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1968: la verdadera revolución sucedió fuera de París

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Alemania, México, Italia y Checoslovaquia: las protestas de 1968 excedieron el mito de la contracultura y supusieron un verdadero desafío para los Estados europeos y americanos

Eudald Espluga

03 Mayo 2018 06:00

Cuando hablamos del Mayo del 68 la mirada se nos va hacia Francia, el barrio latino de París y la ocupación Sorbona. Es inevitable. Pero del mismo modo que el "mayo francés" no llegó en mayo, sino en marzo, también es cierto que nunca fue estrictamente francés. Más bien resultó un terremoto global, imposible y contradictorio, con muchos epicentros y réplicas descoordinadas. Las primaveras florecieron a destiempo, y en muchos casos parecieron más bien una larga continuación del invierno.

Quizá lo único claro sea que en 1968 no hubo un solo sujeto revolucionario, como tampoco un único enemigo. Ese año se produjeron asesinatos masivos, intentos de golpes de Estado, huelgas obreras. La violencia sobrepasó en mucho la emocionante confusión que se respiró en las calles de París, y la etiqueta de "contracultura", que tan bien funciona para Estados Unidos, apenas nos sirve para aproximarnos a lo que pasó en otros lados.

Mayo del 68 fue mucho más que protestas libertarias de unos estudiantes pijos y un poco aburridos: la mirada global nos impide resumir ese año como una frivolidad sobredimensionada. Para ver más allá del mito, recuperamos algunos libros clásicos y publicaciones recientes que buscan entender qué pasó ese 1968 en sitios como México, Checoslovaquia, Alemania e Italia.

México: la noche de Tlatelolco

Empecemos por el final. La matanza que se produjo en México fue uno de los episodios más brutales de 1968, y permite entender la imposibilidad de ofrecer una explicación coherente y global de las revueltas. En su origen no hay reivindicación alguna. Como explica Elena Poniatowska en La noche de Tlatelolco (Escolar y Mayo ediciones), todo empezó con una bronca estudiantil entre pandillas, que terminó con cargas policiales contra los universitarios. Los hechos se produjeron en julio, y durante todo el verano siguieron manifestaciones antirrepresivas, a las que se sumaron amplios sectores de la población.

Sin embargo, ese mismo octubre iban a celebrarse los Juegos Olímpicos en México, por lo que el presidente Gustavo Díaz Ordaz ordenó una intervención militar para acabar con las protestas. En agosto comenzaron las agresiones, las detenciones y las desapariciones. El ejército intentaba limpiar las calles con la bayoneta en la mano, pero los estudiantes respondían con cócteles molotov. Los enfrentamientos se sucedieron hasta que el día 2 de octubre unas 5.000 personas se concentraron en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco para asistir a un mitin del Consejo Nacional de Huelga, evento que el gobierno mexicano aprovechó para culminar la "estrategia de contrainsurgencia" con la que pretendía poner fin a las revueltas.

Con fracotiradores apostados en los edificios y los tanques preparados para tomar la plaza, las fuerzas del Estado dispararon contra hombres, mujeres y niños. Es difícil saber cuántas personas murieron, se calcula que unas 400. El recuento fue imposible porque, para evitar la identificación de las víctimas, los militares robaron los cadáveres y los quemaron. Como explica Antonio Elorza en Utopías del 68: de París y Praga a China y México (Pasado y presente), Tlatelolco fue un laboratorio de experimentos represivos a gran escala en el que triunfó la barbarie: los estudiantes regresaron a las clases y el Comité Nacional de Huelga votó su autodisolución. Se suspendieron las protestas y los Juegos pudieron celebrarse sin problemas.

Praga: primavera antisoviética

El origen simbólico de la "primavera de Praga" también lo encontramos en unos Juegos Olímpicos. En febrero de 1968 se estaban celebrado en Grenoble los Juegos Olímpicos de invierno, y la selección checoslovaca de hockey sobre hielo ganó por 5 a 4 a la Unión Soviética. Era un resultado sorprendente que no hubiera podido darse si el secretario general del partido en Checoslovaquia, Antonin Novotny, hubiese seguido en el poder. Esa pequeña victoria encaraba las esperanzas de una sociedad que quería librarse de la tutela soviética.

Como explica González Férriz en 1968. El nacimiento de un mundo nuevo (Debate), Novotny había renunciado unas semanas antes debido a las exigencias de apertura de los checoslovacos: sin querer cambiar el modelo socialista por el capitalista, la juventud exigía una tercera vía, "un socialismo democrático compatible con instituciones libres, respetuoso con las libertades individuales y las metas colectivas". Alexander Dubcek, su sustituto al frente del secretariado, despertó la ilusión: aunque era un appartchick, pertenecía al ala reformista del partido y estaba dispuesto a dar respuesta al malestar social. Las manifestaciones fueron parapetadas por Dubcek, que creía que podría canalizarlas: estudiantes y obreros se acogieron a discursos poco ortodoxos; los diarios, radios y televisiones retransmitían el malestar; y figuras como Vaclav Havel empezaron a pedir públicamente la legalización de los partidos de la oposición.

A medida que la llamada "primavera de Praga" tomaba forma, la amenaza de una intervención soviética se volvía más evidente. El 17 de mayo, el Ministro de Defensa ruso se desplazó junto a un destacamento militar hasta Checoslovaquia, si bien el viaje se presentó como una "muestra de amistad". Desde el Pravda, el periódico oficial del partido comunista, se invitaba a los sectores más conservadores a realizar un golpe de Estado. Con el paso de los meses, la presión era cada vez mayor, hasta que el 20 de agosto Checoslovaquia fue invadida por 250.00 soldados y más de 2.000 tanques. Hubo resistencia civil, pero no militar: "los praguenses levantaban barricada o volcaban autobuses para impedirles el paso. [...] se produjeron muertes checoslovacas desde el primer día de la invasión".

