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El futuro no binario de la clase trabajadora ya está aquí

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Imagen: Sharon McCutcheon
 

El futuro no binario de la clase trabajadora ya está aquí

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/OPINIÓN/ “La interseccionalidad no es una excepción, ni una virtud supererogatoria: es el presente inevitable de la clase trabajadora”

Hoy parece que fue una moda pasajera, pero durante algunos años el concepto de "precariado" encauzó el sentimiento de clase en un momento en el que otros conceptos como "proletariado" o "clase obrera" no parecían ajustarse a la orografía concreta del mundo laboral.

Popularizado por el economista Guy Standing, el "precariado" echaba raíces en un sistema de mercado mundial que había desbordado las categorías tradicionales de trabajo y trabajador. Entre otras cosas, el concepto atendía a la proliferación de " trabajos temporales, becas de formación, contratos a tiempo reducido, contratos a cero la hora"; denunciaba la imposición de trabajo no remunerado en torno al concepto de empleabilidad —"estar permanentemente solicitando un trabajo, estudiar distintas materias, navegar sin tregua por las redes, hacer colas y rellenar innumerables formularios"—; y señalaba el sesgo de género de los análisis basados en el salario, que no contaba como "fuerza de trabajo" el trabajo no remunerado de las mujeres.

Quizá el "precariado" no era la mejor respuesta a la crisis de relato de la izquierda, incapaz de tejer solidaridades de clase en torno a los partidos socialistas o los sindicatos, pero permitía imaginar un nuevo sujeto colectivo que respondiera a la realidad de la generación millennial: un mundo laboral flexibilizado, deslocalizado, inseguro, competitivo, abocado a la temporalidad. Ni la fábrica ni la cadena de montaje servían ya como símbolos de las nuevas formas de explotación, por lo que este nuevo concepto ayudaba a politizar el modo de vida de toda una generación, atendiendo precisamente a las condiciones materiales que han acabado por transformar el mercado laboral en su totalidad.

Supuestamente, la preocupación por la diversidad habría introducido una serie de elementos espurios —feminismo, ecologismo, teoría queer, antirracismo— que no atañen a los problemas reales de la gente —donde "reales" significa materiales, económicos— y facilitan que el neoliberalismo penetre en nuestras vidas.

Sin embargo, con el auge de la extrema derecha, y especialmente después del triunfo electoral de Donald Trump, se ha producido un repliegue ideológico sobre el concepto de clase obrera: se responsabiliza a la izquierda "posmoderna" e "identitaria" de fragmentar el proletariado y neutralizar la fraternidad de clase. Supuestamente, la preocupación por la diversidad habría introducido una serie de elementos espurios —feminismo, ecologismo, teoría queer, antirracismo— que no atañen a los problemas reales de la gente —donde "reales" significa materiales, económicos— y facilitan que el neoliberalismo penetre en nuestras vidas.

En este desplazamiento de la lucha por la redistribución a la lucha representación, sigue el argumento, los miembros de la frívola generación millennial —obsesionados con las redes sociales y los patinetes— nos habríamos olvidado de los trabajadores y serían estos trabajadores —uniformemente representados como varones blancos heterosexuales de mediana edad— los que habrían aupado con su voto a la ultraderecha en Estados Unidos y Europa.

Se trata de un relato enormemente reduccionista, que no sólo desecha de un solo brochazo la ampliación sociológica del trabajador que el concepto de "precariado" había cristalizado a través de la idea de desigualdad, sino que además se desentiende de la transformación de las condiciones materiales del mundo laboral. Actualmente, en Estados Unidos, los millennials —entre 22 y 37 años— constituyen más de un tercio de la fuerza de trabajo: según el Pew Research Center, son un 35% del total de la población activa (57 millones de millennials están ocupados o buscando trabajo), siendo así la generación que más presencia tiene en el mercado. Y como ha revelado un estudio de la GLAAD (Gay and Lesbian Alliance Against Defamation, una asociación que busca combatir la desinformación sobre el mundo LGBT) , hasta un 12% de los miembros de esta generación se identifican como transgénero o como género no conforme.

Este indicador no nos compromete con ninguna verdad absoluta sobre el mundo empresarial y la configuración de la clase obrera en otros países, pero es especialmente sintomático si tenemos en cuenta la discriminación laboral que sufren las personas transgénero en el estado español. Aunque es imposible de calcular con exactitud, la tasa de paro dentro del colectivo se ha cifrado entre un 37% y un 85%. Lejos de ser un problema "identitario" o de "representación", se trata de una realidad que les impide materialmente el acceso al mundo laboral y que condiciona su día a día, especialmente en relación al uso de espacios comunes (baños, vestuarios, etc.) o a la hora de identificarse en documentos oficiales.

Con estas cifras delante, argumentar que las reivindicaciones transfeministas son un divertimento universitario que fragmenta la clase obrera es, por lo menos, excéntrico.

Por el contrario, parece mucho más divisivo defender que el verdadero proletariado está esencialmente compuesto por señores blancos muy enfadados. En Authentocrats, Joe Kennedy denuncia esta tendencia a fetichizar la clase obrera bajo un ideal de "autenticidad" que, de hecho, no se corresponde con la configuración demográfica del mundo laboral. Analiza esta nostalgia obrerista como el pilar de un populismo de centro-izquierda que hace pivotar su discurso sobre una idea muy reaccionaria de lo que es lo "real", y nos recuerda que la clase obrera, como la idea de "nación", no es más que una ficción sobre la que construimos solidaridades.

Pero que la "clase obrera" sea una comunidad imaginada no quiere decir que sea un invento que nada tenga que ver con los hechos. Más bien al contrario, como demostró el concepto de "precariado": significa que estamos ante una herramienta estratégica que ha de ser definida en base a la composición dinámica del mundo empresarial y al tipo de resistencias que queremos plantear.

La discriminación sistemática que sufren las personas trans o de género no binario ha de ser vista como una cuestión material, laboral y de clase, como también las luchas de las personas migrantes o la brecha salarial. La interseccionalidad no es una excepción, ni una virtud supererogatoria: es el presente inevitable de la clase trabajadora.

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