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Artículo “La pluma está vetada en el flamenco”: los bailaores que desafían los roles de género Culture

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“La pluma está vetada en el flamenco”: los bailaores que desafían los roles de género

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Una nueva generación de bailaores LGBTQI están abriendo paso hacia un flamenco más diverso.

anna pacheco

18 Julio 2017 06:00

Imagen vía Marcos Flores

A los 11 años Fernando se convirtió en el maricón del barrio. No le pilló por sorpresa: ya lo intuía. Pese a ser un chavalín sabía la que le llovería entre sus vecinos y amigos solo porque, de una vez por todas, había decidido apuntarse a la academia de danza. Esa misma en la que asistía, como espectador, para ver a su hermana.

Siempre era la misma historia: su hermana bailaba y él miraba, embelesado y con ojos de niño. Como quien mira un trozo de tarta prohibida que alguien ha dicho que no se puede tocar. 

“En esa escuela solo había un niño y era el maricón del barrio. Así que yo sabía que si me ponía a bailar acabaría ocupando ese mismo rol”, explica Fernando López (Madrid, 1990) por conversación telefónica. El presagio, tristemente, se cumplió.

Pero también se cumplió todo aquello que no le explicaron: que acabaría convirtiéndose en un bailaor profesional de flamenco y que, además, disertaría sobre la condición de ser homosexual en este mundo. Con 27 años, Fernando López ha publicado De Puertas para adentro. Disidencia sexual y disconformidad de género en la tradición flamenca (Egales, 2017), un ensayo que explora justamente en los tabús respecto a la homosexualidad dentro de esta danza y las rígidas estructuras de los roles de género. Fernando sabe bien de qué va todo eso.

Fernando López

“Decir que yo bailaba, decir que quería dedicarme a eso fue, para mí, como una salida del armario. Además, en ese momento, con 11 años yo no me planteaba ni mi sexualidad. No sabes ni de qué se trata. Tu entorno toma la decisión por ti, deciden que eres maricón y te lo hacen saber como insulto”, explica. De ahí que esa ruptura, con el entorno cercano de amigos, resultara si cabe aún más violenta. Fernando descubrió que era gay desde el estigma y la burla de ser un niño al que sencillamente le gustaba bailar.


“Me sentía comprimido. El hombre en el flamenco sigue líneas más rectas, usa menos los hombros o las caderas, expresan mucho menos que las mujeres en el rostro. El hombre sigue siendo el macho alfa y la mujer es la seductora"


Una vez superada la primera barrera, llegan las otras: Fernando es un apasionado del flamenco —viene de familia de artistas y aficionados a esta música— pero siente que su forma de expresarse no acaba de encajar. Él es admirador de Antonio Gades, Farruquito y tantos otros. Pero a medida que pasan los años se va dando cuenta que su estilo es distinto al resto.

“Me sentía comprimido. El hombre en el flamenco sigue líneas más rectas, usa menos los hombros o las caderas, expresan mucho menos que las mujeres en el rostro. El hombre sigue siendo el macho alfa y la mujer es la seductora”. Fernando no acababa de encajar en esa masculinidad normativa. En la segunda academia volvió a ser el único chico y esta vez le pusieron en una clase aparte, con sus maestros, pese a que él se sentía mucho más cómodo trabajando con las compañeras mujeres.

Una trayectoria similar fue la que vivió el bailaor de flamenco Manuel Liñán, granadino de 37 años y una de las figuras más representativas de esta nueva generación de flamencos diverso. “En algunas escuelas había maestros que decían que los hombres no tenían que levantar las manos más de una determinada altura o que no podían bracear. La mujer en cambio era el braceo, la redondez, la coquetez”, explica el artista, que empezó a bailar con 6 años como actividad extraescolar. Para él también supuso una ruptura con todo su círculo.

Liñán acaba ha ganado recientemente el Premio Max al mejor intérprete por la obra Reversible en la que baila con un mantón y bata de cola y que no tiene nada que ver con esa masculinidad hegemónica. Ambos participaron en la primera edición del Festival Flamenco Diverso, el primer festival de flamenco LGTBQ del mundo que tuvo lugar en España.

“Cuando terminé de montar Reversible fui consciente en ese momento de todo lo que había contado en esa obra. Toda la carga que tiene sobre mi intimidad. La verdad es que mi familia me ha apoyado siempre, pero quizás no se esperaban que fuera a manifestarme tal y como lo he hecho”, explica Liñán.

En Reversibles los hombres se contonean, se expresan sin miedo, rehuyen de la rigidez del baile jondo y los hombres también se tocan porque no hay rastro de bailaoras empeñadas en seducirlos. 

Fernando empezó a explorar las nuevas masculinidades en su obra a partir de una estancia en París donde estudió arte y filosofía. Ahí entró en contacto, por primera vez, con propuestas contemporáneas más transgresoras: se dio cuenta de que era posible romper con los códigos del movimiento basados en el género y empezó a buscar todas aquellas cosas que ni a la mujer ni al hombre se le permite en el baile flamenco. Se le abrió, de alguna forma, una nueva vía para expresarse. Los espectáculos de Fernando López, además, tienen un fuerte carga filosófica e incluyen muchas partes de texto.

