PlayGround utiliza cookies para que tengas la mejor experiencia de navegación. Si sigues navegando entendemos que aceptas nuestra política de cookies.

C
left
left
Artículo Catalunya para idiotas: qué hacer cuando las banderas dan asco Lit

Lit

Catalunya para idiotas: qué hacer cuando las banderas dan asco

H

 

Entre banderas y náuseas: visiones anarquistas del conflicto catalán por Santiago López Petit, Marina Garcés y Roger Peláez

Eudald Espluga

26 Abril 2018 06:07

"Catalanes, un esfuerzo más. Ya tenemos una política arrogante y despiadada. Ya tenemos unos medios de comunicación expertos en el arte de la propaganda. Ya tenemos un sistema de partidos que garantiza que los corruptos se protejan entre sí. [...] Ahora tenemos todo el derecho a un Estado-nación, a un Estado propio. Nos merecemos entrar en el club de los Estados y participar de su heroica y sangrienta historia".

Esta arenga satírica se publicó en 2012 en el fanzine libertario El Pressentiment, e intentaba capturar el espíritu del movimiento independentista en una sola idea o presentimiento. El 20 de setiembre de 2017, apenas diez días antes del referéndum del 1 de cotubre, publicaron este otro presentimiento.

Juntos, estos dos presentimientos ha cuajado en un libro colectivo que se titula precisamente No le deseo un Estado a nadie (Pepitas de calabaza). Sus autores proponen una aproximación anarquista al conflicto catalán, que se caracteriza por un doble rechazo absoluto: al nacionalismo y al estado. Está escrito al galope de la actualidad —artículos, cartas, manifiestos—, pero concentra un imaginario libertario que muchas veces queda soslayado en lo que Santiago López Petit ha llamado la burbuja nacionalista: mensajes contradictorios que chocan entre sí, y que en su choque se retroalimentan.

Antes del 1-O: "las banderas nos dan náuseas"

Es muy difícil encontrar un libro crítico con el nacionalismo catalán que no arranque —conscientemente o no— del nacionalismo español, un nacionalismo banal o administrativo que asume los límites del estado y su legalidad como absolutos. De hecho, es muy difícil encontrar un libro que suene sincero, y que se aleje de los habituales tacticismos y la obsesión por "ganar el relato": a lo largo de estos años, los más calientes del procés, los libros han formado parte de la batalla dialéctica por la conquista de la legitimidad.

Es muy difícil encontrar un libro que suene sincero, y que se aleje de los habituales tacticismos y la obsesión por "ganar el relato": a lo largo de estos años, los más calientes del procés, los libros han formado parte de la batalla dialéctica por la conquista de la legitimidad.

Los ensayos de Santiago López Petit aquí recogidos también son una forma radicalmente distinta de tomar partido. Cuando escribe, no sólo toma la palabra: también pone el cuerpo. "Poner el cuerpo" es pensar actuando o actuar desde el pensamiento. Si calla o alza la voz es porque le sale de las tripas, y por eso sus textos deben leerse casi como manifiestos.

"Viendo los rostros alegres e ilusionados, intenté esbozar yo también una sonrisa. Pero solo me venían ganas de vomitar al ver tantas banderas", escribía en 2015, en un texto titulado La soledad del apátrida. "Manifestarse no consiste en inscribirse y participar. Lo confieso: estoy tan desorientado como un extranjero. [...] A estas alturas de la historia, no sé muy bien qué es la lucha de clases, aunque puedo imaginármelo ya que la estamos perdiendo".

('El pressentiment', nº14, publicado en 2012)

El disparo apuntaba bien: el independentismo catalán abría una nueva forma de nacionalismo, exageradamente posmoderno, que apelaba a la identidad y a las emociones de un modo distinto a como los hacían los chovinismos del siglo pasado. "Se trata de un bluf extremadamente serio, y a la vez, totalmente risible". Pero al final, seguía anclado a la idea de Estado y su retórica impolítica: un Estado catalán, para López Petit, no sería sino una caricatura obscena del Estado español, un triste tributo a la Europa colonialista. De ahí que decidieran publicar ese primer presentimiento, ¡Catalanes!, un esfuerzo más: "Catalunya se conformó con un Estado propio pegado al cuelo. Su mayor sueño. ¡Qué triste destino!"

1-O: tomar partido en una situación extraña

Con la convocatoria del referéndum, las cosas cambiarían y mucho. Si unos años antes López Petit defendía su "derecho a la fuga", a no posicionarse en el debate nacional, a finales de setiembre se desmentía a sí mismo: "hay momentos en los que la realidad se simplifica. [...] sabemos dónde ponernos: siempre estaremos enfrente de los que desean imponer la consigna que restablece la autoridad".

