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Artículo Kanye West encuentra a Dios, pero su música se pierde por el camino Culture

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Kanye West encuentra a Dios, pero su música se pierde por el camino

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'Jesus is King' es su primer disco cristiano. Y una nueva decepción

Franc Sayol

28 Octubre 2019 21:03

No sabemos lo que el renacimiento cristiano de Kanye West hará para su atormentado alma, pero para su música la cosa no pinta bien. Tras las idas y venidas habituales en sus últimos lanzamientos, Jesus is King, el noveno álbum de su discografía, ya está aquí. Y es una decepción absoluta. Tras una de las trayectorias más fructíferas de la música contemporánea, cada vez resulta más evidente que Kanye ha entrado en un pozo creativo. El que fuera un meticuloso hacedor de discos ha vuelto a lanzar un álbum que suena inacabado, hecho con prisas y desenfocado. El rapero que tan bien unió religión y potencial pop en Jesus Walks ahora suelta sermones unidimensionales. El que fuera el núcleo de la cultura hip-hop ahora es un feligrés más. El autoproclamado Dios parece haberse rendido a una fuerza superior. Y lamentablemente, mucho menos interesante.

Tras el intrascendente ye del pasado año, había ciertos motivos para la esperanza. El último año de Kanye ha estado marcado por dos hitos de carácter religioso: su conversión al cristianismo y la manifestación músico-festiva de la misma en forma de Sunday Services. En estas reuniones semanales para amigos y familiares, un coro góspel interpreta versiones adaptadas de su catálogo, a menudo ataviados con uniformes monocromo que recuerdan a los rajnísh. Tal y como explicó su mujer Kim Kardashian, al principio Kanye concibió los shows ceremonias privadas con el objetivo de “curarse a sí mismo”. Luego llegó Coachella, los calcetines a 50 dólares y baños de masas como los de Chicago, en el que el rapero separó a la multitud para abrirse paso como si de Moisés se tratara. ¿Iluminación espiritual o jugada maestra de marketing? Con todo, parecía que Kanye había dado con algo. La mezcla de los sonidos góspel con sus rimas seculares y su manera de improvisar beats sobre la marcha resultaba musicalmente refrescante y de un poderío estético innegable. Una versión en disco de dicha experiencia no era una mala perspectiva. Pero Jesus is King se queda muy corto.

En su reciente entrevista con Zane Lowe, Kanye explica que su propósito actual se reduce a “transmitir el mensaje de Cristo”. La carrera de Kanye siempre ha estado marcada por los giros inesperados, pero que un tipo que ha escrito letras como las de Hell Of A Life diga que ya solo quiere hablar de lo que Jesús ha hecho por él supone algo más que una vuelta de tuerca. El problema es que lejos de profundizar en su psique y en los motivos que le han llevado a este cambio su nuevo discurso es tan predecible que le emparenta más con un párroco que se las da de rompedor por llevar sneakers de edición limitada que no con el mesías que tantas veces ha proclamado ser. De dios del cool a hablar de Dios intentando ser cool. A decir verdad, la fe que profesa por Dios no es muy distinta a la que lleva profesando por sí mismo durante toda su carrera. Y a pesar de las incontables referencias a Jesús, Kanye sigue hablando mayoritariamente de sí mismo. Esto da pábulo a aquellos que creen que su conversión no es más que una maniobra de imagen para compensar su apoyo a Trump o sus declaraciones sobre la esclavitud. Pero sus autoimpuestas cadenas nos dejan un disco mayoritariamente insulso.

La redención ha jugado un papel central en toda la carrera de Kanye. Resulta paradójico que su primer disco desde su conversión cristiana aporte menos en este sentido que la mayoría de sus discos anteriores. Sus álbumes siempre habían sido catárticos para unos fans habituados a trampear como fuera posible la tensión entre lo que el rapero hacía (discos revolucionarios) y decía (a menudo tonterías). Por mucho que tensara la cuerda, llegaba el disco y el mundo le disculpaba. No en vano, él mismo admitió que hizo My Beautiful Dark Twisted Fantasy para que su país le perdonara por haber humillado a Taylor Swift en los VMA's. La alienación de sus fans ha alcanzado máximos históricos desde 2016, pero en este período el único trabajo que ha sacado provecho artístico de esta tensión ha sido The Life Of Pablo. Por aquel entonces, Kanye ya hablaba de gospel. La primera canción de ese disco, Ultralight Beam, trataba sobre su fe y contaba con la aportación de de un coro religioso y el predicador Kirk Franklin. Kanye lo definió como “un disco de gospel, pero con muchos tacos”. Una contradicción que se reflejaba en letras plagadas de referencias a conflictos internos: entre hedonismo y santidad, fama e iglesia, riqueza y espiritualidad. En Jesus Is King han desparecido los tacos, y con ellos la dualidad que hacía de Kanye un personaje tan fascinante.

Las letras nunca han sido el fuerte de Kanye. Pero su mezcla de megalomanía, vulnerabilidad y sentido del humor le convertían en un rapero tremendamente visceral. Sus versos no solo trazaban imágenes poderosas sino que eran inspiradores a pesar (o por gracia) de su vulgaridad. En gran parte, ello debe atribuirse a la total ausencia de filtros entre su mente y la audiencia. Pero en la nueva era de Kanye sí existen filtros. Uno de ellos es su pastor Adam Tyson, que en una entrevista ha sugerido que vetó ciertos fragmentos de Jesus Is King para que “resultasen más claros respecto al evangelio”. Sin su característica profanidad y limitado a hablar de religión, sus carencias como letrista quedan más al descubierto que nunca. Las afirmaciones sobre su fe a menudo resultan dolorosamente literales y sus diatribas sobre el poder de Cristo demasiado simplistas como despertar ningún tipo de curiosidad mística. En Closed in Sunday llama a dejar Instagram para reunirse con la familia a rezar, una afirmación que provocaría facepalms de vergüenza ajena de ser escuchada en una iglesia. La misma canción incluye la candidata a peor metáfora del año, en la que compara a su amada con su cadena de comida rápida favorita: Closed on Sunday, you're my Chick-fil-A. Si alguien esperaba descubrir los esquemas mentales y fracturas emocionales que le han llevado a abrazar a Cristo, tendrá que buscar en otro lado.

A nivel estrictamente sonoro, el disco tampoco aporta nada particularmente novedoso. Se trata de un trabajo minimalista, pero así como en 808s & Heartbreak o Yeezus la parquedad resultaba de un proceso en el que primero se construía para luego destruir, la sensación aquí es que ni siquiera hay unos cimientos sólidos. Ya sea el gospel épico de Selah, la crudeza soulful de Follow God o la electrónica-rock de On God, Kanye ya lo ha hecho antes, y mejor. Y cuando hay indicios de alguna buena idea, esta no acaba de desarrollarse. Es el caso de Use This Gospel, en la que nos recuerda su don para hacer funcionar cosas aparentemente inconexas, en este caso una nota de piano à la Runaway, cánticos espirituales, versos de los reyes del coke-rap Clipse (juntos por primera vez desde 2013) y un solo de saxo de Kenny G. Es un refrescante momento de locura en un disco dominado por una auto-impuesta cordura. Pero, aún así, difícilmente pasaría el corte en un hipotético greatest hits. Con todo, el disco dura 27 minutos y solo tres de sus cortes superan los tres minutos. ¿Falta de tiempo? ¿De ganas? Tristemente, probablemente sea falta de ideas.

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