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¿Lo dejas todo para mañana? La culpa la tiene tu cerebro

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La procrastinación tiene mucho que ver con la forma en la que controlas tus emociones

S.L.

05 Noviembre 2018 14:54

Una cita incómoda, un encargo a medio hacer, un artículo para el que no salen las palabras o las 3 llamadas pendientes a toda tu familia. Y en medio de todos los pequeños marrones de la vida cotidiana, una sola palabra: procrastinación. Mientras tus tareas y compromisos pendientes se quedan en un rincón, tú te entregas a los vídeos de YouTube, a leer esos artículos que tenías guardados o a observar esa esquina de la habitación que, de repente, parece requerir de todo tu interés. La procrastinación, esto es, el hábito de posponer las tareas y obligaciones, es un comportamiento que todos, en mayor o menor medida, hemos experimentado. Y un misterio que poco a poco la ciencia está desentrañando.

Una investigación publicada en la revista Psychological Science ha llegado a la conclusión de que el secreto de la tendencia humana a la procrastinación podría hallarse en el cerebro.

El estudio preguntó diversas cuestiones a 264 hombres y mujeres para analizar cuál era su grado de impulsividad. A partir de ahí escanearon sus cerebros para averiguar qué determinaba que algunos fueran más impulsivos y otros más procrastinadores. Y encontraron que las personas que controlaban mal sus acciones, es decir, los procrastinadores, tenían de media la amígdala más grande. Esta zona del cerebro se asocia con el control de las emociones y también es la parte donde se activan los mecanismos de huida.

Además, los científicos observaron que en las personas que postergan las tareas las conexiones entre la amígdala y el córtex del cíngulo anterior eran más deficientes. Esta parte del cerebro utiliza la información que le envía la amígdala y decide que acción seguirá el resto del cuerpo, permitiendo bloquear las emociones e impulsos que nos distraigan de las tareas que estamos haciendo.

El secreto de la tendencia humana a la procrastinación podría hallarse en el cerebro

"Las personas con una amígdala más grande pueden sentir más ansiedad por las implicaciones negativas ligadas a realizar una determinada tarea. Suelen dudar y posponer labores con más frecuencia", explica a la BBC Erhan Genç, uno de los autores del estudio, y académico de la Universidad Ruhr de Bochum (Alemania).

"Debido a una conexión funcional baja entre la amígdala y el córtex del cíngulo anterior, este efecto puede aumentar, ya que las emociones negativas interferentes y las acciones alternativas podrían no estar suficientemente reguladas", añade.

Es decir, la gente que procrastina no lo hace porque gestione mal su tiempo si no por miedo a empezar un trabajo que podría salir mal. Esto puede estar ligado a una personalidad perfeccionista que nos paraliza y hace que evitemos abordar estas tareas.

"Cuando juntas la mente ocupada, la evitación, el mal tipo de distracciones, el arrepentimiento, la falta de autoestima y las implacables expectativas se produce un cóctel potente", explicó la psicóloga Perpetua Neo a Insider. "Tus centros de miedo se iluminarán más y más", añadió.

¿Y qué podemos hacer entonces?

Una posible solución sería abrazar la procrastinación… de una manera ordenada. Esto es lo que el filósofo John Perry llama procrastinación estructurada, que no es otra cosa que posponer una tarea que no quieres hacer para hacer otras verdaderamente placenteras. Es decir, utilizar esta procrastinación como una motivación para hacer cosas. Si tienes que hacer un artículo pero también leer un ensayo, poner la lavadora, sacar al perro y pedir cita para el médico, siempre puedes empezar por las tareas más placenteras y que estas te sirvan como una motivación extra para hacer aquellas que peor te sientan.

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