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¿Y si dejamos que la gente con diversidad mental protagonice sus propias películas?

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¿Y si dejamos que la gente con diversidad mental protagonice sus propias películas?

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Tras las conquistas raciales y de género, ¿por qué Hollywood no es capaz de generar espacios de visibilidad para las personas con diversidad mental?

Estrenado a principios de esta semana, el tráiler de Maniac nos dejaba otear las primeras imágenes de la que será nueva serie de Netflix. El show narra la historia de Annie Landsberg (Emma Stone) y Owen Milgrim (Jonah Hill), dos pacientes que son sometidos a una terapia experimental creada por un psiquiatra interpretado por Justin Theroux. El personaje de Stone arrastra traumas derivados de una compleja relación familiar.

¿El de Hill? Esquizofrenia diagnosticada.

El avance de Maniac llegaba solo un par de semanas después de que Glass se presentara en la pasada San Diego Comic Con: el proyecto, que unía dos películas de M. Night Shyamalan tan poderosas como Múltiple y El Protegido, centra su acción en un psiquiátrico donde los protagonistas de dichas cintas han sido recluidos, con el objeto de darles un tratamiento para paliar el desajuste emocional que les lleva a creerse superhéroes.

La diversidad mental, construcción con la que se quiere desestigmatizar nuestra noción de ‘locura’, ha sido un tema recurrente en Hollywood: desde dramas como Alguien voló sobre el nido del cuco hasta blockbusters de acción como Doce Monos, los desarreglos mentales han sido protagonistas y secundarios en cintas que forman parte ya de nuestra educación como espectadores; es algo que hemos desproblematizado.

El problema, si lo hay, no está tanto en la existencia de esos productos como en su articulación formal: en su inmensa mayoría, todas esas películas están protagonizadas por actores que, ni sufren, ni han sufrido los trastornos que performan en pantalla. La defensa más obvia para perpetuar este procedimiento suele ser que el trabajo de los actores pasa, precisamente, por meterse en la piel de otros.

Si el argumento te suena, es porque no es precisamente nuevo.

'Bamboozled' (Spike Lee, 2000)

¿Es comparable el ‘blackface’ del cine de los orígenes con Edward Norton dándose puñetazos a sí mismo en El Club de la Lucha? La pregunta se puede reformular: ¿Es comparable el racismo que el capacitismo contra personas con algún tipo de diversidad funcional? No, no son comparables, pero sí forman parte del mismo entramado: la opresión sistémica que coloca al hombre cis-hetero y blanco, con minipuntos por salud, belleza y clase, en lo más alto de la pirámide de privilegios.

Quizás, con el tiempo adecuado de por medio, el visionado de Una mente maravillosa suponga una experiencia tan kitsch y distanciadora como la que supone revisar hoy El nacimiento de una nación de D.W. Griffith. De cumplirse, esa elucubración se desplegaría en un contexto donde actores con diversidad funcional se estarían encargado de protagonizar sus propias historias.

Historias que, sin pudor, utilizan la palabra ‘maníaco’ como título.

Teniendo en cuenta que, hasta 2018 con Pose y Rub & Tug, Hollywood no ha cedido a que las historias protagonizadas por trans sean interpretadas por trans, parece claro que la meca del cine sólo es capaz de visibilizar a comunidades siempre y cuando éstas no aparezcan en la Clasificación Internacional de Enfermedades reconocidas por la OMS —la transexualidad dejó de serlo el 18 de junio de este mismo año.

De nuevo, la transexualidad y la diversidad mental no son análogas sino en su condición de objetos a los que oprimir. El hecho de que los actores racializados y de identidades no-normativas peleen en el campo de lo epidérmico dónde los intérpretes con patologías psíquicas lo hacen en el mental propicia la falacia: alguien con diversidad mental jamás estará en condiciones de memorizar un guión, seguir un plan de rodaje, interactuar con un equipo.

Facts: un 15% del medio millón de personas con diversidad mental en España trabajan; los que hemos decidido que no pueden hacerlo ante una cámara somos nosotros.

Cualquiera que haya conocido a —o convivido con— alguien con diversidad mental sabe de grados, de subidas, de bajadas. Sabe de montañas rusas y de calma chica. De estabilidad. De conciliar depresión y trabajo. De cuidados: Los Girasoles de Van Gogh no son fruto del genio loco del pintor, como nos recordó Hannah Gadbsy, sino de la gestión y el amor que le concedió un hermano preocupado por él y su bienestar.

Que le jodan al buenismo, que le jodan a las cuotas: la representatividad, en éste y en cualquier otro caso, merece la pena ser defendida, no ya sólo para exigir la visibilidad de aquéllos que ahora no la tienen, sino para que las ficciones que consumimos como audiencia sean mejores, con más matices, con más capas de lectura. No es corrección política, estúpido: lo que está en juego, ahora mismo, son girasoles.

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