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Cómo 24 años de tratado comercial han conseguido enfermar a México

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John Moore/Getty
 

El Tratado de Libre Comercio de América del Norte disparó los índices de diabetes y de obesidad entre los mexicanos. A menos de un mes de las elecciones, ningún candidato tiene propuestas para modificarlo. Tal vez no hará falta: Trump acaba de empezar una guerra comercial que podría suponer el fin del TLCAN

Rosa Molinero Trias

04 Junio 2018 13:34

El año 1994 pasó sin terremotos notables en México. O casi. Porque entró en vigor en Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), un acuerdo firmado junto a Estados Unidos y Canadá para la liberalización económica que sacudiría el país con una fuerza inusitada y lo cambiaría para siempre. Hoy, los daños colaterales del TLCAN son más visibles que nunca: el 72,5% de adultos mexicanos, el 36.3% de adolescentes y el 33,2% de niños en edad escolar tiene algún problema de sobrepeso u obesidad (ENSANUT, 2016), los diabéticos diagnosticados ya son el 9,4% de la población, rompiendo las estadísticas año tras año, la comida chatarra abunda y cada vez se importa más maíz en el país del maíz. Sorprendentemente, a menos de un mes de las elecciones presidenciales, y con la renegociación del TLCAN sin resolver y desde el viernes al filo de la navaja, ningún candidato lleva en su programa el más mínimo cambio del TLCAN para empezar a atajar la epidemia nacional que está hipotecando la salud de los mexicanos. Y el futuro del país: la Secretaría de Salud prevé que la obesidad le cueste a México 184.982 millones de pesos en 2023.

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También conocido como NAFTA por sus siglas en inglés (North American Free Trade Agreement), el TLCAN fue ideado por el presidente de los Estados Unidos Ronald Reagan, negociado junto con su homólogo canadiense Brian Mulroney y firmado el 4 de octubre de 1988 durante el sexennio del priista Carlos Salinas de Gortari. Se esperaba del TLCAN que desencorsetara el país, lo modernizara y que lograra que el mundo se interesara por México. Y parecía que el sueño se iba a cumplir. México entró en la Organización Mundial del Comercio; se acabó el estereotipo de mexicano subido en un asno. Aunque el cambio de imagen no fue mucho mejor. Sin sombrero norteño ni poncho ni botas, los mexicanos siguieron teniendo los mismos pocos pesos en el bolsillo. Eso sí, mucho más perímetro de cintura y, en las manos, nuevos accesorios: los refrescos, las papitas, el fast-food y los dulces plastificados de aquella modernidad prometida. Y eso que en un principio el TLCAN iban a excluir los alimentos y los productos agrícolas. ¿Pero cómo no iba a hacerlo México si en los 90s la Organización Mundial del Comercio empezó a hablar de la alimentación como una mercancía?

“Este ascenso internacional inesperado y paradójico resumía de cierta forma el proyecto modernizador que perseguía el gobierno mexicano: crear una economía del primer mundo merced a un régimen del tercer mundo".

Gabriel Ramos, director de investigación emérito de la Fundacional Nacional de Ciencias Sociales

“Este ascenso internacional inesperado y paradójico resumía de cierta forma el proyecto modernizador que perseguía el gobierno mexicano: crear una economía del primer mundo merced a un régimen del tercer mundo. Es con la conjunción de un sistema autoritario obsoleto y de una comunicación eficiente como el Estado revolucionario cambió la página de la Revolución”, explica Gabriel Ramos, director de investigación emérito de la Fundacional Nacional de Ciencias Sociales y Presidente de la Casa de América Latina en Francia, en México y el TLCAN, veinte años después.

Ningún candidato lleva en su programa el más mínimo cambio del TLCAN para empezar a atajar la epidemia nacional que está hipotecando la salud de los mexicanos.

Pocas voces se impusieron a él: sólo algunas asociaciones campesinas independientes, grupos de intelectuales y algunos médicos, como el doctor Adolfo Chávez Villasana (jefe del Departamento de Nutrición Aplicada y Educación Nutricional del Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición), preveían la catástrofe que se avecinaba. La promesa de un nivel de vida y bienestar propio de un país desarrollado era muy tentadora.

