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Reportaje Con correas y contra tu voluntad: en 2018 sigue siendo legal atar a la gente en hospitales Now

Reportaje

Con correas y contra tu voluntad: en 2018 sigue siendo legal atar a la gente en hospitales

10 Octubre 2018 11:54

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Las contenciones mecánicas, calificadas como malos tratos por la ONU, se practican diariamente en espacios dedicados a la salud mental. Hablamos con activistas y expertos sobre una praxis que vulnera derechos fundamentales de la persona

Lorena tenía 17 años cuando fue ingresada en el Sanatorio Esquerdo de Madrid. Durante el tiempo que estuvo en el centro no pudo recibir visitas. Apenas recuerda nada, solo flashes de una habitación blanca y ella atada contra la pared. A los 15 días, sus padres la sacaron de allí. ”Cuando salí tenía escaras en los talones que me llegaban hasta el hueso, y también en la espalda. Me seccionaron el nervio ciático y como consecuencia salí de allí sin poder andar”, recuerda esta activista de salud mental e integrante del colectivo FlipasGam. Esa es la primera vez que se enfrentó a lo que se conoce como ‘contención mecánica’, una práctica que consiste en atar a la persona a la cama, ya sea de la cintura, muñecas o tobillos. A veces las contenciones duran un par de horas, otras veces se alargan durante toda una noche.

Su caso es el ejemplo extremo de una realidad que se vive en hospitales, geriátricos, centros de menores o prisiones de España y que afecta, en mayor o menor medida, a cientos de personas cada año. Este es el caso de Edgar Vinyals, activista en primera persona y presidente de la Federación VEUS, que también fue contenido de adolescente.

A pesar de que esta práctica ha sido calificada como tortura y malos tratos por organismos como la ONU, la OMS o el Consejo de Europa, a día de hoy sigue sin ser erradicada.

Contenciones, una práctica que camina contraria al proceso de recuperación

Desde hace tiempo, asociaciones de personas con diagnóstico psiquiátrico y trabajadoras de salud mental ponen el foco en la práctica de contenciones en España con una doble intención: dar a conocer lo que está pasando y acabar con ellas. Una de esas asociaciones es el colectivo LoComún, impulsor de la campaña #0contenciones, una iniciativa que desde hace meses llena las redes con historias que denuncian medidas coercitivas en psiquiatría.

“Hay una vulneración de Derechos Humanos y una práctica antiterapéutica, antiética e ilícita según las recomendaciones internacionales que está normalizada”, explica Nando, integrante del colectivo LoComún. Él mismo estuvo a punto de sufrir una contención con 19 años. “Hubo un momento en el que se plantearon atarme o no delante de mí, como si yo no existiera. Al final no me ataron. Imagínate lo que hubiera pasado con 19 años, en el contexto en el que yo estaba, si me agarran 2 tipos por detrás. Nadie me explicó nada en ningún momento”, recuerda el activista. “No hay una reflexión sobre lo que necesita la otra persona, sino una anticipación: el otro no se comunica, el otro es peligroso y el otro está jodido para siempre. Eso al final lo que genera es que el proceso de cosificación sea muy plausible”, añade.

Material gráfico de la campaña #0contenciones

La principal dificultad a la hora de abordar la problemática es la opacidad absoluta que rige sobre esta práctica. No hay datos de cuántas contenciones se practican, dónde suceden y por qué. “El criterio para aplicarlas debería depender de los protocolos de cada centro pero lo que hemos detectado es que depende de factores como si es fin de semana o no, si la contención se hace en una hora u otra del turno, si eres varón corpulento, si eres persona migrante, o simplemente con la cultura del centro. Hay sitios donde siempre se ha atado”, resumen desde LoComún.

“Tú vas allí [a un centro médico] porque estás agotado emocionalmente y necesitas descanso, tranquilidad y seguridad y te encuentras en situaciones que te generan mucha más angustia, emociones mucho más desagradables, sentimientos de desprotección y desatención aún más grandes. Es una experiencia traumática”, cuenta Edgar Vinyals.

“No hay una reflexión sobre lo que necesita la otra persona, sino una anticipación: el otro no se comunica, el otro es peligroso y el otro está jodido para siempre. Eso al final lo que genera es que el proceso de cosificación sea muy plausible”

Nando, integrante colectivo LoComún

Una experiencia traumática. Porque las huellas que dejan las contenciones no siempre son físicas. “Te preguntas qué has hecho tan mal para que te tengan que tratar de esa manera. Camina al contrario del proceso de recuperación. Acudes a un servicio de urgencias con 1 u 8 problemas y sales con 20”, explica Nando, de LoComún.

Lorena tiene pesadillas en las que se siente presa y miedo a nuevos ingresos. Tras su estancia en el sanatorio durante la adolescencia, volvió a ser contenida hace 3 años en otro centro madrileño. “Me llevaron a la habitación, me rodearon 4 personas y me ataron. Me tuvieron atada toda la noche y no pude pegar ojo porque me sentía alerta”, recuerda. “Yo no sería contraria a ingresar si no hubiera pasado por lo que he pasado, ahora tengo pánico de volver”.

Una práctica de “último recurso” utilizada de forma sistemática

Ana Carralero es enfermera, se formó en salud mental y una de las primeras cosas que aprendió a hacer fue una contención mecánica. “Estuve trabajando en la planta de psiquiatría y cuando venía alguien nuevo lo primero que aprendían era a contener. No se concibe que un sanitario entre allí sin saber hacerlas”, explica esta integrante del colectivo LoComún.

