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Artículo Atados con correas y electrocutados: el infierno de las 'terapias de reorientación sexual' en China Life

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Atados con correas y electrocutados: el infierno de las 'terapias de reorientación sexual' en China

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“Cuando encendieron la máquina empecé a sentir dolor. Era como si me estuvieran apuñalando la piel con agujas”

Luis M. Rodríguez

16 Noviembre 2017 00:28

Liu Xiaoyun no entiende qué está haciendo allí. Su madre lleva días insistiendo en que debe acompañarla al hospital, y esa mañana, por fin, se han acercado. Papeleos de registro. Salas de espera. Trasiego de enfermeros. Siempre igual de aburrido, piensa. Y entonces la llaman.

Alguien se acerca a ella y le pide que la acompañe. Liu la sigue por los pasillos. Un minuto después se ve sentada en mitad de una consulta desangelada, con una especie de gorro de nadar encajado sobre la curvatura del cráneo. Un gorro del que cuelgan unos cables que la conectan a un máquina. Nada que invite a estar tranquila.

Entonces alguien entra. Aquel señor observa a la joven durante unos segundos y luego, sin mediar palabra, se sienta junto a la máquina. La enciende. Inmediatamente una sensación de entumecimiento recorre el cuero cabelludo de Liu. El hombre hace girar una rueda. La sensación de entumecimiento se transforma en un dolor agudo. “Era como si me estuvieran pellizcando, o como si me estuvieran apuñalando la piel con agujas”.

Tras unos segundos, el cuerpo de Liu empieza a temblar descotroladamente. La joven aún tarda unos minutos en entender que acaba de ser sometida a una terapia electroconvulsiva.

Nadie le había avisado de lo que iba pasar. Antes de achicharrarle las sienes, nadie le había pedido su conformidad.

“Era como si me estuvieran pellizcando, o como si me estuvieran apuñalando la piel como agujas”

El de Liu (nombre ficticio) es uno de los 17 testimonios que la oenegé Human Rights Watch recoge en un informe en el que denuncia la recurrencia, la escasa transparencia, la falta de principios científicos y de humanidad de las 'terapias de reorientación sexual' que se están practicando en China. Terapias que son un encadenamiento de abusos y a las que los pacientes llegan, casi siempre, forzados por sus propias familias.

Terapias, además, que nunca dan resultado.

Una realidad con doble cara

A día de hoy, ser gay o lesbiana es legal y es normal en China. Lo es de acuerdo a la postura oficial del país. El sexo entre mujeres nunca ha estado perseguido por la ley en el gigante asiático. Las referencias al “ji jian” (sexo anal entre hombres) desaparecieron del código penal chino en 1907 y la homosexualidad quedó descriminalizada de forma expresa con la revisión del Código Criminal de 1997. Cuatro años después, en 2001, la Sociedad de Psiquiatría del país eliminó la homosexualidad de su lista de desórdenes mentales.

Ese es el marco oficial. Ser gay o lesbiana o bisexual ni es delito ni es considerado desviación o enfermedad en la China de hoy. Aún así, las 'terapias de conversión” están a la orden del día, se practican con total normalidad y sin ninguna fiscalización en hospitales públicos y en clínicas privadas autorizadas por el Estado. ¿Doble moral?

Ser gay o lesbiana ni es delito ni es considerado una enfermedad en la China de hoy. Aún así, las 'terapias de conversión” están a la orden del día en el país, se practican en hospitales públicos y en clínicas privadas aprobadas por el Estado

Las historias que cuentan las personas entrevistadas por la oenegé —hombres y mujeres de edades comprendidas entre los 15 y los 35 años, residentes en rincones muy separados a lo ancho de todo el país— tienen mucho en común. Todos hablan de confinamientos forzosos en hospitales y centros psiquiátricos, de privación de libertad de movimiento y comunicación durante su estancia en esos centros, de desprecios verbales, medicación forzada, hipnoterapia y electroshock.

Todos hablan de montones de pastillas —cuatro y cinco al día— y de líquidos inyectables. Pastillas sin nombre y ampollas y jeringas sin marca ni etiqueta. Nunca les decían lo que les estaban administrando o por qué. Como mucho, una frase genérica del tipo "son pastillas contra al ansiedad", dicha a pacientes que no sufrían ansiedad.

