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El gran secreto tras la obra de Hokusai era el trabajo de su hija

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La historia jamás contada de Oei, la hija del gran artista japonés a quien su padre eclipsó y a quien la historia del arte ignoró

Luna Miguel

03 Abril 2018 18:45

La conoces.

La has visto decenas de veces en el manga, o en las películas niponas, o como estampado de un souvenir, poster de una tienda de arte, cubierta de un libro de Iris Murdoch o diseño de ese tatuaje azul marino que siempre te quisiste hacer. La conoces tanto que es probable que la hayas visto en persona cuando has viajado a Japón. Estaba ahí, en la costa de Kanagawa, imaginando que tras el cielo brumoso aparecería el monte Fuji y sin embargo te fijaste en la espuma alta de unas olas parecidas a las que medio mundo admira a diario en la obra del Hokusai.

Lo que no sabes, quizá, es lo que ocurre cuando esa ola rompe.

Cuando esa cresta imposible llega hasta la escena siguiente y desciende hasta la arena de la playa de Enoshima con violencia. Ahí, justo en ese vacío en el que los remeros de las barcazas descansan porque saben que no morirán ahogados, lo que se puede ver es el cuerpo brillante de dos mujeres, Oei y Hinako, que desde el aire alzan las manos, como pidiendo un poco de atención, o como rogando que escuchemos de una vez lo que tienen que contarnos.

¿Pero quiénes son esos espectros femeninos?

¿Existen? ¿Alguna vez lo hicieron?

¿Por qué estaban esperando tras la célebre espuma?

¿Por qué los deberíamos escuchar?

La primera mujer de la ola

Con el pelo recogido en un moño y con su kimono floreado, una de las mujeres que flota en la orilla es Katsushika Oei.

Nadie sabe cuándo nació. Nadie sabe cuándo murió. Pero Oei y sus flores maduras vivieron la primera mitad del 1800 y durante todo ese tiempo odiaron el amor. Oei y sus flores detestaban el amor, sí. Quizá porque mientras ellas pintaban escenas domésticas y fantasmas, o porque mientras ellas perfilaban la espuma de las olas en un gran tapiz aguamarina, un hombre viejo, su padre, se dedicaba a hacer trazos picantes de mujeres penetradas por grandes pulpos, perseguidas por viejos que huelen a alcohol y a pescado o violadas por sus maridos.

¿Cómo iban a creer Oei y sus flores en lo romántico si su padre pensaba esas cosas del amor? ¿Cómo iban a querer convertirse en una mujer casada, si en la misma habitación donde la tinta creaba aquellas escenas soeces, ellas tenía la libertad para imaginar su propio mundo?

Oei y sus flores, Oei y sus olas, Oei y sus demonios. Cuenta la leyenda que una vez, incluso, en un encargo artístico a su padre que acabó ejecutando Oei, los espíritus allí representados persiguieron a los dueños de la lámina. Oei veía fantasmas a través de sus pinceles. Era capaz de crearlos a través de sus gestos. Era capaz de darles vida cuando la firma de su padre ocupaba ese lugar en el que en verdad debía ir la suya.

Detrás de la gran ola de Hokusai estaba la hija del artista: Oei, a veces conocida como O-Ei, y otras como Ei-jo, y otras como O-i.

Qué más da.

Qué más les daba a Oei y a sus flores cómo las conocieran los demás, si durante décadas todos sus nombres quedarían sepultados por el peso del padre. Qué más les daba a Oei y a sus flores saber cuándo habían nacido si sus biografías jamás superarían las diez líneas en total. Oei sólo era Oei, entonces. Oei sólo era Miss Hokusai. Oei y sus flores, ¿quién las regaría?

La segunda mujer de la ola

El primer cuerpo que apareció tras la rotura de la ola fue el de Oei, el segundo, necesariamente y de la mano, fue el de Hinako Sigiura.

Nacida en Tokio en 1958 e hija de comerciantes de kimonos, esta dibujante, escritora e investigadora nipona se convirtió en los noventa en un fenómeno por el hecho de llevar al manga histórico una visión feminista. Con el libro Miss Hokusai, recientemente publicado en España por Ponent Mon, dio cuenta casi por primera vez de la figura anónima que durante muchos años acompañó a Hokusai en su taller. Sigiura realizó una dura investigación para recopilar todos los datos posibles de esa mujer que trabajó en la sombra, especialmente durante los últimos años de vida del pintor, pero de la que se estima que participó en el acabado o en la elaboración de buena parte de las obras que conocemos.

Miss Hokusai existió hace muchos años, sí, pero el manga de Miss Sigiura hizo entender al mundo que sin una reivindicación como aquella, sus flores y sus múltiples nombres quedarían ocultos para siempre. Porque después de una ola viene otra ola. Y porque después de otra ola viene la siguiente, y así. Si el mar embravecido y el cielo de calimas japonés es capaz de esconder a veces la dureza del monte Fuji, ¿cómo no iba a tener la fuerza suficiente para llevarse por delante el trabajo de dos mujeres que trabajaron desde las sombras?

La resaca de la ola

En la edición que Ponent Mon ha traído a nuestro país —casi veintidós años después de la publicación de Miss Hokusai y casi tres años después de la aparición de una exitosa película de anime que lleva el mismo nombre— se ha respetado un epílogo que Baku Yumemakura escribió en 1996. En él, el escritor de ciencia ficción alaba el trabajo de Sigiura, y se lamenta de que unos años antes de la publicación, esta anunciara que iba a retirarse. Que no publicaría más. Que ya estaba todo hecho.

“Por qué ha dejado de dibujar”, se preguntó. “¿Por qué ha abandonado el manga? Hablo de Hinako Sugiura. Qué desperdicio de talento. Qué pena. Es muy triste saber que uno no volverá a leer nada de autores vivos y sanos que están en condiciones de deleitarnos con su arte”.

Sólo 9 años después de esas palabras Sugiura falleció por un cáncer de garganta, dejando al mundo definitivamente huérfano de sus historias concisas pero poéticas. Precisas pero casi soñadas. Reveladoras pero empapadas de sal. Resulta irónico y casi un gesto sádico del destino que la mujer que dibujó para rescatar a otras mujeres que dibujaban muriera tan pronto. Pero una ola sucede a otra ola. Y tras esa ola hay otra, y luego otra más. Y quizá pase lo mismo con las mujeres que dibujan: que primero hay una y luego hay otra, y que después hay otra que va a llegar. Pero, ¿conseguiremos recordarlas?

Sería hermoso imaginar un mundo en el que cada vez que alguien vea esas gotas de la costa del Pacífico, salpicándonos en una camiseta de souvenir o en una portada de un vinilo de Debussy, o quizá en el cartel del restaurante de sushi más cercano, todos recordemos que para que esa belleza de paisaje exista tuvieron que existir también el viejo loco de Hokusai, y su hija que prefirió las flores a los hombres y también la autora de este manga inmenso que nos lleva directamente al mar.

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