PlayGround utiliza cookies para que tengas la mejor experiencia de navegación. Si sigues navegando entendemos que aceptas nuestra política de cookies.

C
left
left
Artículo Terror, asesinato e iconoclastia: cómo el cristianismo aniquiló el mundo antiguo Lit

Lit

Terror, asesinato e iconoclastia: cómo el cristianismo aniquiló el mundo antiguo

H

Imagen: Wikipedia
 

El "triunfo" del cristianismo es un eufemismo: en realidad perpetró un genocidio cultural contra el mundo antiguo

Eudald Espluga

26 Abril 2018 21:31

Los fanáticos venían del desierto. Llevaban barbas abundantes, trajes negros y se movían en jaurías. Su objetivo era el templo de Atenea, en Palmira. Iban equipados con armas rudimentarias —piedras y barras de hierro—, pero su furia destructora parecía multiplicar su poder. Se reían a carcajadas mientras arrasaban estatuas y edificios. Decapitaron la efigie de Atenea, le arrancaron el cuero cabelludo y se recrearon destruyendo su cabeza. Ni los golpes ni los gritos cesaron hasta que, por fin, consiguieron derribarla y desmembrarla.

La cólera iconoclasta de estos fanáticos no difería mucho de la que hoy identificamos con el terrorismo del Estado Islámico. También ellos asesinaban en nombre del dios verdadero; atacaban los símbolos de los considerados infieles y aspiraban a instaurar su reino mediante la fuerza del terror. Esos fanáticos, tan agresivos como intolerantes, fueron los primeros cristianos, y la destrucción del templo de Atenea supuso el principio de un gran "triunfo": el triunfo de la cristiandad.

(Imagen: metmuseum.org)

Así lo explica Catherine Nixey en La edad de la penumbra (Taurus), un largo escolio a la máxima del fanático San Shenute: "no existe delito para quienes verdaderamente tiene a Jesús". La historiadora nos propone una aproximación a un momento clave de la historia, pero interesadamente desconocido: la violencia que siguió al establecimiento del cristianismo como religión oficial del Imperio Romano.

"El triunfo del cristianismo" es una etiqueta que terminó funcionando como un eufemismo. La palabra "triunfo", para los romanos, significaba no sólo la gloria del ganador, sino también la total y absoluta subyugación del perdedor. Masacre, saqueo y humillación: "un triunfo", dice Nixley, no era solamente una 'victoria'; era una aniquilación". Sin embargo, durante muchos años, fuera de los círculos académicos se ha contado otra historia: la de una Iglesia ilustrada, amante de la cultura, que mantuvo con vida el latín y el griego durante la oscura e ignorante Edad Media.

Para San Agustín, era mejor tener miedo que pecar: "donde esta el terror está la salud. ¡Oh crueldad misericordiosa"

Así, aunque hoy imaginemos el cristianismo como un esmerado museólogo, el cuadro que nos pinta Nixey recuerda más bien a un genocidio cultural. Especialmente cuando los saqueos, quemas de libros y asesinatos no fueron obra de chiflados y excéntricos, monjes enajenados por la fe, sino la dirección oficial de las autoridades. Sin ir más lejos, San Agustín de Hipona, uno de los padres de la Iglesia, expresó así su sus intenciones: "Dios quiere, lo mandó, lo predijo, comenzó ya a llevarlo a efecto, y en muchos lugares de la tierra ya lo ha realizado en parte: la extirpación de toda superstición de paganos y gentiles".

La victoria fue tan absoluta que, incluso hoy, nuestros conceptos y conceptos supuran supremacismo: la palabra "pagano" nació como un término peyorativo, un insulto, que por primera vez utilizaba la religión para definir a las personas. Con ella cristianismo partió el mundo en dos, y empezó a perseguir a los pecadores que se negaban a seguir el verdadero Dios.

Para San Agustín, era mejor tener miedo que pecar: "donde esta el terror está la salud. ¡Oh crueldad misericordiosa". Así se fundamentaron intelectualmente mil años de opresión teocrática, que podemos conocer a través de los sermones de Juan Crisóstomo, otro de los padres de la Iglesia: el miedo era "necesario para los hombres santos", como "escarmiento por la despreocupación", como "castigo", como "mal del hombre innoble", y porque "despierta la conciencia" y "purifica como un horno".

"En nuestras iglesias", concluía el propio Crisóstomo, "escuchamos innumerables discursos sobre castigos eternos, sobre ríos de fuego, sobre el gusano venenoso, sobre ataduras que no se pueden romper, sobre la oscuridad exterior". Y qué mejor forma que llevar los discursos a la práctica para demostrar a los infieles la verdad del cristianismo.

share