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Opinión
#UnDíaSinMujeres: las mexicanas estallamos un paro nacional ante la violencia
No tenemos una sino 10 razones para estar furiosas, y este 9 de marzo, las mexicanas protestamos con un paro nacional para denunciar la violencia feminicida
“Vale, ¿qué te gustaría ser cuando seas grande?”, pregunta una madre a su hija de 8 años durante una comida familiar en la Ciudad de México, ella responde “Quiero ser como mi papá”. ¿Por qué como él?”, cuestiona curiosa y hasta un poco ofendida la madre. “Porque es hombre y ellos no tienen miedo como nosotras”.
La violencia feminicida que azota México permea incluso entre sus habitantes más pequeñas.
Después de la marcha feminista del domingo, el dolor unido al coraje y el hartazgo se expresará con un paro nacional. Este lunes 9 de marzo, se organizó #UnDíaSinMujeres. En esta fecha, algunas —las más privilegiadas— paran sus labores sin represalias de sus jefes y hacen sentir su ausencia como proclama: no mujeres en las calles, en los trabajos, en las redes sociales.
Otras, dejarán sus actividades cotidianas para dejarse ver en sitos de concientización, reflexión, activismo en marchas silenciosas. Las que no puedan o no quieran parar, estarán en sus espacios, demostrando que su fuerza es tan necesaria como todos los días.
Los índices de feminicidios en México no han dejado de sumar víctimas desde 1993, año en que se dio una alerta por los feminicidios en Ciudad Juárez. Pueden pasar gobiernos de derecha, ultraderecha, pseudorreformados, de izquierda; se pueden crear leyes en favor del bienestar de la mujer; recibir recomendaciones de organismos internacionales pro derechos humanos, pero la impunidad ante estos delitos es del 90%. Si nadie castiga, la violencia feminicida tiene el camino libre.
En otros países le llaman femicidio (del inglés femicide) a los asesinatos de mujeres cometidos por el odio de los hombres, pero en México, Marcela Lagarde lo llamó feminicidio, pues ese NI añadido culpa a un Estado que no castiga, a esa sociedad que lo normaliza y lo permite, a esa prensa que en vez de condenarlo, usa las fotos de mujeres muertas y sus historias para sus portadas, para vender ejemplares, para ganar clics.
En los últimos meses de 2019 y los primeros de 2020, México ha sido sacudido por las protestas de mujeres que piden justicia desde las redes sociales y se organizan para salir a las calles y, aguerridas, enfrentar a las y los gobernantes, a gritarle a los machos, al patriarcado: #NiUnaMás, #NiUnaAsesinadaMás.
Los intereses políticos de derecha e izquierda han pretendido adueñarse hasta de las protestas feministas más legítimas para llevar agua a su molino, para demostrar —una vez más— que lo único que les importa es el poder. Quieren hacerlo sobre ellos, pero esta protesta es nuestra.
Pese a que vamos de feminicidio en feminicidio, sumando dolores e indignaciones, hay muchas personas que aún preguntan, ¿por qué están tan enojadas? ¿Por qué pintan monumentos, rompen vidrios y quieren quemarlo todo? No hay una sino 10 respuestas diarias.
Porque si aparecemos estranguladas y golpeadas, dirán que fue suicidio, y será nuestra culpa, por elegir novios asesinos, por beber, por no ir a clases, como fue criminalizada Lesvy.
Porque tomar un taxi privado en la madrugada para llegar seguras a nuestro hogar puede significar que nos rapten, nos violen y nos maten, como le ocurrió a Mara.
Porque si decidimos salir de viaje solas, como Sirena, y tenemos el infortunio de toparnos con un feminicida en las vacaciones, la gente no lo responsabilizará a él, sino a nosotras, por irnos lejos de casa.
Porque tenemos miedo de que un día un hombre nos arroje ácido y, si no morimos, entonces haya que sobrevivir y reconstruirnos por más rotas que estemos, como lo hace María Elena, la saxofonista oaxaqueña.
Porque si decidimos ir a divertirnos en vez de morirnos, todo mundo nos va a odiar, como odian a Karen.
Porque nadie verá por nosotras cuando escuchen que nuestro esposo nos humilla, nos golpea o nos corta el cuello con un cuchillo, como sufrió Ingrid; la gente se enterará de nuestro sufrimiento cuando seamos un cadáver mutilado que sale en los periódicos de nota roja y las fotos de nuestros restos pasen de chat en chat, fomentando el morbo de lo que fue nuestra vida y muerte. Claro, también seremos culpables de esto.
Porque ser una niña en México es estar expuesta a que un día nos lleven lejos unos extraños y, si es que nuestra familia nos encuentra, es posible que nos hallen desnudas, golpeadas y muertas en una bolsa de basura, arrojadas como desperdicio en alguna calle, como le pasó a Fátima, quien apenas tenía 7 años.
Porque con cada violencia que vivimos diariamente, podemos llegar a pensar que en realidad sí valemos menos que un hombre.
Porque si aún estamos vivas, nos mostramos furiosas y exigimos justicia, dirán que estamos locas, que somos exageradas y que somos “feminazis”. Como si arrojar diamantina en un rostro quemara más que el ácido, como si las pintas y grafitis de los monumentos fueran más difíciles de borrar que todo el dolor que sentimos porque cada día nos faltan ellas y mañana podríamos ser nosotras.
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