En los casos de electroshock, los patrones se repiten. Los pacientes describen como eran atados con correas a sus camas, a camillas o a sillas. Luego, una vez inmobilizados, les hacían ver porno gay o se les pedía que pensaran de forma vívida en sus propias experiencias sexuales o en sus fantasías gay. Entonces llegaban las descargas. La idea era empujarles a asociar el dolor y las sensaciones físicas desagradables con la excitación homosexual. Pura terapia de aversión. De la que raya en la tortura.

El peso de la prole

Existe un adagio popular chino que dice algo así como: “Entre las tres peores maneras de faltar al respeto a tus padres y ancestros, la más severa es no tener hijos”. La prole pesa. Y eso es un problema grande para la comunidad LGBT.

La sociedad china sigue favoreciendo a los hijos que pueden perpetuar la línea familiar. En el caso de gais y lesbianas, eso se traduce en una intensa presión familiar para que los individuos se plieguen a matrimonios heterosexuales y procreen, que vivan su homosexualidad de forma tapada, o que intenten “curar” su homosexualidad.

Esa presión se exacerba por culpa de “la política de hijo único” introducida por el Gobierno chino en 1979 y solo revisada a finales de 2015.

Solo un hijo por casa. Solo un cartucho por familia. No se puede fallar el tiro.

Entre las tres peores maneras de faltar al respeto a tus padres y ancestros, la más severa es no tener hijos

Dicho popular chino

Esa es una de las constantes en los relatos recogidos por HRW. Padres que suplican a sus hijos. Padres que sienten el plomo de la vergüenza social. Padres que se aferran como única esperanza al pitch de unos médicos que defienden, a veces por simple interés económico, que la homosexualidad o la bisexualidad son trastornos de la salud (mental), y que como tal se pueden tratar y se pueden curar.

Todos los entrevistados por HRW coinciden en señalar de forma enfática que nunca se hubieran sometido de manera voluntaria a esas terapias de conversión si no fuera por el poder coercitivo ejercido por sus familias. Un poder coercitivo que a veces se expresa en la forma de insistentes presiones, y que en otras ocasiones desencadena actitudes físicas que acaban con la abducción de los hijos, con internamientos forzosos y sin avisar.

Varios de los entrevistados también coinciden en otro detalle: los hospitales les aceptaron como pacientes sin preocuparse de verlos o hablar con ellos primero. En los casos en los que sí hubo comunicación previa entre médico y paciente, de nada sirvió que expresaran dudas sobre los tratamientos o que afirmaran de forma rotunda que estaban allí contra su voluntad.

Deseos de cera vs. realidad

Los 17 testimonios recogidos por HRW tienen un último elemento en común: de forma nada sorprendente, ninguna de las terapias funcionó.

Con el tiempo, todos los individuos entrevistados fueron dejando los hospitales tal y como habían entrado, con sus deseos intactos, bien porque las familias no podían seguir pagando sus gastos o bien porque los médicos se rindieron ante la total ausencia del 'efecto perseguido'.

Normal. Por algo el consenso médico señala estas terapias como aberración, por considerar que la homosexualidad no es una condición médica, y por considerar que los tratamientos carecen de base científica, son inefectivos, inmorales, ineherentemente discriminatorios y abusivos.

El doctor acabó llamando a mis padres y diciéndoles que la terapia muy probablemente no iba a funcionar. Les dijo que mi situación [ser gay] no era un asunto tan relevante y que debían traerme de vuelta a casa

Paciente anónimo

“Si las autoridades chinas son serias en sus compromisos de acabar con la discriminación y el abuso de la gente LGBT, es hora de eliminar estas prácticas de las instituciones médicas”, pide Human Rights Watch en su informe.

China está en el punto de mira, pero cabe recordar que el problema de las 'terapias de conversión' alcanza a muchos otros países, empezando por Estados Unidos.

En 2015 una declaración conjunta firmada por 12 agencias de Naciones Unidas —entre ellas la Organización Mundial de la Salud— llamó a los Estados a la protección de las personas LGBT ante cualquier tipo de violencia, tortura o maltrato, haciendo referencia expresa a "las inmorales y dañinas 'pseudo terapias' para el cambio de la orientación sexual". Desde entonces, países como Australia, Brasil, Chile, Israel, Suiza o Reino Unido han promovido diversas iniciativas legislativas para regular o prohibir las terapias de conversión.

A pesar de esos esfuerzos, Malta es a día de hoy el único país del mundo que ha impuesto una prohibición total y a nivel nacional de estas terapias.

Queda mucho por hacer.

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