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entrevista
“No hay nada más feminista que ser uno mismo”, dice "Hellvira", una colombiana dedicada a causar conmoción desde los escenarios de su cabaret erótico
Su madre dice que lo que ella hace no es arte sino porno. Y al contarlo, la directora de Diabolique Cabaret, Elvira Lavey, ríe genuinamente: “gracias, mamá, gracias”.
“Hellvira” nació en Barranquilla, Colombia, en 1988, proviene de dos familias de clase media, católicas y ultraconservadoras, que le pusieron el nombre de su abuela. Elvira los describe como secretistas que nunca hablan de los escándalos familiares. Tiene un tío gay que hasta el día de hoy no ha podido salir del clóset.
Elvira se cambió el nombre legalmente. Su intención es distanciarse de una familia extendida que no la acepta como es.
“No hay nada más feminista que ser uno mismo. Sin importar lo que digan los demás”, cuenta Elvira, una mujer que no teme masturbarse frente al público en escenarios de su país.
“Mi show es muy honesto. Como todas mis reflexiones, experiencias y referencias. Como yo veo la vida y cómo la vivo, la posición que tengo ante ciertas cosas, cómo me expreso en mi vida y cómo lo hago en el escenario”, expresa en entrevista con PlayGround.
Cuando estaba por cumplir 15 años, la expulsaron de un colegio católico después de llamarle pedofílico a un sujeto con esa fama a cuestas. Luego estuvo en una escuela de monjas donde no enseñaban educación sexual. También de ahí la echaron.
Finalmente se graduó de un instituto tecnológico a donde iba únicamente los sábados. Y así quedó libre de domingo a viernes. Libre para experimentar, desde heroína hasta clases de costura. Y 20 años más tarde, Elvira tiene una marca de ropa diseñada por ella misma.
A los 18 se fue a vivir con un novio a Bogotá, por simple el afán de conocer el amor. Comenzó a coleccionar vinilos y muy pronto tuvo la oportunidad de poner música en el bar de un amigo; hoy, es una DJ reconocida en los circuitos bogotanos.
Convencida de que quería hacer burlesque en escena, produjo a los 27 años su primer espectáculo, escrito, dirigido y protagonizado por ella misma. Era una idea que había dado vueltas en su cabeza durante años, y aunque —comparado con lo que hace hoy— era bastante flojo, le produce infinito orgullo y definió quién es.
“Una vez que me subí a ese escenario con mi Diabolique Cabaret supe que era lo que quería hacer el resto de mi vida”.
Aunque los shows de Hellvira apuntan hacia la liberación sexual y ella se asume feminista, cuenta que ha sido rechazada por algunos feminismos.
“Puedes tener toda la información del mundo, hacer los talleres que quieras, pero en el momento en que invalidas a otra feminista porque está haciendo otro tipo de feminismo, tu discurso pierde todo el valor. No hay nada más feminista que vivir tu vida y tu verdad como es. No hay nada más honesto, feminista y sincero que eso. El feminismo no es una doctrina, no es un panfleto. Es atreverse a enfrentar al mundo viviendo la vida como uno lo hace”.
A Elvira le encanta exhibirse desnuda, le parece increíble que algo tan sencillo como el cuerpo humano pueda causar conmoción. Exhibe su desnudez en público y le pagan por hacerlo.
“Así como somos divinas, somos malditas. El sexo puede ser sagrado y algo crudo que nos complazca. Pues también somos animales y está bien alimentar esa dualidad. Nuestra vagina ha estado —literalmente— oculta bajo siglos de opresión y represión. No conocemos nuestra vagina. Y si no sabemos complacernos a nosotras mismas, ¿quién más nos va a complacer? Nos crían reprimidas, amargadas, sin conocernos. Y ésta es mi manera de rebelarme contra eso y decir lo que pienso. Todas tenemos este cuerpo, es natural, explorémoslo, vivámoslo”.
Cuando su mamá le dijo que lo que hacía era porno, y no arte, Elvira escogió el slogan del cabaret: “Porno disfrazado de arte, o arte disfrazado de porno”.
“Mis papás son muy liberales y de avanzada, pero todavía tienen ese chip con el que los criaron y también son súper retrógrados. Y les da duro porque viven en una sociedad muy machista y misógina (Barranquilla) y los he puesto en una situación incómoda, lo sé. Pero ellos saben cómo soy. Si me dicen que lo haga sin que alguien se entere, les digo que eso es precisamente contra lo que yo lucho: la hipocresía, la doble moral, la represión y la censura”.
“Les he dicho que los amo pero que no voy a dejar de hacer nada por ellos, porque mi camino y misión en esta vida es encontrarme y ser feliz, y lo siento mucho si interfiere en sus vidas. Yo soy una lección de amor incondicional: soy su hija, les tocó amarme como soy”.
El año pasado, su imagen recorrió el continente cuando formó parte del performance Un violador en tu camino, grabado en Bogotá, donde se ve en primera línea, con los ojos cubiertos, un bustier corto de encaje morado y calzones blancos manchados de sangre que le bajaba por las piernas —como si la acabaran de violar. Sangre saliendo de la nariz y un trapo verde amarrado de un brazo. A pesar de sus desencuentros con otras feministas, cuenta que ese día se encontró con estas mujeres y por primera vez sintió hermandad.
“Yo siento una enorme satisfacción en tratar de reeducar a las mujeres. No todas somos iguales ni hemos tenido las mismas oportunidades. Las que somos más fuertes debemos cambiar la estructura mental de las demás y enseñarles. Es un deber y un llamado, ayudar a las más débiles o las que nacieron en otras circunstancias menos privilegiadas”.
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