exenta de emisiones contaminantes.

Durante el verano, animó a la gente a leer la novela de Richard Powers, El clamor de los bosques. ¿Por qué?

Para mí, ha sido muy importante y me alegra que mucha gente me haya escrito desde entonces. Powers escribe sobre los árboles: que los árboles viven en comunidades y se comunican, planifican y reaccionan juntos. Hemos estado completamente equivocados sobre el modo en que los concebimos. Es la misma conversación que estamos teniendo sobre si vamos a resolver esto como individuos o si vamos a salvar al organismo colectivo. También es raro que en la buena ficción se valore el activismo, que se trate con verdadero respeto, los fracasos y todo, reconocer el heroísmo de las personas que ponen sus cuerpos en peligro. Pensé que Powers lo había hecho de una manera realmente extraordinaria.

¿Qué opina de lo que ha logrado Extinction Rebellion?

Una cosa que han hecho muy bien es sacarnos de este modelo clásico de campaña en el que hemos estado por mucho tiempo, en el que le cuentas a alguien algo que aterroriza, le pides que haga clic en algo para hacer algo al respecto, te saltas toda la fase en la que tenemos que llorar juntos y sentirnos juntos y procesar lo que acabamos de ver. Porque lo que escucho mucho de la gente es, bueno, quizás esas personas en los años 30 o 40 podían organizarse barrio a barrio o de lugar de trabajo a lugar de trabajo, pero nosotros no podemos. Creemos que hemos sido tan degradados como especie que somos incapaces de eso. Lo único que va a cambiar esa creencia es ponerse cara a cara, en comunidad, teniendo experiencias, fuera de nuestras pantallas, unos con otros en las calles y en la naturaleza, ganando algunas cosas y sintiendo ese poder.

Habla de resistencia en el libro. ¿Cómo sigue adelante? ¿Se siente esperanzada?

Tengo sentimientos complicados sobre la cuestión de la esperanza. No pasa un solo día en el que no tenga un momento de pánico, de terror, de completa convicción de que estamos condenados, y entonces salgo de ahí. Me renueva esta nueva generación que es tan decidida, tan contundente. Me inspira la voluntad de participar en la política electoral, porque mi generación, cuando teníamos entre 20 y 30 años, teníamos tanta reticencia a ensuciarnos las manos con la política que perdimos muchas oportunidades. Lo que más esperanza me da es que ahora finalmente tenemos la visión de lo que queremos, o al menos el primer borrador. Es la primera vez que me pasa en mi vida. También decidí tener hijos. Tengo un niño de siete años que está completamente obsesionado y enamorado del mundo natural. Cuando pienso en él, después de haber pasado todo un verano hablando sobre el papel del salmón en la alimentación de los bosques donde nació, en la Columbia Británica, de cómo se relaciona con la salud de los árboles, el suelo, los osos, las orcas y todo este magnífico ecosistema, pensar lo que supondría tener que decirle que no hay más salmón, me mata. Eso me motiva. Y me mata.

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