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Cada vez hay más personas obesas… pero también más desnutridas

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Por primera vez en 12 años, la desnutrición ha vuelto a crecer

Rosa Molinero Trias

12 Septiembre 2018 20:53

El último reporte de la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) indica que el hambre ha vuelto a crecer en 2017. En tan solo un año, la desnutrición ha repuntado de 804 millones a 821 millones de personas, es decir, que cada 1 de 9 habitantes de este mundo (especialmente en África, Asia y Latinoamérica y el Caribe) no tiene acceso a suficientes alimentos. Paradójicamente, la obesidad también sigue al alza, con 672 millones de obesos, es decir, 1 de cada 8 adultos. ¿Cómo es posible?

Tal y como demuestran el análisis de la FAO, las situaciones de inseguridad alimentaria son causadas, principalmente, por dos factores: los efectos del cambio climático y los conflictos bélicos y la violencia. Ante ambos, las poblaciones más vulnerables son las que disponen de menos recursos económicos para hacer frente al aumento de precios que genera la escasez provocada por una catástrofe natural o una guerra.

La obesidad y la desnutrición son las dos caras de la malnutrición, es decir, de una alimentación inadecuada. La una por exceso de calorías y la otra por su defecto, pueden conllevar problemas similares a causa de la falta de nutrientes necesarios para nuestro organismo. Y según el contexto en el que esté inmerso el país, las poblaciones más desprotegidas pueden desarrollar malnutrición en cualquiera de sus facetas.

En las últimas décadas, la tendencia a revertir la desnutrición que se había experimentado ha llevado la transición nutricional a algunos países. A la vez, han experimentado un aumento de la población y la urbanización y cambios en los estilos de vida y los hábitos alimentarios. Todo esto se traduce en una mayor disponibilidad y acceso de productos altamente calóricos y con niveles elevados de grasas, azúcares y sales, de precio inferior que los alimentos frescos y más sanos. Y cuando el hambre aprieta se convierte en prioridad obtener el máximo de calorías por el mínimo precio, por lo que esos productos hipercalóricos y poco saludables pasan a formar parte de la dieta habitual.

Este tipo de malnutrición puede ocasionar varias enfermedades no transmisibles: cardiopatías, hipertensión, diabetes… En el caso de los niños, puede provocar problemas de crecimiento difíciles de detectar, ya la realidad contradice la noción popular de que un niño rechoncho es un niño bien alimentado. Por su parte, las mujeres que padecen obesidad también pueden estar sufriendo anemia. En resumen, los déficits nutricionales y la obesidad pueden coexistir como tándem, cuyo nombre se como “la doble carga” de la malnutrición.

Otra explicación a esta paradoja la tenemos en los ciclos “hambruna-festín”. La escasez de alimentos frecuente genera patrones alimentarios caóticos, en los que a temporadas hay comida disponible y en otras no. Los impactos de esta dieta alterada repercuten tanto al metabolismo como a la relación psicológica con los alimentos. Por un lado, un cuerpo privado con frecuencia de la nutrición necesaria se adapta a un ingreso de calorías bajo gastando menos, es decir, almacenando más grasa. Por el otro, los estados de estrés, ansiedad y depresión que acarrea la privación de alimentos, puede ocasionar que en las épocas de bonanza se sucedan los atracones de la comida que más cautiva, o sea, aquella rebosante de calorías, grasa, sal y azúcar.

Según todo esto, la FAO señala que el ciclo de la malnutrición puede llegar a reproducirse ad infinitum en el seno familiar. Durante la gestación, el hambre que ha padecido la madre deja una huella en el metabolismo del bebé, entre otras consecuencias como un bajo peso al nacer o un sistema inmune débil. La escasez alimentaria, de no variar la situación, puede afectar también al niño o niña, generando problemas de crecimiento, atrofia muscular, sobrepeso u obesidad.

“El acceso a alimentos seguros, nutritivos y suficientes debe ser considerado un derecho humano, prioritario para los más vulnerables”, recordaba el informe, que ha traído estas funestas noticias justamente un año después que la ONU diera comienzo a la llamada "década de la nutrición". Fue entonces cuando el organismo estableció que hacia 2025 tendrían que haberse implementado una serie de medidas, como mejores estrategias para la resolución de conflictos y la resiliencia a las catástrofes climáticas, para cumplir con la meta de acabar con el hambre en 2030 fijados en los Objetivos de Desarrollo Sostenibles.

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