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Cuando Sónar nació, ellas y ellos sólo eran un brillo en los ojos de sus padres

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Foto: Nash Does Work
 

El festival de música avanzada celebra su 25 aniversario, pero ellas y ellos apenas han alcanzado esa edad: rastreamos el Sónar en busca de los artistas postmillenials más interesante de esta edición

víctor parkas

16 Junio 2018 12:43

La tensión que experimenta el Sónar es la misma que atraviesa la totalidad de manifestaciones electrónicas que el festival acoge en su seno: ¿Cómo podemos seguir mirando al futuro sin descuidar nuestro tributos al pasado? ¿Cómo continuar, como promete el subtítulo de festival, avanzando, sin dejar de mostrar respeto a la tradición?

Sónar, para su edición número 25, ha hecho de esa tensión un motor de combustión interna: depende de cómo construyeses tu parrilla, bien podías disfrutar de una retrospectiva purista de estos cinco lustros –Laurent Garnier, Angel Molina, Richie Hawtin–, bien apostar por artistas emergentes que te hicieran adentrar por selvas más heterodoxas.

Foto: Nash Does Work

Traducido a la práctica: o bien saludabas al Sónar con la cavernosa y gélida sesión Monochrome del veterano Oscar Mulero, o bien lo hacías con el también-oscuro-pero-bailable set de Absolut Terror, cuyo dark urban cementoso hacía, paradójicamente, que el césped artificial del escenario exterior acogiese los tímidos y primerizos bailes del jueves tarde.

Con un ojo puesto en el callejeo hispano desde 2015, cuando Pxxr Gvng fueron la rara avis de cartel, los postmillenials bastardizadores del hip hop cada vez ocupan más espacio –y más espacios– en el Sónar: del ganador de ocho discos de oro Rels B, al histrionismo empoderador de Nathy Peluso, pasando por el ex-Pxxr Gvng Steve Lean o por el exiliado político Valtonyc, la radiografía del trazado urbano en esta edición ofrecía propuestas para todos los paladares.

Foto: Alba Ropérez

En sintonía, pero con un perfil más bajo, Merca Bea ofreció una sesión de dembow atronadora, con concesiones al reguetón plurilingüe, importado de la Costa Dorada, cortesía de los irreverentes Crimen Pasional. Simultáneamente, y en antípodas sonoras, Sinjin Hawke y Zora Jones, colaboradores respectivos de Kanye West y La Zowi, daban un directo de electrónica acuosa con visuales apabullantes –sus figuras, robadas por motion capture, se proyectaban en directo a sus espaldas, deformadas con filtros alucinógenos.

Defendiendo la escena de afro-rap británico, encontramos a IAMDDB y Little Simz. La segunda, que actuó acompañada, no sólo de un pincha, sino también de teclado y batería, desgranó un cancionero a caballo entre el hip hop y el R&B con un poderío extenuante. “Esto sí me representa”, dice el cantante y DJ Miqui Puig, con el que me topo en el concierto de la anglo-nigeriana.

Foto: Fernando Schlaepfer

Simz daría paso al set de Yaeji, una DJ neoyorquina de origen coreano cuya sesión fue de la tarde de Ibiza a la noche de Detroit, y de ahí al atardecer peruano de Novalima. Kathy Lee según su documento de identidad, Yaeji tomaba el micro de vez en cuando para ponerse a cantar a lomos de un house firme y contundente.

Si tuviéramos, pero, que buscar un reducto dónde los integrantes de la generación Z campen a sus anchas, tanto a nivel de line-up como de público, no queda otra que recluirse en el escenario XS. Inaugurado el pasado año para albergar los lives de activos como Yung Beef o Bad Gyal, este pequeño espacio recoge lo más granado de la producción urban de corte centenial.

Alba Ruperez

Allí puso patas arriba el binarismo Putochinomaricón, con su j-pop deudor de la irreverencia electro-punk de Putilatex o Ultraplayback. Con una puesta en escena entre lo kabuki y lo cañí, dónde las líneas rojas sobre blanco de su anorak daban paso a una chaleco reflectante con la leyenda ‘compro oro’, Putochinomaricón dio un show interseccional de dónde no salió indemne ni el director artístico del fest.

“Espero que el caballo no sea real”, dijo, de la taxidermia que coronaba su escenario, “y que esté hecho de tofu”.

Foto: Nash Does Work

Devolviéndonos, a rastras, a la normatividad, Maikel Delacalle también fichó por el XS para desplegar su R&B de barrio (insular). Proveniente de la diversa camada de rap canaria, dónde también perviven los burlescos Locoplaya, el nuevo niño mimado de Universal Music demostró que en el urban malote-pero-sensible hay vida más allá de C Tangana. ¿Invitado sorpresa? Kaydy Cain.

Pedrito Ladroga, tan solo unas horas antes, irrumpía en el mismo escenario cargando a su espalda una enorme cruz y ataviado como una versión trashy de Jesucristo. Su público, repartido equitativamente entre normies con riñonera y punks con camiseta de PGB –Partido de la Gente de Bar–, disfrutaron de una performance que incluyó a bailarinas con pasamontañas, el cameo de una Hello Kitty super deformed, y beats que hacían retumbar el pecho nivel taquicardia post-blancón.

Foto: Alba Ruperez

Más allá de los dominios de XS, y en un necesario horario nocturno, el sueco Yung Lean demostró que el rap de la era SoundCloud y el lamento emo no son tan irreconciliables como podría parecer. El componente de Sad Boys, rodeado de bidones amarillos con logo nuclear, se antojaba más un crooner que un rapero al uso: un pie de micro le acompañaba en sus tracks más lentos, mientras la anhedonia se filtraba por los poros de canciones tan desgarradoras como Agony.

Atrayendo el sueco a un número moderado de público, era inevitable pensar que Yung Lean y Rosalía deberían haber intercambiado espacio-tiempo en el festival: el SonarHall se le quedó tan chico a la cantante catalana, que más de la mitad de su público se quedó sin poderla ver. El equipo de seguridad crearía, incluso, un inédito perímetro de seguridad alrededor de las puertas del Hall.

Mientras me dirijo al concierto de Gorillaz, repaso IG y Twitter, dónde hay cuórum: Rosalía, con todo lo que problemático que pueda sonar, es “la Beyoncé española”.

Foto: Alba Ruperez

Como cabeza de cartel, Damon Albarn sudó y bien un elegantísimo –y hooliganero– jersey Stone Island en el directo de Gorillaz. De acuerdo: siendo estrictos, un proyecto como Gorillaz quizás no encaje en una crónica < 25 de Sónar, pero, ¿qué ha hecho Albarn, sino encontrar la fórmula perfecta para no envejecer, escondiéndose tras los icónicos e inmutables dibujos de Jamie Hewlett?

Y, de acuerdo, no estoy siendo estricto, pero cuando Lil Simz subió al escenario para interpretar Garage Palace, un afro-trap incluido en Humanz, el pabellón casi se viene abajo. Ni las dos irrupciones de De La Soul, ni el ‘lo-lo-lo’ de On Melancholy Hill, ni el broche final de Clint Eastwood pudieron eclipsarla. Simz, como el jueves, pero en gran formato, reinó y reina.

No estoy siendo estricto, pero: her future is coming on; it’s coming on.

Foto: Fernando Schlaepfer

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