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Un mundo sin riesgo, o algo peor

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Un mundo sin riesgo, o algo peor

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Lo peor del Covid-19 es que nos dejará sin libertades y nos parecerá normal

En el último mes, una de las grandes preocupaciones intelectuales será el mundo después del COVID-19. En concreto, la relación que tendremos los seres humanos con la tecnología y la prevención de pandemias que jamás antes imaginamos que nos golpearían tan fuerte.

El filósofo coreano Byung Chul-Han y el historiador israelí Yuval Noah Harari han sido dos de las principales voces que han advertido del peligro que representa un más que previsible futuro tecnoautoritario. Un futuro en el que los ciudadanos estemos sometidos al monitoreo de nuestros datos biométricos y control de movimientos para evitar futuras propagaciones. Las medidas adoptadas en este sentido en los países asiáticos, sobre todo en China, han dado resultado y parece que es el único faro que nos puede llevar a una salida segura.

Ambos, Chul y Harari, señalan, sin embargo, que la experiencia demuestra que las medidas excepcionales adoptadas para combatir una crisis limitada en el tiempo llegan para quedarse.

Esto, a pesar de las declaraciones de buenas intenciones de gigantes tecnológicos como Apple. Su CEO, Tim Cook, al tiempo que reconoce que la empresa de Cupertino ha puesto en marcha toda su capacidad para dar una solución tecnológica al virus, asegura que todo se hará dentro del respeto a la ética.

Las intenciones son una cosa y la realidad otra. El tecnocapitalismo vive con el COVID-19 su sueño húmedo. Es difícil imaginar una marcha atrás cuando las empresas que ya son imprescindibles en el hoy, lo vayan a ser en el mañana. De un día para otro, la necesidad de las aplicaciones sociales, las entregas a domicilio o el teletrabajo se ha vuelto absoluta. No se volverá atrás. Nada indica que vaya a suceder lo contrario mañana con las aplicaciones de control sanitario y las que aún no podemos imaginar.

La alianza del tecnocapitalismo con unos Estados desbordados por la crisis nos llevaría a seguir el ejemplo de China, y todo ello con el beneplácito de la población. Si algo genera el caos es miedo, y si algo genera el miedo es gregarismo y obediencia.

Las medidas excepcionales adoptadas para combatir una crisis limitada en el tiempo llegan para quedarse.

El barómetro de Statista sobre el COVID-19 ha medido los estados de opinión de la ciudadanía en China, diferentes países de Europa y Estados Unidos. En China la gran mayoría de la población aprueba de forma unánime y mayoritaria la gestión de sus gobiernos central y locales. Chul explicaría esto porque las sociedades asiáticas están más acostumbradas a obedecer. ¿Pero qué pasa en Europa o en Estados Unidos, donde la cultura de los últimos siglos ha pivotado bajo la sagrada libertad individual?

Aunque no tanto como los chinos, los europeos aprueban a sus gobiernos y las medidas más restrictivas de libertades individuales que se han vivido en mucho tiempo en el continente. En Estados Unidos la muestra es más heterogénea.

Sin ir más lejos, la última encuesta del CIS en España indicaba que un 66,7% de los encuestados estaban de acuerdo con el control de información por parte del Estado. El dato no es nada desdeñable aun si restamos el sesgo de parcialidad que tiene una encuesta como el CIS.

Si algo genera el caos es miedo, y si algo genera el miedo es gregarismo y obediencia.

Estamos viajando a un futuro donde las libertades individuales entrarán en duda por una seguridad de todos. La experiencia ya se ha vivido en Estados Unidos con la guerra contra el terror y las revelaciones al respecto de Edward Snowden. Ante el nuevo horizonte, cabe plantearse: ¿queremos una vida libre con riesgo o una vida obediente con seguridad?

La implantación de la conducción autónoma minimiza casi por completo el riesgo de accidentes. Pero parte de conducir es también sentir las emociones de ser uno dueño del volante y los pedales, a pesar del riesgo de salirse de la carretera. Una traición a la espina dorsal de nuestra forma de vida puede salvar vidas hoy, pero quizá tener consecuencias irreparables que conviertan la vida en algo que no reconozcamos como tal.

Las manifestaciones acientíficas contra el distanciamiento social en Estados Unidos no ayudan precisamente a este debate. Estados y capitalismo aprovecharán la razón de la ciencia para implantar su agenda. El futuro dependerá de propuestas creativas e inteligentes desde la sociedad civil fuera de la ecuación ‘big tech-estado’ y que estén dispuestas a seguir conviviendo con el riesgo -como por otra parte ha sido siempre- sin que por ello tengamos que pagar con un suicidio colectivo en el corto plazo.

¿Queremos una vida libre con riesgo o una vida obediente con seguridad?

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