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Cómo un solo hombre consiguió que una mentira se viralizara por todo el mundo

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Hace 20 años, nació el mito que relaciona el autismo con las vacunas. A día de hoy, una de cada cinco personas creen que es cierto

Rosa Molinero Trias

27 Agosto 2018 16:03

En 1998 la prestigiosa revista científica The Lancet publicó un estudio que sugería una hipótesis altamente controvertida: la vacuna triple vírica, inoculada en niños menores de 2 años para combatir el sarampión, la rubéola y las paperas, podría causar autismo. Su autor principal, el investigador Andrew Wakefield, presentaba los resultados de su estudio un 26 de febrero, en Londres.

La publicación señalaba que 12 niños vacunados habían desarrollado autismo e inflamación intestinal grave, aunque se aclaraba que ese “vínculo causal” que se estaba estudiando se trataba solamente de una teoría sin confirmar. Sin embargo, las afirmaciones provocaron una ola de desconfianza entre padres de multitud de países, que juzgaron más peligroso las consecuencias que supuestamente acarreaba vacunar a sus hijos que no hacerlo y dejarlos desprotegidos ante los virus.

Andrew Wakefield

La teoría de Wakefield, que los medios británicos amplificaron, consiguió la simpatía de muchas celebrities y sigue causando estragos. Según The Conversation, a día de hoy, una de cada cinco personas sigue creyendo que las vacunas provocan autismo. En Francia, el 65% de los encuestados creen que es cierto o no están seguros, y en Gran Bretaña el porcentaje llega al 55%.

La trayectoria del mito alcanzó Estados Unidos, donde no solamente se demonizó a la vacuna triple vírica, sino a todas, ya que era el timerosal, un componente antibacteriano presente en muchas de ellas, el que surtía efectos secundarios nocivos en los niños vacunados. Los actores Jim Carrey, Charlie Sheen, Rob Schneider e incluso Donald Trump en su campaña presidencial, apoyan el movimiento antivacunas.

La idea de Wakefield se viralizó tan rápido como lo haría el sarampión en los años siguientes, cuando empezó a incrementar el número de niños que no habían sido vacunados. Las cifras asustan: solamente en los primeros seis meses de 2018 han muerto 37 personas a causa del virus y los contagios ascienden a 41.000 en Europa, casi el doble que en todo 2017 y un 450% más que en 2016, cuando la OMS contabilizó 5.237 personas infectadas. Según los expertos, el incremento se debe en gran al calado de hipótesis de Wakefield y sus defensores, aunque también existen otros motivos: en Ucrania, el país donde se han registrado más casos, con un total de 23.000 niños enfermos de sarampión, el Departamento de Salud no tiene recursos para proporcionar vacunas a los hospitales.

Pero las teorías de Wakefield encontraron su mercado en los países donde es posible tomar la decisión voluntaria de no vacunar a tu hijo, como Reino Unido, Estados Unidos, Georgia, Italia y Francia, países en los que han aumentado los casos desde entonces. Por ende, algunos países como Alemania, Francia Italia planean multar a los padres que no vacunen a sus hijos.

El mensaje de Wakefield pasó años sin que nadie lo frenara de manera contundente. Si bien es cierto que desde su publicación distintos estudios habían desmentido el vínculo entre vacunas y autismo, no fue hasta 2004 cuando una investigación del periodista Brian Deer para el Sunday Times sacó a relucir los trapos sucios del científico. Deer descubrió que Wakefield, antes de la publicación de su artículo, había pedido la patente para una vacuna contra el sarampión que competiría con la triple vírica (llamada MMR en los países anglosajones). En otras palabras, el científico había pisado la línea del conflicto de interés. Es más, Deer afirmó que la motivación de Wakefield era todavía menos honrada, ya que había cobrado una suma por parte de un bufete de abogados que planeaba denunciar a los fabricantes de vacunas. Todavía se le acusaba de más delitos: había sometido a los 12 niños analizados a procedimientos invasivos e innecesarios para el estudio.

La reacción del Consejo General de Medicina de Reino Unido no se hizo esperar: determinó que Andrew Wakefield “no era apto para el ejercicio de la profesión” y tildó su comportamiento de “irresponsable”, “antiético” y “fraudulento”. No obstante, la revista The Lancet tardó hasta 2010 en retractarse por haber publicado el estudio, al mismo tiempo que afirmaba que las conclusiones del estudio de Wakefield eran “totalmente falsas”. Los 12 coautores de la investigación se retractaron de los resultados que habían firmado. Terminaron retirándole la licencia para seguir ejerciendo como médico en Reino Unido.

A todo esto, Wakefield emigró a Estados Unidos para probar suerte evangelizando al país con sus teorías, que arraigaron por ser una explicación al autismo, enfermedad de la que todavía se desconocen las causas. Allí, el científico no renovó su licencia de médico, sino que se dedicó a fundar ONGs para la investigación sobre el autismo. Según un reportaje de My Statesman, en 2004 creó Thoughtful House Center of Children, de la cual fue director ejecutivo hasta 2010. Más tarde, se convirtió en presidente de Strategic Autism Initiave, mediante la que recaudó 623.439 dólares y cobró 316.667 dólares los tres primeros años, en los que trabajó 30 horas semanales los dos primeros y 15 horas el último año que obtuvo financiación. La organización se disolvió en 2015.


Mientras, Wakefield escribió un libro, Callous Disregard: Autism and Vaccines – The Truth Behind a Tragedy, en el que defendía su hipótesis y su honestidad, y se dedicó a sembrar de litigios a los críticos que habían denunciado su mala praxis en lo que se ha interpretado como un intento para silenciarlos. También tuvo tiempo de dirigir y protagonizar un documental que sostenía su estudio, Vaxxed, y que estuvo a punto de seducir a Robert De Niro, quien tiene un hijo autista, que hasta llegó a presionar al Tribeca Film Festival para que no retiraran la película, aunque abandonó tras consultar con expertos. Si su objetivo era hacer ruido para vivir de una hipótesis ampliamente desmentida, lo consiguió. Pero por el camino ha ido dejando un rastro de desinformación que a día de hoy pone en riesgo la vida de miles de niños.

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