Las propuestas de Fernando López como de Manuel Liñán, y otros muchos que exploran en la diversidad, están condenadas, pese a todo, a circuitos reducidos o alternativos. “Es un público preparado y que ya sabe lo que busca”, explica. Muchas de sus giras son fuera de España donde reciben mayor atención. En flamenco convencional, o tradicional, la homosexualidad sigue invisibilizada.

“La pluma está vetada en el flamenco”, denuncia el artista. Una programadora de un famoso festival de Holanda me dijo que no programaba a tal persona porque tenía pluma y no le gustaba. Esto sigue ocurriendo ahora. No hace 50 años. La plumofobia está a la orden del día: no nos gusta mucho ver a bolleras ni a bailaores gays porque simplemente no estamos acostumbrados y no queremos hacer el esfuerzo por estarlo”, denuncia el artista.

“Los festivales tradicionales nos dicen que nuestros trabajos son muy modernos. Y los teatros que buscan algo más contemporáneo nos dicen que es muy tradicional porque pese a los cambios de roles de género sigue partiendo de una base muy importante de flamenco clásico. Yo concibo nuestro flamenco como un propuesta personal. Y por eso cuesta más seguir adelante: por tener una estética que no se asemeja a ninguna corriente y estar ahí un poco entre dos mundos”, denuncia ahora Marcos Flores, otro gran referente dentro del flamenco LGBTQI.


"Una programadora de un famoso festival de Holanda me dijo que no programaba a tal persona porque tenía pluma y no le gustaba. Esto sigue ocurriendo ahora. No hace 50 años. La plumofobia está a la orden del día: no nos gusta mucho ver a bolleras ni a bailaores gays porque simplemente no estamos acostumbrados y no queremos hacer el esfuerzo por estarlo”


En los espectáculos de Marcos Flores no se esconde el amaneramiento, la feminidad, de hecho, es la parte esencial de su obra. Este bailaor de 35 años empezó a estudiar con 16. En su caso, tuvo la suerte de estar rodeado casi desde el principio de un círculo con una mentalidad abierta que funcionaba más como taller creativo y escuela de danza.

No estábamos sujetos a los prototipos de cómo suele ser el flamenco o la danza española. Podía crear desde la máxima libertad”, explica el artista, quien formó parte del colectivo Chanta La Mui junto a los artistas Olga Pericet y Daniel Doña.

La primera obra de Marcos Flores, en solitario y con su propia compañía, fue De Flamencas, un homenaje a la identidad femenina. La obra no solo es subversiva por el rol que ocupa él (como único hombre), sino por cómo retrata también a las mujeres. “Tengo fijación con la mujer y quise retratarlas huyendo también de los cánones del flamenco clásico”.

En De Flamencas las mujeres no llevan mantones, ni los atuendos típicos del flamenco. “Quise alejarlas de ese rol de la sexualidad sin que ello signifique que dejen de ser femeninas. En el espectáculo van vestidas de negro y para mí representan a esa feminidad fuerte y valiente”.

En el libro de Fernando López también se habla de mujeres: de Trinidad Huertas “La Cuenca”, bailaora y guitarrista que se vestía de torero en el siglo XIX; Carmen Amaya y su look masculino y otras artistas como Rocío Molina y la Tremendita o Belén Maya. El lesbianismo, por ejemplo, dentro de la tradición flamenca, ha estado históricamente mucho más invisibilizado que la homosexualidad entre hombres.

"Las lesbianas simplemente no existían. Si veías a dos mujeres bailando juntas eran amigas y ya está. Ni siquiera se concebían. Con los hombres fue algo distinto: su visibilización se hizo a partir de la burla, de hablar del mariquita o del gracioso. Esto obviamente también tiene sus problemas, ya que fuimos altamente estigmatizados. Pero, al menos, existíamos", denuncia López.

Otro de los puntos que destaca el ensayista es cómo el tiempo se ha encargado de invisibilizar o no dar el reconocimiento que merecían a personajes transgresores, que ya en su momento desafiaron todas las normas. “La historia está plagada de bolleras, travestis, como Ocaña o La Esmeralda, lo que ocurre es que no siempre le hemos dado el valor que merecían”, explica López.

“El flamenco es un arte muy diverso. No ha privilegiado un tipo de cuerpo especialmente. Ha habido cuerpos viejos, cojera, ceguera, cuerpos de niños, de gitanos, de otras razas. Sin embargo, la asignatura pendiente siempre fue la subversión de los estrictos roles de género, la sexualidad o la identidad”. Las propuestas de estos tres artistas ponen, ahora, en relieve la necesidad de seguir explorando en las identidades de género dentro del flamenco para hacer de este un arte cada vez más inclusivo y diverso.



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