Al principio, Ana no se cuestionaba unas contenciones que muchas veces se justificaban como “último recurso” pero acababan practicándose de forma sistemática. “Éramos 3 turnos y era raro que en un par de días no hubiera alguien contenido. Muchas veces subían contenidos de la urgencia y en planta se les soltaba”, cuenta.

Desde el Colegio de Enfermería ven importante aclarar que con este vídeo no pretenden frivolizar la contención, sino dar cuenta de lo horrible que es esta práctica. En la vida real, las personas son contenidas contra su voluntad, en circunstancias muy distintas a las que muestra este experimento con voluntarios.

El psiquiatra y expresidente de la Asociación Madrileña de Salud Mental, Iván de la Mata, cree que en los últimos años se ha ido produciendo entre los profesionales una toma de conciencia del horror que supone atar a alguien. Aún así siguen surgiendo las voces que justifican las contenciones por “falta de recursos” o como única vía para controlar a los pacientes.

“Nos irrita el tema de la ausencia de personal, ya que esa ausencia no puede justificar una vulneración de derechos humanos. Si tú toleras eso, normalizas una situación brutal”, mantienen desde LoComún. "Para poner inyectables de 500 euros tenemos recursos pero no para contratar a más personal. En el Hospital Ramón y Cajal se han puesto puertas de seguridad y cámaras de vigilancia pero no se piensa en hacer los espacios más agradables. No se nos ocurre en ningún momento decir que como no hay recursos a las embarazadas no se les pone la epidural pero en este caso que se da una violación de derechos humanos parece que da igual”, añade Ana.

Estuve trabajando en la planta de psiquiatría y cuando venía alguien nuevo lo primero que aprendían era a hacer es una contención. No se concibe que un sanitario entre allí sin saber hacerlas

Ana Carralero, enfermera experta en salud mental

Para la enfermera, lo principal es dejar de asociar los trastornos de salud mental a la violencia. “Una persona en crisis puede gritar y actuar de una manera que el otro no entienda, pero si somos profesionales formados podemos tolerar que la gente se angustie, la gente grite o que en un determinado momento coja una silla y la tire”, explica. Ana también cree necesario desterrar la idea "grabada a fuego" de que si no actúas inmediatamente en un paciente con agitación psicomotriz, esta irá a más. “Es más bien al revés”, cuenta. “Una persona se puede poner muy arriba pero acaba bajando porque no hay un cuerpo que soporte una crisis”.

Hacia una salud mental enfocada en los cuidados

“Me dejaron en boxes atado por el tobillo al pie de la cama”, recuerda un activista de FlipasGam que prefiere no dar su nombre. No había camas en planta y le ataron para que no se fuera de allí. “Mi experiencia no es el todo mala, no tuve ataques de pánico ni más ansiedad de la que ya tenía pero una negociación dialogada habría evitado que me ataran a la cama”, rememora. “El último ingreso fue hace 3 años, estuve 12 días y hablé con psiquiatras unos 20 o 30 minutos en todo ese tiempo”, explica.

Una de las razones del mantenimiento de las contenciones es un modelo de salud mental con una brutal asimetría en las relaciones entre profesional y paciente; un sistema muy disciplinario y con un clima de desconfianza absoluta donde la posibilidad de recuperación, que se supone que es la línea estratégica en salud mental, se diluye.

“Acabar con las contenciones requiere un plan ambicioso, una estrategia a medio plazo y múltiples medidas. Esto es un cambio de cultura asistencial importante. Se tiene que formar a la gente en Derechos Humanos para entender lo que sufren las personas que son atadas e incrementar la capacidad de atención ambulatoria previa. Muchas veces la gente llega a urgencias en situación de desbordamiento emocional porque ha fallado la atención previa”, puntualiza De la Mata.

En otros países hace años que se trabaja en esta línea, con prohibiciones (como en Islandia), limitaciones y esfuerzos de reducción (de 500 a 0 contenciones en tan solo 7 años en la región italiana de Módena) o formaciones específicas en estrategias de comunicación y desescalada emocional, como es el caso de Reino Unido.

Pequeño fragmento del poster sobre estrategias de reducción de contenciones que puedes ver entero aquí

En España se han dado pasos, como la firma del manifiesto de Cartagena en 2016 por unos servicios de salud mental respetuosos con los derechos humanos y libres de coerción, el análisis crítico de la cuestión por parte de la Comisión de Bioética o una proposición no de ley que Izquierda Unida registró este año en las Cortes de Castilla y León para poner fin a las prácticas coercitivas. Son gestos importantes, pero aún son insuficientes. "Los cambios deben ir aparejados con unas medidas concretas, no simplemente protocolos", puntualiza De la Mata.

"Politizar el malestar, todas estas cosas que emergen dentro de nosotros, estos malestares, esta locura pertenecen a un contexto", opinan desde LoComún. "No nos planteamos cómo vivimos y cuando alguien se cae, y todos nos podemos caer en un momento dado, se le responsabiliza y se le dice que es frágil. No nos planteamos que esa caída se produce en un contexto familiar, en un barrio concreto, con unas condiciones de vida, con un trabajo o una ausencia de él o con un estrés".

"Hay que repensar cómo entendemos los cuidados como sociedad", sostiene Edgar Vinyals. "Queremos un debate que llegue a todo el mundo, algo que se pueda socializar". Y añade: “Esto no va de que uno de cada cuatro personas pueda tener un trastorno mental, sino de que 4 de cada 4 pueden ser atados a una cama cuando tienen miedo y necesitan que alguien los cuide”.

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