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París - Madrid: cuando ganar solo quiere decir evitar… la nada

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El PSG siempre ha eliminado de Europa al Madrid. Esta vez los blancos no pueden permitirse ese lujo. En el caso de los franceses perder es directamente morir

Ignacio Pato

14 Febrero 2018 06:00

Marzo de 1993. Un Bernabéu en el que todavía podían verse pancartas como 'Poder blanco' es escenario de una victoria del Madrid de Míchel, Butragueño, Zamorano y Benito Floro por 3-1 contra el Paris Saint-Germain en UEFA. De poco le sirvió: la vuelta sería uno de esos naufragios históricos del club madridista, una noche de esas que duraría meses en las pesadillas de los aficionados merengues. Al año siguiente, aquel PSG de Lama, Le Guen, Valdo, Ginola o Weah repitió la operación, esta vez en Recopa. La estadística está para romperla, pero las dos únicas veces que se han batido en eliminatoria ambos clubes antes de la que empieza hoy, el PSG se ha cargado al Madrid. Hay otro precedente más cercano y menos épico que, si hablamos de estadística, sí deja la puerta un poco más entreabierta para los españoles: 0-0 en París y 1-0 gol de Nacho en Madrid en la fase de grupos 2015-16.

Pero hay nervios, muchos. Demasiados para ser un partido —solo— de octavos de final. Al Madrid le ha durado tan poco el bálsamo del 5-2 a la Real Sociedad que esa misma medianoche Sergio Ramos ya pedía a la afición blanca que se concentre dos horas antes del partido en la calle para apoyar al bus del equipo. La iniciativa del capitán deja involuntariamente una duda en el aire: la idea en estos casos —en España es tradicional que ocurra con el Sporting de Gijón o el Atlético de Madrid— parte de la propia afición y no suele hacer falta la convocatoria de ningún jugador para llevarla a cabo. Pero sí, el Madrid necesita a su público para no quedarse sin temporada a día 6 de marzo, la fecha del partido de vuelta. Eso sí, a algunos medios especializados en el invent tipo El Chiringuito les puede hacer el año: tres meses seguidos, de primavera a verano, de primicias sacadas de la manga con el riesgo de saturar a una audiencia por otro lado con alta tolerancia a la catatonia.

Lo cierto es que el Madrid va a necesitar mucho más que apelar al tradicional miedo escénico o al espíritu de la Copa de Europa, y que el hecho de que ya se estén publicando artículos sobre la suerte que da atacar en tal o cual portería y sobre las remontadas del Madrid —¡todavía no ha perdido la ida!— dicen bastante del grado de ansiedad que hay en el club de La Castellana. Zidane ya dijo que se jugaba el puesto. Y eso que en dos años lleva dos Champions.

¿Todo eso quiere decir que en París se froten las manos?

Ni hablar, por allí igual andan con más miedo aún que el Madrid. En lo deportivo la eliminatoria les viene de cara, han apabullado en fase de grupos de Champions y han partido la liga francesa en dos: una parte son sus partidos ganados en modo bulldozer sobre cualquier equipo y luego está la liga que juegan el resto de sus mortales compatriotas. Parece además que las críticas filtradas por los privilegios de Neymar van apagándose, pero con todo y con eso la eliminación del PSG de la Champions, aunque sea por mano del potente Real Madrid, sería un fracaso rotundo que pondría en entredicho la única idea que tiene su propietario Nasser Al-Khelaifi entre ceja y ceja: que el PSG sea campeón de Europa sí o sí. Se ha gastado para ello casi mil millones de euros en poco más de 6 años. 418 de ellos este pasado verano en los fichajes de Neymar, Kylian Mbappé y Yuri Berchiche. Ya puede amontonar docenas de trofeos de liga francesa que sin una Champions el proyecto de Al-Khelaifi no vale nada.

Grábate esto a fuego. El ADN del PSG no lo ha construído un jeque con dinero ni es cosa del fútbol moderno blablablá: el Paris Saint-Germain nació en 1970 —una vida muy corta para un club de fútbol— para ganar.

Para ganar y para representar a las clases bienestantes de una capital francesa que en la era post-Mayo del 68 veía impotente tres cosas que no le hacían nada de gracia.

Una, que en la hipercentralista Francia los equipos que mandaban en el deporte más popular eran de lugares muy poco cool: puertos de trapicheo de imagen cero exportable como Marsella, centros mineros como Saint-Étienne o ciudades en plena transición de pasar de ser potencia en alimentación procesada al sector servicios como Nantes.

Dos, que París ya tenía un equipo pero que para el caso no servía. Era el Red Star de París, del que hablamos largo y tendido aquí, un equipo del cinturón rojo de la megaurbe con una magnífica historia —fundado por Jules Rimet, cuyos partidos se disputaban al lado del Campo de Marte y con una fuerte implicación directa en la Résistance— pero que a mitad de siglo había perdido su lugar en 1ª.

Tres, que París no solo tenía ninguna Copa de Europa —eso lo compartía con capitales como Londres o Roma— sino ningún equipo que tuviera pinta alguna de poder reinar en el continente.

Sumadas las tres circunstancias, tenemos que en 1969 las élites parisinas crearon el Paris FC, con el que intentaron comprar directamente una plaza en 2ª absorbiendo al Sedan, aunque el equipo de las Ardenas se negó. Dio igual: al año siguiente, 1970, el Paris FC se fusionaba con el Stade-Saint-Germain. Al otro año ya estaba en 1ª, claro. Jugando en el Parque de los Príncipes, junto al Trocadero, las embajadas y las pistas de Roland Garros. Ese París ya se podía enseñar. El resto corría por cuenta del talonario. Los predecesores de Al-Khelaifi han sido diseñadores de moda millonarios —Daniel Hechter—, publicistas amigos de los actores del momento —Francis Borelli—, o delegados del imperio Canal + como Michel Denisot. Gracias al dinero de la cadena privada, el PSG se compró a los jugadores que destrozaron al Madrid en los 90.

La historia del PSG hasta hoy es la historia de un complejo de falta de poder futbolístico. Detrás de todos esos chándals que casi sirven hasta para ir a la oficina, del afrotrap empaquetable, de un palco que es ya uno de los places-to-be del mundo occidental, de las camisetas que desfilan en la Paris Fashion Week o de los bailoteos de Alves y Neymar hay algo tan viejo como una ansiedad enfermiza por ganar. Tan viejo y, vaya, tan poco sofisticado. La alternativa es la nada.

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