Esta aparente contradicción es la que retrata No le deseo un Estado a nadie: la de un grupo de pensadores anarquistas que por primera vez vieron en las urnas un gesto radical y transgresor, una forma de oposición al Estado.

Esta aparente contradicción es la que retrata No le deseo un Estado a nadie: la de un grupo de pensadores anarquistas que por primera vez vieron en las urnas un gesto radical y transgresor, una forma de oposición al Estado. La celebración del referéndum fue el primer gran momento de política real del procés, ya que rompió con el simulacro mediático y transgredió las reglas del juego institucional. Para ellos, lo meritorio del independentismo habría sido el desvelar el mito del Estado de derecho: demostrar que el estado no es la última palabra de lo político, sino la organización institucional del "a por ellos, oé".

En Ciutat Princesa, Marina Garcés explora estas mismas contradicciones, también en primera persona. El libro propone una historia íntima de la ciudad de Barcelona, explicada desde abajo, desde el corazón de los movimientos sociales. De la okupación del cine Princesa hasta el grito independentista de "las calles siempre serán nuestras", Garcés investiga como se ha construido el "nosotros" político a través de distintas luchas.

En su caso, el giro de lo local y la lucha antiglobalización a la preocupación por la cuestión nacional es igualmente sintomático. En los primeros capítulos, explica cómo las fuerzas del Estado han utilizado sistemáticamente la excusa del terrorismo para criminalizar las luchas vecinales. Los anarquistas siempre habían sido el blanco fácil, casi un símbolo de la demonización del poder popular. Sin embargo, poco después de la publicación del libro, cuando la Guardia Civil empezó a detener y acusar de terrorismo a personas relacionadas con los CDR (Comités en Defensa de la República), también apuntaron públicamente a lo que consideraban líderes y cabecillas de la organización: el nombre de Marina Garcés fue de los primeros en salir.

Los anarquistas siempre habían sido el blanco fácil, casi un símbolo de la demonización del poder popular. Sin embargo, poco después de la publicación del libro, cuando la Guardia Civil empezó a detener y acusar de terrorismo a personas relacionadas con los CDR, también apuntaron públicamente a lo que consideraban líderes y cabecillas de la organización: el nombre de Marina Garcés fue de los primeros.

Garcés se había implicado nuevamente en la lucha contra la represión policial, tanto en la calle como en sus intervenciones públicas. De ahí que la Guardia Civil la identificara como una de las agitadoras. En Ciutat Princesa, esto se traduce en una reflexión mucho más matizada que repetir mecánicamente el lema "las banderas nos dan náuseas": "vistas de lejos, son inventos pueriles que recuerdan más a los juegos de rol o a las peleas entre grupos en el patio de la escuela que a la verdadera política. Pero si nos acercamos y hacemos una lectura histórica y también contingente, las banderas no expresan la identidad eterna de las naciones sino las relaciones de poder sobre las cuales se han construido y consolidado los Estados-nación actuales. [...] Vistas desde esta historicidad contenciosa, no todas las banderas son iguales ni dicen lo mismo".

Después del 1-O: sentir odio no es ningún delito

Que estos pensadores de sensibilidad anarquista tomaran partido tras el 1-O y la represión desencadenada no significa que su discurso haya virado hacia el independentismo acrítico. El momento de política insurreccional fue precisamente esto: un momento. Porque tras el referéndum, el procés volvió a los cauces institucionales y al nacionalismo empalagoso de las sonrisas y el civismo. Volvió a reclamar un Estado y buen humor.

"Sentir odio no es ningún delito", escribe Roger Peláez en El procés explicat als idiotes, una crónica ilustrada de los hechos ocurridos entre setiembre y diciembre de 2017. Si los folletos de El Pressentiment pueden verse como una forma de intervención artística y política, el cómic de Peláez es directamente un cóctel molotov al que se le cae incluso la etiqueta de "anarquista".

Los idiotas somos todos, explica Peláez a PlayGround. "La gente que cree, como yo, que no ha entendido nada". A las banderas ya se ha acostumbrado, pero le revienta tanto "el rollo garrulo imperial intransigente" del nacionalismo español como "el rollo romántico-nostálgico imperial que va de tolerante" del nacionalismo catalán.

"A estas alturas", nos cuenta, "incluso el adjetivo 'cívico' no deja de parecerme una mierda tenebrosa. Me da asco la autoridad, el paternalismo, la suficiencia, la fanfarronería, la servitud. Me da asco que , cuando la gente tiene ganas de hablar de política y ejercerla, el poder nos organiza saraos y escenarios para hacerlo".

Y quizá toda la relación del anarquismo con el independentismo catalán, antes y después del 1-O, podría resumirse con esta viñeta de El procés explicat als idiotes: "¡los anarquistas son muy guais cuando no hacen cosas anarquistas!"

share