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'Madre!' es una de las películas más terroríficas y angustiantes de las últimas décadas

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Protagonizada por Jennifer Lawrence y Javier Bardem, la última película de Darren Aronofsky es como una montaña rusa en la que no existen medidas de seguridad

víctor parkas

29 Septiembre 2017 06:00


A las películas excesivas les pasa como a los genios de los que hablaba John Kennedy Toole: puedes reconocerlas porque todos los necios se conjuran contra ellas. Esto, en lo material, se traduce en los sonoros abucheos que, por ejemplo, Cannes dispensó a Corazón Salvaje e Irreversible; los alaridos de desaprobación que recibieron en Sitges Lords of Salem o Spring Breakers.

En Venecia, este año, ha sido Madre! la película que ha hecho aflorar el instinto hooligan de la platea –y, si atendemos a los precedentes, con mucha razón. Porque Madre! es más excesiva que inmolarse dentro de una piscina de bolas. Madre! es más histriónica que ponerse tutú para atracar una tienda de cigarros electrónicos y más estridente que desplegar la decoración navideña en pleno abril.  

Al mismo tiempo, Madre! es una de las películas más terroríficas de la década.

Con una sinopsis donde reina el lugar común –un novelista in albis (Javier Bardem) se instala en una casa apartada junto a su mujer (Jennifer Lawrence), cuando entra en escena un agente extraño (Ed Harris)–, Madre! consigue elevar una premisa mil veces ultrajada a la categoría de obra fundacional: la película de Darren Aronofsky es el primer survival doméstico dónde, para Lawrence, los posavasos son artillería pesada; la imprimatura de paredes, un muro de contención.

¿Contra quién? Contra el infierno que representan. Ellos. Todos. Los demás.

Por la angustia que transmite el espacio único –el hogar como prisión– y la deriva que nos adelanta el título –la maternidad como shock–, es tentador comparar Madre! con El Ángel Exterminador, Funny Games o La Semilla del Diablo. Lo es, sobre todo, por el aura que rodea a Aronofsky: el responsable de Cisne Negro o Pi no es un director, si no un auteur a la altura de Buñuel y Polanski. Pero aunque lo es, porque lo es, ha conseguido olvidarse aquí de ese status: Madre! tiene más ambición por funcionar como tren de la bruja que como obra maestra de la civilización occidental.

Madre! prefiere el trato de cultura pop efímera antes que la ovación de Venecia. Ser, vaya, ‘una de Jennifer Lawrence’ antes que ‘una de Aronofsky’.

'Madre!' prefiere el trato de cultura pop efímera antes que la ovación de Venecia

La actriz de Los Juegos del Hambre hace en Madre! de esposa abnegada, y lo hace con el viento en contra: no solo su marido, encarnado por Bardem, es repulsivamente egocéntrico, sino que también lo son sus inquilinos sorpresa Ed Harris y Michelle Pfeiffer. Lawrence, así, convive con el abuso desde todos y cada uno de sus roles: como “señora de”, sometida a un pretencioso tan enamorado de la idea de ser novelista que, oh, Cristo, utiliza estilográfica; como “anfitriona de”, entregada a una pareja que convierte su hogar en un infierno, a la vez que tosen humo y liban gin-tonics de mediodía.

Cuando se alían, porque se alían, la pachanguita –Jenni, sé fuerte– mutará en contubernio.

La puesta en escena de la película está tan al servicio del sobresalto que, desde el principio, cada sartén contra el suelo se filma como se filmaría una explosión –las explosiones, que también llegan, se filmarán como detonaciones nucleares. Madre! condensa la angustia que contienen los últimos diez minutos de Réquiem por un sueño, dirigida por Aronofsky en el 2000, pero esta vez lo hace en la totalidad del metraje: dos horas de angustia, fatiga y ojos a medio tapar.

¿Cómo soportar, entonces, la escalada de agresiones que sufre Lawrence en la película? Dejando de tomarse Madre! tan en serio como se la tomó Venecia. La única manera de sobrevivir a lo último de Aronofsky, la única forma de esquivar la taquicardia, es enfrentarse a Madre! como quien encara un sketch de los Looney Tunes: distanciándote lo suficiente para que la implicación emocional sea la misma que cuando el Coyote cae al vacío, o cuando Silvestre es aplastado por una bombona de butano.

La única forma de esquivar la taquicardia es enfrentarse a 'Madre!' como quien encara un sketch de los Looney Tunes

Madre! como ¡Jo, qué noche! visten exclamación por algo.

Bajo el ruido de un fuego casi siempre enemigo, Madre! esconde un discurso crítico sobre la sobreexposición en redes sociales: el personaje de Bardem, predispuesto a hacer de su intimidad espectáculo, choca frontalmente con el deseo privacidad e intimidad que defiende una Lawrence desarmada. Madre! es una discusión, en horario de máxima audiencia, para consensuar si subimos (o no) fotos del bebé común a Instagram –o si, de hacerlo, convendría poner candado a nuestra cuenta de usuario.

En la zona extradiegética de la película –aquella que excede a la sala de proyección–, Madre! tiene dos desafíos: por un lado, seducir a unos fans de Jennifer Lawrence poco familiarizados con el nivel de brainfuck que propone Aronofsky; por el otro, capear el boicot al que los energúmenos de la alt-right, como ya os contamos en PlayGround, están sometiendo a Madre! y a su protagonista femenina.

Lo que no sabe la alt-right –suponiendo que la alt-right sepa algo– es que Madre! parece concebida para su congratulación: Lawrence, su enemigo público número uno, sufre lo indecible en la película; es amenazada, golpeada y pisoteada de todas las formas posibles; se ve en medio de fuegos cruzados, tanto metafóricos como literales. El linchamiento a la que el facherío americano somete a Lawrence vía redes, en definitiva, tiene una traducción material en el film de Aronofsky.

En medio de esa pasión, La Pasión de Jennifer, estamos nosotros y nuestro corazón saliéndose por la boca –en ese sentido, el póster de la película actúa como preaviso. Madre! es un tour de force no para sus responsables, sino para una audiencia a la que quiere incomodar, hacerla retorcerse en su butaca, y angustiarla de tal modo que, antes superada que agraviada, valore exiliarse fuera del cine. Madre! es como una montaña rusa en la que no existen medidas de seguridad; una en la que te ves por sorpresa, sin saber qué haces allí; recién despertado y con un looping dándote los buenos días.

Saberse en un vagón marca ACME es la única manera de convertir ése en un buen plan.

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