Sin embargo, la ilusión se aguó el año en el que el TLCAN empezó a ser efectivo: el gobierno saliente de Salinas de Gortari, que había vuelto a privatizar la banca y que eliminó el campo comunal, gestó una crisis económica que estalló en 1994 con cuyas consecuencias (llamadas ‘efecto tequila’: devaluación del peso, falta de reservas en dólares, deudas imposibles de devolver, despidos masivos) tuvo que lidiar el gabinete entrante de Ernesto Zedillo Ponce de León, también del Partido Revolucionario Institucional. La salvación llegó del país vecino como un alud de dinero: el entonces presidente de EEUU Bill Clinton solicitó para México una línea de crédito de 20 mil millones de dólares. Así las cosas, pareció imposible poner trabas a la inversión estadounidense, a la que no se le pidió ningún requisito: ni de exportación, ni de contenido nacional, ni de asociación. Tal y como explicaba recientemente el economista José Antonio Romero Tellaeche: “se les dio el mismo tratamiento que a un inversionista mexicano”.

En esa situación de debilidad económica, el TLCAN significó la entrada sin frenos de multinacionales alimentarias y de la inversión extranjera, ambas con el poder “de afectar de forma directa los hábitos dietéticos mediante la producción, manufactura, venta y promoción de diferentes alimentos”, como afirma la investigadora Corinna Hawkes, de la City University of London, en Uneven dietary development. Casi tres cuartos de esa inversión iba a parar al sector de los alimentos procesados, que entre 1995 y 2003 se hinchó tanto como las panzas mexicanas, al ritmo de entre un 5% y un 10% anual. Todo aquello estimuló las exportaciones, principalmente de snacks con destino a Estados Unidos, que no han dejado de crecer desde entonces. Cualquiera pensaría que esta es una solución para la economía. Nada más lejos de la realidad.

El TLCAN significó la entrada sin frenos de multinacionales alimentarias e inversión extranjera, ambas con el poder de afectar de forma directa los hábitos dietéticos de los mexicanos.

El pedazo de pastel que se le prometió a México nunca existió- Mientras Estados Unidos deslocalizaba para ganar en competitividad, en México reinaba la economía de subcontratación, de salarios bajos, de maquiladoras de ensamblaje manual en la frontera. Pero no sólo eso: entre 1990 y 2008, el trabajo informal, el autoempleo, el empleo precario, pasó del 18,9% al 43,7%, cita Ramos. En otras palabras, el 44% de los trabajadores mexicanos en el siglo XXI no tienen un contrato laboral. Es más, se estima que el TLCAN dejó sin trabajo a dos millones de campesinos mexicanos que se incorporaron al flujo migratorio hacia Estados Unidos (doblado después de 1994), dejando desabastecida la demanda de alimentos frescos. Porque, ¿cómo se entiende que los hijos del maíz exporten tantísimo maíz? ¿Qué ha sido de la milpa? México no pudo competir con los altos subsidios que recibe el maíz estadounidense que hoy se encuentra en las tortillas, elotes asados, esquites, champurrados y atoles desde Tijuana a Chetumal.

¿Cómo se entiende que los hijos del maíz exporten tantísimo maíz? ¿Qué ha sido de la milpa? México no pudo competir con los altos subsidios que recibe el maíz estadounidense

Ese vacío se llenó rápido. México ya es el tercer productor mundial de alimentos procesados y bebidas y su consumo en 2016 fue de 114.6 millones de dólares, con un crecimiento estimado del 5% hacia 2022. Los otros productos que han experimentado un mayor crecimiento en el mercado mexicano son la carne procesada en forma de salchichas y fiambres y los lácteos: se ha triplicado el consumo de helados y postres helados, así como el queso y la leche en polvo, empleados como ingredientes en las comidas procesadas, especialmente en las botanas dulcces y saladas, que en 2015 facturaron 3.003 millones de dólares y cuyo crecimiento se estima en un 4.9% en el ejercicio 2015-2020, que irá a parar a manos de los dos gigantes del mercado, PepsiCo y Grupo Bimbo, con un 78,2% del mercado total. En la lista no podían faltar las bebidas azucaradas, que de 1999 a 2006 creció tanto su aumento que se dobló el consumo de calorías diarias. A día de hoy, las bebidas azucaradas son la mayor fuente de calorías en la dieta mexicana; mientras que el 42,3% de los adultos consume verduras, el 85% toma refrescos. Resumidamente, y en palabras de Felipe Torres Torres para PlayGround, investigador de economía agraria en la Universidad Nacional Autónoma de México, “copiamos, impulsados por la intensificación del comercio del TLCAN, lo peor de la dieta de los EEUU y perdimos lo más valioso de nuestra dieta basada en granos, frutas y verduras”.

