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Enloqueció en ese manicomio fascista y cruel que era España

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¿Qué sentido tiene hablar de la locura como de una patología mental cuando estamos ante un cuerpo violado, humillado y golpeado? Leonora Carrington lo hizo en 'Memorias de abajo' (Alpha Decay)

Eudald Espluga

03 Noviembre 2017 17:39

Leonora Carrington —pintora surrealista y escritora— creía que su sangre era un fluido mágico, una forma de energía total en la que se reunía lo microcósmico y lo macrocósmico, lo masculino y lo femenino, el sol y la luna.

Era 1940 y Leonora Carrington se sabía la última resistencia contra una conspiración mundial: solo ella podría detener las huestes del inframundo que amenazaban con la destrucción total. Para ello, contaba con los pocos objetos que había en su bolso, una sorprendente arma secreta que el enemigo desconocía.

Como explicaba en su libro autobiográfico, Memorias de abajo:

"Comprendí que tenía que ponerme a trabajar con la ayuda de estos objetos, combinando sistemas solares para regular la conducta del Mundo. Tenía unas cuantas monedas francesas que representaban la caída de los hombres a causa de su pasión por el dinero; aquellas monedas debían formar parte del sistema planetario como unidades y no como elementos particulares; de unirse a los emás objetos, la riqueza no generaría ya desgracia. Mi lápiz recargable rojo y negro (sin mina) era la Inteligencia. Tenía dos frascos de agua de colonia: el aplastado eran los judíos; el otro, cilíndrico, los no-judíos. Una cajita de polvos Tabú con tapa, mitad gris, mitad negra, representaba el eclipse, lo complejo, la vanidad, lo tabú, el amor. Dos botes de crema facial: el de tapa negra era la noche, el lado izquierdo, la luna, la mujer, la destrucción; el otro, de tapa verda, era el hombre, el hermano, los ojos verdes, el Sol, la construcción."

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Era 1940 y, por supuesto, la encerraron. Ingresaron a Leonora Carrigton en un manicomio de Santander. Su trastorno era evidente y su delirio intolerable.

***

Apenas unos meses antes, las autoridades de la Francia de Vichy habían detenido a su pareja, el también pintor Max Ernst. Lo habían mandando a un campo de concentración y ella se había visto obligada a exiliarse. Cruzó por Andorra hasta la España de Franco. Estaba sola, estaba asustada, no tenía donde dirigirse. Una vez en Madrid, unos oficiales la violaron.

"Me llevaron a una habitación decorada con elementos chinos, me arrojaron sobre una cama, y después de arrancarme las ropas me violaron el uno después del otro".

Cuando terminaron, sus agresores le robaron el dinero y la siguieron humillando hasta que decidieron marcharse. Carrington llamó a la única persona que conocía en Madrid, un hombre extraño llamado Van Ghent. En vez de ayudarla, éste se enfadó: la culpó, la insultó y colgó el teléfono.

Justo en ese instante, su sentido de la realidad se había quebrado.

Fue el mismo Van Ghent quien denunció la locura de Carrington a las autoridades: la mañana siguiente a la violación fue su último día en libertad. Primero la encerraron en una habitación de hotel. Más tarde la drogaron con Luminal y la anestesiaron con un pinchazo en la espina dorsal: "me entregaron como un cadáver al doctor Morales, en Santander".

***

¿Qué sentido tiene hablar de la locura como de una patología mental cuando estamos ante un cuerpo violado, humillado y golpeado? ¿Qué sentido hablar de trastorno psicológico ante un cuerpo lanzado al exilio, perseguido y encerrado? ¿Restablecer la "normalidad" es atar y drogar este cuerpo? ¿Sanar es someter a la fuerza, discilplinar con violencia?

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Fernando Álvarez-Uría, experto en la historia de la psiquiatría en España, explica en su libro Miserables y locos que "la medicina mental constituye el incio de una experiencia socio-política que cosiste en aplicar la ciencia a la dirección de los hombres para evitar la guerra social, construir la armonía y generar un nuevo sistema social basado en la soledad vigilada de los individuos."

La implementación social del orden psiquiátrico, desde sus orígenes, fue un intento de disciplinar a los desviados, de encerrar a pobres y vagabundos, de reducir la peligrosidad de las ciudades bajo una nueva tutela moral.

Y precisamente esto es lo que retrata Memorias de abajo: el manicomio como institución fascista.

***

"Yací varios días y noches sobre mis propios excrementos, orina y sudor, torturada por los mosquitos, cuyas picaduras me dejaron un cuerpo horrible: creí que eran los espíritus de todos los españoles aplastados, que me echaban en cara mi internamiento, mi falta de inteligencia y sumisión. La magnitud de mi remordimiento hacía soportables sus ataques. No me molestaba demasiado la suciedad."

Todavía en 1940, el cuerpo de Leonora Carrington fue normalizado por la fuerza.

"¿Era un hospital o un campo de concentración?"

***

En el prólogo de la edición de Memorias de abajo que acaba de publicar la editorial Alpha Decay, la escritora mexicana Elena Poniatowska resume perfectamente la síntesis de fascismo, violencia machista y sumisión psiquiátrica que tuvo que sufrir la pintora surrealista:

"no había peor institución mental ni clima más cruel que la España de Franco con su Guardia Civil, que intentó destruir su mundo imaginario y afectivo."

Lo intentaron, pero no lo consiguieron: las torturas no acabaron con Leonora Carrington. Ni con su cuerpo, ni con su poderoso mundo interior. De hecho, apenas tres años después, el lunes 23 de agosto de 1943, empezaba a poner por escrito sus recuerdos.

Memorias de abajo son un exorcismo y una terapia, también un acto de rebeldía. Son un testimonio precioso y terrible con el que Leonora Carrington culminaba su enajenación violenta y nada inocente.

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