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Culture
La realidad de aprovechamiento y la conciencia como papel higiénico
Julián Génisson
22 Abril 2020 14:35
El 15 de marzo, segundo día de confinamiento aquí, me enteré de que iban a sacar una película llamada Corona Zombies. Sé que fue ese día porque inmediatamente le mandé un whatsapp a mi tío, con el que nunca me hablo... pero que desde el minuto uno me había estado reenviando memes belgas de papel higiénico, borrachos, etc.
Por el póster pensé que habrían encontrado la manera de rodar en algún país donde aún era posible salir a la calle, o por lo menos juntarse varios en un mismo apartamento; pero en absoluto. La película es una mezcla de materiales de distinto origen: extractos doblados de una película antigua de zombis llamada Virus (supongo que es parte de la broma), lo que parecen ser recursos de otras películas de zombis de la misma productora, imágenes reales de informativos y unas pocas escenas nuevas, en las que una actriz —entiendo que confinada— habla por teléfono con una amiga sobre papel higiénico. La superposición de imagen antigua (reciclaje de reciclaje: la propia Virus es una especie de calco de Zombi de Romero, con personajes copiados y hasta la misma banda sonora) y planos grabados ayer mismo, prácticamente en tiempo real, crea un efecto extraño, en mi caso agravado porque me quedé dormido a la mitad y lo recuerdo todo como un delirio de duermevela (como todo lo que ha pasado este último mes, en general).
De lo que sí recuerdo de la película, me quedo con el concepto de aprovechamiento (en el sentido de ser un aprovechado, pero también en el sentido de, por ejemplo, cocinar con sobras, y más allá, hacer lo que se puede con unos recursos que ya no serán renovados), que no puedo no relacionar con la estética cyberpunk de temporalidades superpuestas (el futuro proyectado en el presente miserable de siempre en forma de basura y fragmentos de tecnologías); una estética que se irá convirtiendo cada vez más en nuestro día a día a medida que se nos vayan rompiendo los aparatos y no tengamos manera de repararlos, que empecemos a cortarnos el pelo nosotros mismos y en general nos cambie el cuerpo porque no tenemos con que compararlo.
Por lo pronto, hay que ir haciéndose a la idea de que, al menos por un tiempo, mientras no sea seguro juntarse entre varios, no volveremos a ver imágenes nuevas, o por lo menos no de la calidad a la que nos habíamos acostumbrado. Y probablemente ideas nuevas tampoco: la precipitación con la que se armó esta película me recuerda a la de algunos filósofos que se lanzaron a pensar el virus y la nueva realidad del confinamiento a base de conceptos recalentados (habrían dicho lo mismo si en vez de un virus hubiera sido una lluvia de ranas, un dinosaurio o el descubrimiento de la Atlántida); y, en otro registro, la precipitación con la que algunas cabezas de la derecha piden ya que se haga el luto por las víctimas del virus. Pero la lechuza de Minerva alza el vuelo al anochecer, que es el duelo del día y de la luz deslumbrante que impide pensar, y por eso no tiene sentido ponerse a filosofar antes de tiempo, como tampoco ponerse corbatas negras cuando las pérdidas todavía no han terminado de producirse (prueba de que no les importan realmente los muertos es que ya han hecho el duelo). Perdón, sí que veremos imágenes nuevas, pero imágenes reales (hospitales colapsados, desinfección de pirámides, drones regañando a los paseantes, cementerios militarizados, el Papa haciendo misa solo), infinitamente más aterradoras, conmovedoras e interesantes que cualquier película que pueda estar haciendo nadie ahora mismo en su apartamento.
Puede que uno de los rasgos más característicos de nuestra cultura —suponiendo que sea una, y nuestra— sea el no saber bien qué hacer con los residuos, sean del pasado o del futuro. No es casual que el gran símbolo de esta crisis sea el papel higiénico, los rollos que volaron de los estantes de los supermercados los primeros días (y seguramente el concepto de robar pagando diga algo del funcionamiento de la economía en el presente estadio del capitalismo). E intuyo que algo tiene que ver con el presente momento de la conciencia, o la mía por lo menos.
Como el papel higiénico, la conciencia puede tener más o menos capas (sé que estoy encerrado, sé que sé que estoy encerrado, y así todas las vueltas que queramos). Como el papel higiénico, la conciencia puede ser reciclada (y soy el primero que sigue pensando que más pronto que tarde todo volverá a ser como antes, y sigo reciclando maneras de pensar de antes, reflejos de antes, un poco a la manera de los zombis, muertos que no se dan por aludidos). Como el papel higiénico, la conciencia, en la medida en que no podemos escondernos de nosotros mismos, tiene algo vergonzoso (de hecho, hay gente que no mira el papel antes de tirarlo). Del mismo modo en que demasiado papel higiénico puede atascar las cañerías, el exceso de conciencia suele resultar incapacitante (y los dos son biodegradables), y así sucesivamente. No termino de ver la conexión, pero creo que hay algo importante ahí, que espero entender algún día.
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