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Opinion ARCO, censura y presos políticos: la muerte del relato común en España Culture

ARCO, censura y presos políticos: la muerte del relato común en España

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Getty Images / ARTE PG
 

ARCO, censura y presos políticos: la muerte del relato común en España

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Lo de ARCO va mucho más allá de la censura, y te afecta estés a favor o en contra

Esta mañana, ARCO decidía retirar de su feria anual Presos políticos en la España contemporánea, una obra fotográfica de Santiago Sierra que ocupaba el stand de la galería Helga de Alvear. Si el movimiento, en palabras del galerista Alberto Gallardo, se daba en pos de “evitar polémicas”, la censura contra Presos políticos en la España contemporánea no ha hecho más que avivarlas.

Se quiera verbalizar de forma más o menos diáfana, los problemas que ARCO localizaba en la obra de Sierra eran tres: Oriol Junqueras, Jordi Sànchez y el título de la obra que los acogía a ambos, elevándolos a la categoría de presos políticos en la España contemporánea. “En España no hay presos políticos, porque es una democracia absolutamente consolidada”, reaccionaba esta mañana Isabel García Tejerina, ministra popular de Agricultura y Pesca, Alimentación y Medio Ambiente.

Margarita Robles, portavoz del PSOE en el Congreso de los Diputados, secundaba a Tejerina, aplaudiendo la decisión de ARCO y de “todo lo que ayude a rebajar la tensión” con Cataluña.

Según el paisaje dibujado por socialistas y populares, la decisión tomada por ARCO –de la que su director se desmarcaba, a la vez que la feria publicaba un comunicado dónde lamenta que Sierra estuviese “perjudicando la visibilidad del conjunto de los contenidos que reúne ARCO”– no tenía nada que ver con episodio alguno de censura.

La retirada respondía, en todo caso, a corregir una imprecisión: si no hay presos políticos en la España contemporánea, ¿cómo concebir que haya un producto cultural que así lo atestigüe? Si eso es claramente una pipa, ¿cómo se le ocurre a René Magritte intentar convencernos de lo contrario?

La trición de las imágenes (René Magritte, 1928-1929)

Si la infamia ha sido comparada, por cercanía en tiempo y espacio, tanto con el anuncio de ingreso en prisión por parte del rapero Valtonyc, como con la orden de secuestro que pesa sobre el libro Fariña de Nacho Carretero, dos ataques a la libertad de expresión acaecidos ayer mismo, Presos políticos en la España contemporánea y su exilio de ARCO tiene particularidades propias.

Mientras Valtonyc y Carretero, cada uno en su campo, eran acusados de mancillar el honor de reyes y políticos populares, cuyo status y condición nadie pone en duda –puedes ser republicano y reconocer que Felipe VI es, a tu pesar, monarca–, Santiago Sierra y su obra planteaban un problema distinto: Presos políticos en la España contemporánea no se enfrenta al carcelero reconociéndolo como tal, sino que otorga al prisionero un status, una condición, sobre la que ahora mismo no existe consenso alguno.

El “en España no hay presos políticos” de Tejerina no es solo suyo: es un sentir que comparten sus votantes, los votantes de Robles, y también todos aquéllos que abandonaron a sus respectivas formaciones para ceder su voto a Ciudadanos. En la otra bancada, refutando el “no hay presos políticos”, encontramos a independentistas vascos, catalanes, así como a distintos miembros de Podemos y sus confluencias –Presos políticos en la España contemporánea se nutre, no en vano, de prisioneros cercanos a estos tres vectores.

Lo que evidencia el ostracismo al que se ha condenado Presos políticos en la España contemporánea, de este modo, no es tanto una problemática que tenga que ver con la censura, sino con la ausencia de un relato común que nos haga capaces de reconocer dicha censura como tal.

El Bebedero (Santiago Sierra, 2016)

Santiago Sierra, que ha calificado la decisión de ARCO como “una falta de respeto a la inteligencia del público”, participó en esta misma feria el año pasado con El Bebedero. En dicha instalación, dónde audiovisual, escultórico y performativo se daban la mano, Sierra utilizaba la esvástica nazi para reflexionar sobre cómo la historia era capaz de llenar y vaciar de significado ciertos símbolos.

Si las ratas bebiendo de memorabilia nazi no supuso ningún problema para el transcurrir del pasado ARCO fue porque, sin importar la sensibilidad política que ostentemos, nuestra codificación del nacional socialismo es compartida. Podemos considerar que El Bebedero es una obra frívola, de mal gusto, exultante, reivindicativa, crítica; en cualquiera de los casos, la instalación no pone en cuestión nuestra posición sobre el Holocausto, sobre Treblinka o sobre Dachau.

A falta de un Nuremberg, o precisamente por un Nuremberg que más de dos millones de personas se niegan aún a acatar, Presos políticos en la España contemporánea sí lo hace.

O quizás no. Quizás todo sea mucho más sencillo; más prosaico. Todo. “Si Amazon”, escribía aquí Antonio J. Rodríguez, “se plantea romper su relación con Woody Allen, no es porque la empresa sea un vergel de progresismo, derechos humanos y buenas intenciones; es porque valora un impacto negativo en sus cuentas de resultados. Se trata de simple mercado”.

“Yo soy una simple galerista”, cambia (y corta) Helga de Alvear, “y quiero volver el año que viene”.

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