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Lo que nadie te contó sobre la guerra de Irak está en ‘La última bandera’

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Con 'La última bandera', Richard Linklater inventa un nuevo género: el post-bélico

víctor parkas

15 Febrero 2018 15:49

“Nunca hubo una guerra en Irak.

Una guerra es cuando dos ejércitos combaten"

Bill Hicks

Es 2003 y tu hijo, que se alistó alentado por la ola de patriotismo que sucedió a la caída de las torres, ha muerto en Irak. Tiro en la nunca: es una frase que no entiendes en toda su dimensión hasta que abres su ataúd y presencias lo que ahora sujeta su cuello; lo que queda de su cara. Te dicen que ha muerto con honor, defendiendo su país, pero sabes que es mentira. Lo sabes porque tú, antes se llamaba Vietnam, estuviste allí. Sabes que en ese lugar, en ese territorio enemigo en perpetuo movimiento, no hay nada parecido al honor.

La última bandera de Richard Linklater es, en apariencia, un trabajo menor: su trascendencia no parece poder competir en igualdad de condiciones con Antes del Amanecer –y sus secuelas– o con la celebrada Boyhood. Por suerte, como tantas otras veces, las apariencias engañan: el decimoctavo film de Linklater vuelve a reflexionar sobre el paso del tiempo, la evolución de nuestras heridas a medida que caen las hojas del calendario, y la tragedia inevitable a la que, en mayor o menor medida, todos nosotros estamos abocados.

La última bandera (Richard Linklater, 2017)

Precisamente en Antes del Amanecer, Ethan Hawke le contaba a Julie Delpy cómo un conocido suyo, cuando vio a su hijo recién nacido, no podía quitarse de la cabeza la idea de que ese ser humano iba a morir algún día. La última bandera dialoga, en parte, con ese concepto: en la nueva película de Richard Linklater, Larry (Steve Carrell) va en busca de sus compañeros en Vietnam, Sal (Bryan Cranston) y Richard (Laurence Fishburne), para encontrar apoyo moral con el que dar sepulcro a su hijo, también militar, caído en la última guerra de Irak.

Si Antes del Atardecer y Antes del Anochecer sirvieron a Linklater para crear un tríptico en el que temporalidad entre el rodaje de los filmes fuese un valor añadido –el realizador reunía a Hawke y Delpy de década en década, para retomar los papeles que interpretaron en 1995–, La última bandera utiliza unos códigos en sintonía: basada en una novela de Darryl Ponicsan que supuso la continuación de su The Last Detail, el guión de Linklater retoma unos personajes que, con otro nombre, ya dieron su salto a la pantalla grande en 1973.

La película, de corte cómico, se llamó El último deber.

El último deber (Hal Ashby, 1973)

Si el humor es tragedia más tiempo, la tragedia, por fuerza, tiene que ser resultado de sumar horas, días y años al humorismo. Da igual el árbol: si tienes paciencia, todo fruto acaba podrido. O, peor aún, tirando. Eso hacen Larry, Sal y Richard en La última bandera: ir tirando. En algunos casos gracias al whisky; en otros, gracias a Dios. Como el título original de otro Linklater, Movida del 76, los exmilitares se encuentran aturdidos y confundidos: cuando la radio del coche escupe Whithout Me de Eminem, ellos añoran los tiempos de la Motown.

“¿Me dices en serio que este tipo es blanco?”.

Como todos los personajes de Richard Linklater, como los de Suburbia, como los de Slacker, los de La última bandera se encuentran, pese a tener esta vez un objetivo claro, en un continuo vagar. La película funciona como una desorientada road movie, en la que los personajes se saben destinados a presenciar, pese al desplazamiento físico, cómo sus almas son y serán incapaces de abandonar la casilla de salida. Sea veterano o adolescente, ése ha sido siempre el viaje, la condena, de cualquier antihéroe: ver cómo la catarsis nunca llega.

La última bandera (Richard Linklater, 2017)

Si las cronologías son indispensables para abordar a un cineasta como Linklater, cabe reflexionar sobre por qué el director ha querido volver a 2003 casi una década y media después. La única razón plausible es que, solo desde esa distancia, una película como La última bandera podría llegar a salas sin ser acusada de anti-americana; de proselitismo demócrata. El drama que la empuja, además, no cesó tras la contienda de Irak, ni tiene visos de cesar ahora: en Estados Unidos, y fuera de ellos, siempre habrá alguna madre, algún padre, que ve cómo le arrebatan a un hijo a cambio de la sucia bandera nacional.

Si los 70 y los 80 supieron dejar a un lado la épica cinemática de la guerra para mostrarnos su peor cara en títulos como Apocalypse Now, Platoon, La chaqueta metálica o Nacido el 4 de julio, el tiempo acabó colocando todas esas propuestas en la misma sección que Arenas Sangrientas, El Sargento de Hierro o Patton. Cine bélico, a su pesar. La última bandera esquiva esa maldición y, por el camino, inventa un nuevo género: el post-bélico. Allí, los disparos son misivas del Ministerio de Defensa; los honores funerarios, emboscadas.

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