También en México, cuya gastronomía es Patrimonio Inmaterial de la Humanidad desde 2010, encontraron tierra fértil las compañías de fast-food estadounidenses: McDonald’s ha plantado más de 500 locales y el propietario en México de KFC, Pizza Hut, Taco Bell y Long John Silver (Mexico is Yum Brand Inc.’s), tiene aquí su mercado regional más importante. Walmart, la cadena de supermercados más grande del mundo, cuya reputación se vio dañada por descubrirse que sobornó a dirigentes mexicanos, sigue creciendo más y más rápido que en Estados Unidos y Canadá. La Secretaría de Economía reporta que el 93.7% de inversión extranjera directa en el sector de tiendas de autoservicio proviene de Estados Unidos.

No obstante, la invasión de estos productos no ocurre sólo en los supermercados extranjeros. Es paradigmático el caso de los pequeños comercios de ultramarinos, conocidos en México como ‘tienditas’. La investigadora Corinna Hawkes coincidía con la mayoría de expertos que apuntan a las ‘tienditas’ como lugares clave para que la comida chatarra siga fluyendo a sus anchas por el país: “son el medio a través del cual las compañías nacionales y transnacionales de alimentación venden y promocionan sus productos a las poblaciones pobres en pueblos pequeños y comunidades rurales”. Cuando escribieron ese artículo, la ciudad de San Cristóbal de las Casas todavía no se había rebautizado popularmente como San Cristóbal de los Oxxos, en honor de un tipo de supermercado sin apenas productos frescos que acapara la cuota de mercado de las tradicionales ‘tienditas’ y que ha experimentado un crecimiento desmedido: entre 1990 y 2018 se pasó de 400 tiendas a 16 mil. A este ritmo, México podría pasar a llamarse Móxxoco y a nadie le sorprendería.

Tal vez la renegociación del TLCAN en este momento de crisis diplomática entre EEUU y México resulte en un giro inesperado de los acontecimientos. Impulsada por Donald Trump poco después de su llegada a la Casa Blanca para reducir el déficit comercial de su país y bajo la amenaza de retirarse del tratado de no llegar a un acuerdo, de momento, la renegociación no ha llegado a buen puerto. Los principales escollos están siendo las negociaciones que afectan al sector automotriz y también la inclusión de una fecha de caducidad del tratado y de la retirada del mecanismo de resolución de disputas. A 3 de junio, las reuniones siguen prolongándose y tensándose en un tira y afloja de imposiciones arancelarias entre los tres países.

“Copiamos, impulsados por el TLCAN, lo peor de la dieta de los EE.UU y perdimos lo más valioso de nuestra dieta basada en granos, frutas y verduras”

Felipe Torres Torres investigador de economía agraria en la Universidad Nacional Autónoma de México

Ellos han liderado la renegociación del TLCAN: (de izquierda a derecho) Ildefonso Guajardo, Ministro de Economía de México; Chrystia Freeland, Ministra de Asuntos Exteriores de Canadá; Robert Lighthizer, representante de Comercio de EEUU

Este mismo jueves, México respondía a la subida de los impuestos del acero y el aluminio estadounidenses con más impuestos a las patas de cerdo, las manzanas, las uvas y los quesos. Un día más tarde, la prensa ya consideraba que el presidente de Estados Unidos, había empezado una guerra comercial de abasto mundial. Incluso el Banco de México advertía que la renegociación del TLCAN podría no concluir hasta el 2019, lo que prolongaría la presión sobre la economía pero daría la opción de tomar partido al nuevo presidente. El hasta ahora favorito, Andrés Manuel López Obrador, expresó que, de cerrarse el nuevo TLCAN antes de las elecciones, aceptaría lo pactado y que no entraría en la guerra comercial si le tocara a él participar de las reuniones. No mencionó, como sí lo hacen Torres Torres o desde la Coalición Contrapeso con su indispensable Reporte Sombra, que lo más favorable en términos de política alimentaria y sanitaria debería ser la regulación de la publicidad comercio de alimentos según su calidad, así como acotar la presencia de empresas embotelladoras de refrescos y bebidas azucaradas, de las empresas nacionales de comida rápida e incluso fijar aranceles más altos o eliminar del TLCAN los edulcorantes sintéticos.


¿Estamos delante del fin del TLCAN o es esta otra ofensiva amedrentadora de Trump? Algunos auguran que el TLCAN ya ha entrado en un callejón sin salida y que este es uno de los factores para una tormenta perfecta que le otorgaría la victoria a AMLO. Sea como sea, lo que sabemos con o sin elecciones y renegociación es que la salud de varias generaciones de mexicanos, nacidas y por nacer, está pendiendo de un hilo.

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