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Artículo Lega, camisasnegras y tercerposicionistas: así utilizan el calcio para violentar una constitución antifascista Sports

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Lega, camisasnegras y tercerposicionistas: así utilizan el calcio para violentar una constitución antifascista

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Se camuflan con adjetivos como antieuropeístas o socialpatriotas, pero usan la violencia fascista verbal y física de siempre

Ignacio Pato

01 Marzo 2018 10:23

El ayuntamiento de Nápoles ha decidido cambiar el nombre de una de las plazas donde se encuadra el estadio San Paolo. El espacio antes dedicado a Vincenzo Tecchio, uno de los jefes del Partido Nacional Fascista de los años 30, ahora será la Piazza Giorgio Ascarelli, en honor del primer presidente del Napoli y constructor del Stadio Vesuvio. Mussolini le cambió el nombre a Stadio Partenopeo porque no podía permitir que un judío tuviera aquel privilegio de nombrar como él quisiera al primer estadio de la ciudad. Los partisanos acabaron con el dictador y los bombardeos aliados con la primera casa del hoy líder de la Serie A.

La medida se enmarca dentro de uno de los cambios progresistas del alcalde Luigi de Magistris -del partido Democrazia e Autonomia- en la tercera ciudad más poblada de Italia. No ha gustado a Forza Nuova, uno de los partidos -abiertamente fascista- que se presentan a las elecciones de este domingo y que precisamente han convocado un mítin en ese mismo lugar. Su lema, 'Italia para los italianos'. Es la punta del iceberg de la estrecha relación de la extrema derecha con el fútbol italiano.

Precisamente en Nápoles, la figura de Matteo Salvini -líder de la xenófoba Lega Nord cuyo lema es Primero los italianos y que se disputa con Berlusconi el liderazgo de la coalición de derechas- queda al descubierto gracias al fútbol. Cada vez que el milanés y milanista Salvini ha intentado ir a la ciudad del sur, ha habido contramanifestaciones e incluso conatos de agresión contra él. El motivo de la herida entre gran parte de la población de Nápoles -y quizá de la región de Campania en general- hay que buscarlo en el momento en el que Salvini cantó lo que él llama como excusa cántico de estadio: "Huele qué peste, huyen hasta los perros, están llegando los napolitanos. Con cólera, con terremotos, no os habéis lavado nunca con jabón. Nápoles mierda, Nápoles cólera, sois la vergüenza de Italia entera".

Hace tres meses, a media ciudad se le revolvió el estómago cuando vio una foto que, tras coincidir en el mismo hotel, publicó Salvini junto a Lorenzo Insigne y Jose Callejón. Los futbolistas fueron muy criticados, pero no tanto como alabado el club cuando posteó que no aceptaba las disculpas de Salvini.

La Lega Nord ha ido intentando azucarar su esquemático programa identitario y clasista con los años. De la provocación independentista padana -el norte rico- que les diferenciaba de posfascistas como Alleanza Nazionale a un discurso federalista y antieuropeo -Salvini ha llamado hace días "experimento fallido" al euro-, pero siempre con una idea detrás: la Italia buena y la Italia mala, la que trabaja y paga impuestos y la que vive de subsidios y de mafia, la culta y elegante y la atrasada y sucia, la moderna centroeuropea que carga con una a la que siempre han considerado norteafricana. Maradona siempre recuerda la primera pancarta que vio en su debut con el Napoli: "Bienvenidos a Italia". Fue en Verona, plaza fuerte leghista. A principios de este año, un diputado de la Lega se alegraba públicamente de que el Atalanta hubiera ganado a un equipo "extranjero" como el Napoli.

No muy lejos, en Caserta, se produjo hace pocas semanas una agresión en categoría amateur. Uno de los integrantes del equipo mestizo Lions Ska recibió insultos y saludos fascistas al día siguiente del atentado de Macerata, donde un ultraderechista disparó a todas las personas negras con las que se cruzaba, recibiendo después apoyo legal de Forza Nuova. El racismo es la gasolina de campañas como la de Fratelli d'Italia, otro de los partidos de la coalición de derechas que puede ganar el 4M y que se presenta bajo el lema 'El voto que une a Italia'. En todo caso a la blanca, deberían especificar, porque abanderan el No al Ius Soli, esto es, la negación de nacionalidad italiana a toda aquella persona que nazca en territorio italiano. Y se han referido específicamente al fútbol, haciendo símiles como "decimos no a las naranjas sicilianas y compramos las marroquíes que son más insípidas". Con el descalabro de la selección italiana -del que Salvini también intentó sacar tajada xenófoba-, en la mente de todo el país, el mensaje de odio identitario es claro.