La derrota fue total. Dubcek tuvo que aceptar las medidas impuestas por la Unión Soviética y los miembros del Pacto de Varsovia. Anunció que se limitaría nuevamente el alcance de la democracia y las libertades. En septiembre, la Asambla Nacional checoslovaca aprobó las medidas que reinstauraban la censura, restringían la libertad de reunión y prohibían la actividad política fuera de los partidos de la oposición.

Alemania occidental: los hijos de Hitler

El rechazo al comunismo soviético no siempre llevó al anticomunismo. 1968 también fue el año del "gran salto adelante", en el que la revolución cultural china haría "florecer cien flores", y la retórica de Mao Zedong cuajó entre la juventud europea. Frente al estalinismo, el Pequeño libro rojo parecía ofrecer una verdadera doctrina revolucionaria que recuperaba la esencia del marxismo. Así lo entendieron en la Alemania occidental: Andreas Baader, Gudrun Ensslin y Ulrike Meinhof fundarían la Fracción del Ejército Rojo (RAF), una organización revolucionaria que durante los años 70 perseguía sus objetivos mediante la acción armada.

La formación del RAF consolidaba la radicalización de unas protestas que habían empezado en abril de 1968, tras el intento de asesinato de Rudi Dutschke, uno de los líderes de la Federación Socialista Alemana de Estudiantes. Hasta ese momento, el caso de Alemania no era tan distinto del francés, con la salvedad de un fuerte sentido generacional, que contraponía "los hijos de Hitler" a todo lo que representaban sus padres. Como explica González Ferriz, también la preocupación por la relación entre sexo y política fue muy pronunciada: los miembros de la Kommune 1, una "comuna maoísta que promovía la promiscuidad como una forma de liberación, se fotografiaron desnudos en clara analogía con las imágenes de los campos de concentración, identificando su liberación sexual con la liberación del nazismo".

Sin embargo, después del intento de asesinato de Dutschke se elevaría la tensión en todo el territorio. Alemania Occidental se convirtió en una gran batalla campal: en la semana posterior al atentado, 400 persones resultaron heridas y hubo más de 1.000 detenciones. Desde entonces el movimiento estudiantil se debatió entre rechazar la violencia o abrazar la lucha armada, hasta que el 4 de noviembre se produjo "la batalla de Tegeler Weg", en la que estudiantes y obreros se enfrentaron a las fuerzas del estado lanzándoles adoquines: más de 130 policías resultaron heridos. En un artículo para la revista Konkret, Ulrike Meninhof lo dejaba claro: "la protesta es cuando digo esto y aquello no me gusta. La resistencia cuando me encargo de que esto y aquello que no me gusta no vuelva a suceder".

Italia: "la violencia, la violencia, la violencia"

En Italia, la violencia estuvo presente desde el primer momento. Si bien las manifestaciones estudiantiles contra la reforma educativa habían empezado en 1967, la radicalización de las protestas se produciría tras la batalla de Villa Giulia, el 1 de marzo de 1968, después de que 2.000 policías cargaran brutalmente contra 3.000 manifestantes, dejando cientos de heridos a su paso. El movimiento estudiantil tomaría impulso más tarde, el 12 de abril, tras los disturbios en protesta contra el intento de asesinato de Rudi Dutschke en Alemania.

Los revolucionarios italianos tenían claro que era necesario contestar a la violencia con más violencia. Y, de hecho, "la violencia" fue el himno estudiantil que sintetizó sus aspiraciones revolucionarias. "Hoy he visto en la marcha / tantas caras sonrientes, / la compañera, quince años, / los obreros con los estudiantes. [...] He visto el coche blindado / volcado y ardiendo, / tantos y tantos policías / con la cabeza abierta. / La violencia, la violencia, / la violencia, la revuelta; / quien ha dudado esta vez / luchará con nosotros mañana".

Sin embargo, a pesar de la canción, estudiantes y obreros no fueron siempre de la mano. Como explica Javier Noya en Mayo del 68. Las críticas de la izquierda a las revueltas estudiantiles (Catarata), intelectuales como Pier Paolo Pasolini se alejaron del movimiento y se mostraron muy críticos con él: "me he pasado la vida odiando la moral de la vieja burguesía y, por coherencia, debo odiar también a sus hijos. La burguesía levanta barricadas contra sí misma: los 'hijos de papá' se levantan contra sus 'papás'. El objetivo de los estudiantes no es la Revolución, sino la Guerra Civil".

Pasolini acertó: el movimiento estudiantil languideció pronto. Los obreros, en cambio, convocaron una oleada de huelgas a lo largo de 1969, que culminarían finalmente en el llamado "otoño caliente", con la ocupación de grandes complejos industriales. El escritor y activista Nanni Balestrini participó en las revueltas, y en Lo queremos todo (Traficantes de sueños) resumió lo que esos años implicaron para los trabajadores : la quiebra del dominio del capital sobre el obrero, "no con la formación de una nueva conciencia de clase, ni con el nacimiento de una nueva ideología, sino directamente sobre la base de exigencias materiales". En cierto modo, el caso italiano desmentía el relato general del mayo del 68. No supuso una transición hacia la izquierda posmaterialista, sino todo lo contrario: un reagrupamiento del marxismo de vieja escuela.

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