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entrevista
Ana Victoria García, fundadora y líder de la academia de negocios para mujeres emprendedoras más importante del país, redefine el concepto de la mujer actual y, de paso, el sistema laboral mexicano
...No se trata de querer todos los sitios que los hombres tradicionalmente han tenido, sino preguntarnos una y otra vez sobre su existencia y fundamento.
-Otro modo que no se llame, Yolanda Segura
La líder de Victoria147 piensa en el emprendimiento como “una forma de lograr lo que buscas, con tus propios recursos, sin depender de nadie”. Sus palabras emulan las de Simone de Beauvoir; evidencian su objeto de lucha. Reflejan el rechazo y desvinculación del constructo social femenino vigente, es decir, la subordinación de la mujer a partir de la perspectiva masculina, y reclaman la vindicación del rol de la mujer en el mundo laboral. De Beauvoir, precursora de la segunda ola del feminismo, sugiere el trabajo como medio de emancipación de la mujer. En el capítulo “Hacia la Liberación”, dice: “tan pronto como [la mujer] deja de ser un parásito, el sistema fundado sobre su dependencia se derrumba; entre ella y el Universo ya no hay necesidad de un mediador masculino.”
Proveniente de una familia que empodera la figura femenina, la vida de Ana Victoria es la materialización de la idea de De Beauvoir. Su trayectoria en Endeavor y, posteriormente, en Victoria147, la han hecho experta en navegar mares infestados de tiburones y, como parte de su compromiso y legado, se ha dedicado a enseñar, acompañar e impulsar a otras mujeres a abrir su propio camino en el mundo de los negocios. Sin embargo ella sabe que, más que hacerles “un huequito”, la dinámica laboral se tiene que replantear sistemáticamente integrando la visión femenina desde la base.
Lo personal es político en el sentido de que la experiencia de los individuos es influenciada y determinada por los elementos socioculturales y políticos en los que están inmersos y éstos, a su vez, deberían de estar constantemente influenciados, determinados (¡y vigilados!) por los mismos individuos. Cuando hablamos del trabajo, esta frase invita a la revisión del contrato entre hombres y mujeres y a cuestionarnos los paradigmas que giran en torno a esta relación y a la base económica sobre la que están sustentados.
¿Cuál es, entonces, el ecosistema en el que las mujeres luchan por trazar su camino? ¿De qué está hecha la geografía de dicho ecosistema? Como si tratara de medallitas que las empresas cínicamente se cuelgan por ser menos injustos, cada vez se escucha más sobre mujeres empoderadas, igualdad laboral y la presencia femenina en la toma de decisiones y cargos directivos, pero ¿qué tanta igualdad de oportunidades realmente existe? ¿Las oportunidades para un hombre deberían de ser las mismas para una mujer? ¿Son reales estas oportunidades o son meros espejismos impulsados por una condescendencia capitalista?
La equidad de género no significa que hombres y mujeres deban ser medidos con la misma vara. Es iluso pensar que somos iguales. Este tipo de sofismas nulifican automáticamente la diversidad y, por ende, las aportaciones que cada individuo, desde su particularidad, puede ofrecer. Más bien lo que la equidad de género busca, entre otras cosas, es que el acceso a oportunidades sea parejo para ambos sexos bajo el entendimiento de que todos valemos lo mismo. Ahora esta afirmación trae una trampa implícita ya que las oportunidades a las que el hombre aspira pueden ser muy diferentes a las de la mujer. El hecho de que cada vez más empresas promuevan a mujeres a puestos directivos es un reflejo del poco entendimiento e importancia que le dan las corporaciones a la cuestión femenina. Esto no se trata de llenar una cuota. Soluciones superfluas y condescendientes como estas no hacen que las mujeres sean realmente tomadas en cuenta; por el contrario: las rebaja a simples números por cumplir. ¿Quién dice que lo que una mujer quiere y necesita es ser CEO o un aumento? Habrá mujeres -como hombres- que sí, pero ¿qué acaso son estos los únicos parámetros lícitos para realizarse profesionalmente y obtener el valor e importancia que merecen? ¿Qué pasa, por ejemplo, cuando una mujer prefiere flexibilidad o su desarrollo intelectual y creativo a una promoción? ¿Qué tiene de equitativo un sistema basado en valores de trabajo masculinos?
Este tipo de pensamiento sólo incorpora a las mujeres a la misma rueda de hámster en la que la mayoría de los hombres estamos atrapados en lo que concierne a la trayectoria profesional y me recuerda al prólogo de Tsunami, la antología que reúne el pensamiento, sentir y realidad de lucha de las feministas en México, donde Gabriela Jáuregui escribe, “...queda claro que todas cuestionamos esa trillada idea de la igualdad, que lo único que nos propone es que estemos igualmente jodidas bajo el sistema actual”. Jáuregui se refiere a la condición general actual de la mujer, por lo mismo, tomo prestadas sus palabras ya que también retumban y no sin fuerza, cuando las traspasamos al binomio mujer-trabajo.
