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Reportaje
05 Septiembre 2019 20:33
El mundo está en su peor crisis climática. Repensar cómo consumimos puede, literalmente, salvarnos la vida
¿Alguna vez te has preguntado por qué cuando compras una camisa o un pantalón de cualquier marca y le quitas la etiqueta el objeto pierde la mitad o más de su valor? ¿Por qué un pedacito tan insignificante de una pieza mucho más compleja señala si algo cuesta 50 o 100 dólares más? Al parecer, en las grandes ciudades del mundo, estamos condenados a que las cosas pierdan su valor. Y es que las necesitamos tanto (o creemos necesitarlas tanto), que pocas veces nos detenemos a cuestionar qué hay detrás de lo que estamos pagando y, aún menos probables, qué pasará con ese objeto después de pagarlo.
Sin duda, hay que remontarnos al caso que más genera escozor: la batería del celular. ¿Por qué si es “relativamente nuevo” (un año, cuando mucho), la potencia es casi ínfima y necesitamos estar pegados al apagador de luz? ¿Es normal que exista la energía suficiente para mantener aviones en los cielos por más de 15 horas continuas pero que la batería de cualquier producto se estropee a los 18 meses de uso?
Esta sospecha ha sido recurrente y cada vez con más frecuencia. El impacto que tuvo el video en YouTube del vlogger Casy Beistat en 2003 fue brutal. Grabó una llamada con el equipo de soporte de Apple para preguntar algo en extremo sencillo: “disculpe, quiero reemplazar la batería de mi iPod, ¿qué debo hacer?”. Resultó que tal acción era imposible; la única salida: renovar todo el producto. Algo tan absurdo como comprar una maceta con una bella flor y una vez que la tierra dejó de ser nutritiva para las raíces, el jardinero dijera: no hay forma, debes destrozar tu maceta, matar tu hermosa planta, tirar la tierra y comprar de nuevo una maceta con tierra y otra flor. ¿Por qué?
Este fenómeno, denominado obsolescencia programada, se remonta a la Gran Depresión del 29, cuando Bernard London “ideó” el consumo perenne para que el sistema fuera auto-alimentado. Suena bien, si tuviéramos recursos ilimitados. Suena bien porque, para ese año, hablar de sustentabilidad ambiental era un disparate.
Hoy se trata de una urgencia. No podemos consumir y tirar; porque lo que se consume generó energía que abona al efecto invernadero (que derrite los glaciares que inundarán miles y miles de ciudades costeras) y al tirarlo abonamos a la contaminación de ríos, tierras y mantos freáticos, necesarios para volver a consumir y sobrevivir. Parece que lo cíclico es ley.
Estas preguntas y planteamientos casi irresolubles han sido tratados por expertos y pesimistas. Algunas personas han llegado a soluciones radicales y casi utópicas; otras a planteamientos acordes a tiempos y contextos. Este es el caso de Michaela Larosse y Lucas Borja, creadores de #GoCircularNow, una plataforma enfocada en difundir y fomentar la economía circular.
¿Qué significa economía circular? Simple: evitar el desperdicio. ¿Qué es el desperdicio? Eso es lo que no es tan simple, porque tenemos que preguntarnos cuánto tiempo debe durar intacto un pantalón o cuántas veces puedo cambiar la batería de iPod (aunque ya no se encuentren disponibles en el mercado).
La respuesta que tienen en el movimiento englobado bajo #GoCircularNow es que ese desperdicio beneficie otra actividad económica. Supongamos: la tela del pantalón que se dejó de usar sirve para crear trapos o rehacer shorts. Los iPods, pues, no deberían ser obsoletos, su manutención solamente requiere baterías nuevas. Sin embargo, el gran engaño mercantil de las tecnologías de la información consiste en alimentar el consumo actualizando el software y no el hardware. Se crean más aplicaciones con filtros de caras de perro o gato imposibles de soportar en un iPod con pantalla bicolor.
Y, a pesar de que la idea sea bastante digerible, la plataforma #GoCircularNow ha encontrado que el principal reto de su trabajo es ampliar los límites de la conversación. El problema es que estamos demasiado acostumbrados al consumo rápido y cómodo. En un inicio, los impulsores creyeron que la idea de una campaña potente iba a ser suficiente para presionar a las marcas, conseguir más seguidores o llevar a cabo política públicas (principalmente en la Unión Europea, donde está el origen del movimiento).
Sin embargo, se percataron de que la población en general aún no conoce el término de economía circular y no sabe exactamente si solo es otro llamado al reciclaje. Así, tuvieron que dar un paso atrás y redefinir, desde sus plataformas y alcances, lo que la economía circular significa para la vida cotidiana de cualquier consumidor.
Para #GoCircularNow hay tres formas de llegar a esto. En entrevista, Borja nos dice: “uno es la indignación, hacer que el consumidor caiga en cuenta de que tener un producto nuevo en las manos y, una vez pagado, ya valga menos; dos, la sostenibilidad, con el desperdicio y la sensibilidad que esto genera, entramos en conversación con quien está preocupado por los deshechos, y tres, directo con las marcas y productores que ya están entendiendo de qué va la economía circular y los acercamos con los consumidores”.
Por más distópico que parezca, la invitación es sumamente viable: volver a tomar cariño por los objetos. Las cosas no solo se compran y se tiran, sino que se aprecian; y ese aprecio lleva a que, lo que consumimos con cariño, perdure en una multiplicidad de objetos más. Es un cambio cultural de fondo: implica relacionarlos de una forma distinta con el tiempo invertido en moldear los materiales y alcanzar técnicas para tener el objeto al que le tenemos afecto.
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