El facherío sobre el césped a menudo parece una autoparodia. Quién no recuerda el brazo arriba del futbolista ultraderechista más conocido, Paolo di Canio. No hace mucho le quiso emular un jugador amateur, celebrando un gol con el mismo saludo romano pero además esta vez con una camiseta que reproducía el escudo de la Repubblica Sociale Italiana, que no fue sino el infame Estado títere (1943-45) que Mussolini trató de mantener junto al nazismo alemán antes de que partisanos y aliados liberasen Italia. Para mayor escándalo, sucedió en Marzabotto, un pueblecito al sur de Bolonia donde los nazis asesinaron a entre mil y dos mil civiles en represalia por su ayuda a los partisanos. La extrema derecha, Salvini entre ella, lo minimizó.

CasaPound es, por supuesto, la novedad que en algunos medios en castellano se ha vendido como "hipsters de extremo centro". En dos sencillos pasos, nos llevan hasta los paramilitares ucranianos del Batallón Azov, uno de cuyos últimos vídeos -por la unidad de España, "grande, libre y unida como Ucrania"- acaba con música de Bronson, el grupo de punk melódico creado en CasaPound Roma, uno de los más conocidos a nivel europeo. Autovendidos como tercerposicionistas -ni izquierda ni capital- CasaPound solo se aleja del fascismo clásico mediáticamente. Su dinámica interna no disimulada organiza charlas en el Circolo Futurista -sí, la estética del fascio- con temáticas como el "asedio" contra el Alcázar franquista o invitadas como Melisa Ruiz, líder de Hogar Social Madrid. En el fútbol, CasaPound ha continuado lo que ya intentó a finales de los setenta el británico National Front: meterse en las gradas. Un buen ejemplo reciente está en el estadio de la Lucchese, en Toscana, de Serie C. Allí -donde el partido superó el 8% en las municipales y llevó a un concejal al ayuntamiento- la presencia de CasaPound se deja notar hasta extremos como tener un cabecilla, Andrea Palmeri, combatiendo en el Donbass.

La escena ultra italiana se construyó desde finales de los sesenta en paralelo a una polarización política de la sociedad que acabó estallando en los duros y represivos Años de Plomo. Toni Negri, uno de los intelectuales marxistas más importantes de nuestra época, fundó casi a la vez el colectivo de acción Autonomia Operaia y las Brigate Rossonere milanistas. En las gradas del calcio ha habido, desde la época, extrema izquierda y sobre todo extrema derecha. El ministerio del Interior, en su último censo de grupos ultras, cuenta 382 colectivos (con casi 40.000 miembros), de los que 45 están considerados de derecha y 40 de extrema derecha (unos 8.000 en total). Las curvas que arrastran peor -y merecida- fama son las del Hellas Verona (con uno de sus capos, Yari Chiavenato, como líder local de Forza Nuova y posteriormente Lega Nord), Lazio (también en su rival, la Roma, hay intentos de CasaPound por conquistar la grada ultra con Padroni di Casa), Juventus o Inter, con grupos de inspiración mussoliniana como Boys SAN (Squadre d'Azione Nerazzurre) o Viking, responsables de una de la veintena de muertes alrededor del calcio en medio siglo.

Todos los candidatos, líderes, partidos y ultras anteriormente mencionados saben de sobra que Italia es una república fundada sobre el antifascismo. Así lo establece la XII disposición transitoria que se añadió cuatro años después a la hoy vigente Constitución de la República Italiana de 1948. El país trataba de recomponerse económica, social y moralmente de la destrucción a la que le llevó la dictadura y quedó legalmente escrito que "está prohibida la reorganización, bajo cualquier forma, del disuelto partido fascista". La también conocida como Ley Scelba sanciona a "cualquiera que haga propaganda por la constitución de una asociación, de un movimiento o grupo que tenga características y finalidad" de reorganización de dicho partido fascista, y a "cualquiera que públicamente exalte exponentes, principios, hechos o métodos del fascismo o sus fines antidemocráticos". Escrito está.

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