Como Ana Victoria y otras voceras de las mujeres en los negocios mencionan, la idea no es que las mujeres sean “iguales” o se hagan “más hombres” para alcanzar el éxito. Este tipo de retórica la podemos encontrar, por ejemplo, en el libro “Lean In” de Sheryl Sandberg el cual, como su nombre lo sugiere, exhorta a las mujeres a realizarse profesionalmente siguiendo las reglas del juego impuestas por el hombre. En este sentido -y parafraseando a Marissa Orr- ¿qué es lo que la mujer quiere y necesita, y cómo medir su progreso a partir de ello?, es un mejor punto de partida a simplemente confirmar que los hombres estamos en una posición social ideal y que debemos medir todo a partir de ello.
Para Ana Victoria, la solución y reestructuración del sistema laboral no consiste en disolver la dualidad de género -ni sus respectivos matices- en una generalidad estéril, mucho menos en replicar los modelos masculinos vigentes. Por el contrario, su propuesta busca la diferenciación para la integración, es decir, el reconocimiento de las habilidades y riquezas de cada género para su fusión y posterior contribución a un fin mayor. Ana Victoria comenta: “Esto es más grande, porque no se trata nada más de que las mujeres piensen distinto si no de que todo el contexto cambie a una forma de hacer negocios más equilibrada que beneficie a todos. Mi intención no es cortar cabezas de hombres: el mundo nos necesita a todos. Sí, desde siempre la energía se ha cargado hacia valores masculinos; nuevamente, no está mal, pero es tiempo de balancearla. Todo el tema de conflictos, guerra, ambición desmedida, capitalismo a ultranza, etc., son producto de una energía muy masculina.” Aún así, ella sabe que los absolutos son innecesarios -por no decir falsos- y reconoce y admira muchas de las cualidades y aportes del género masculino al mundo de los negocios.
Ana Victoria cree que la mejor forma de dejar los atavismos masculinos de trabajo es crear nuevos modelos y paradigmas de liderazgo. Para ella, el surgimiento de nuevos referentes femeninos, siendo ella uno de ellos, es clave para el desarrollo de esquemas de trabajo en los que las mujeres puedan explorar más su feminidad y trabajar y ser en función de ésta. Dicho esto, Ana Victoria cree que la visión de emprendimiento femenino va más allá del dinero. Su propia experiencia y la de más mujeres, la lleva a afirmar que la principal ganancia de las mujeres es la transmisión de legados y la realización de las particulares filosofías e intenciones que yacen detrás de cada proyecto, no sin mencionar el hecho de que les gusta lo que hacen. De igual manera, si su tipo de liderazgo conlleva una especie de ‘dirección maternal’ en donde el hombre es hombre en verdad y no solo un mero instrumento de generación de capital, atributos femeninos como la flexibilidad y el pluralismo, se vuelven esenciales para el desarrollo y ejecución de las intenciones y proyectos antes mencionados.
Sin embargo, el desarrollo del potencial femenino y el consecuente abandono del papel convencional de tantos años, trae consigo culpa, según comenta Ana Victoria. “Estamos en una transición en donde existe culpabilidad de muchas cosas. Sobre todo por las expectativas que se tienen del rol de la mujer. Sientes que tienes que cumplir con todo lo que se te pide, más ahora tus nuevos deseos y aspiraciones. No es desprenderse completamente de las actividades que antes hacíamos -por ejemplo, formar una familia y ser ama de casa- porque creo que a muchas también nos gusta y lo buscamos. Sin embargo, no tienen porqué ser actividades excluyentes. Más bien ahora se comparten y la mujer no debería de ser la única responsable si no, idealmente, el núcleo familiar”.
Sarah Ahmed, la académica feminista cuya área de estudio se enfoca en la interseccionalidad, dice que vivir una vida feminista consiste en hacer que todo sea cuestionable. Esta idea me parece interesante para terminar. ¿Por qué? Porque rara vez los hombres se van a cuestionar si las formas y sistemas de trabajo actuales son los adecuados si no ven una necesidad tangible de cambio -aunque en realidad exista y sea imperante atenderla. Para muchos, así son las cosas y “mejor agradece que hay chamba”. En cambio, las mujeres, que por tanto tiempo han vivido silenciadas y a la sombra de los hombres, saben que la necesidad de cambio es urgente y se cuestionan y luchan y se hacen escuchar cada vez más y no solo en lo que respecta al trabajo, si no en lo que significa ser mujer en general.
“El mundo de los negocios debería de estar más democratizado, la riqueza mejor repartida y las ambiciones mucho más mesuradas. Entonces, creo que, al final, mi propuesta en los negocios se basaría mucho menos en la acumulación y más en una mejor repartición de oportunidades”. Ana Victoria concluye: “Lo que tenemos que hacer ahora es romper el sistema económico que conocemos para empezarlo a transformar. ¿Que [el nuevo sistema] va a tener más atributos femeninos? posiblemente sí porque, hoy en día, necesitan tener más peso el propósito, la trascendencia y la colaboración, que cualquier fin económico. Sin embargo, no lo basaría en una cuestión de volver el mundo más femenino, si no más justo y humanitario".
Marx dijo que “el trabajador tiene la desgracia de ser un capital viviente”. Como “capital viviente” y ante las diferentes circunstancias que amenazan el mundo contemporáneo, creo que no tenemos de otra más que cuestionar, replantear y redefinir las condiciones laborales y de vida no solo de las mujeres, si no de la humanidad en general y, desde mi punto de vista, son las mujeres las que llevan la batuta en este proceso.
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