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Cómo Drake pasó de las burlas a ser el artista más influyente de la década

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Nadie se tomaba demasiado en serio a Drake. Pero es indiscutible que es el artista hip-hop más influyente de la década. Así es como lo ha logrado

Franc Sayol

27 Noviembre 2019 17:45

Las certezas son un bien cada vez más escaso. Pero pocas son tan indiscutibles como el reinado de Drake en la década que llega a su fin. Podríamos argumentarlo con números, que son contundentes. Un dato cazado al vuelo: durante casi la mitad de 2018 la canción más escuchada de Spotify fue suya. Hay más, pero son aburridos. Además, el dominio cultural no se demuestra con cifras sino marcando la agenda. Y durante estos diez años Drake ha esculpido el mainstream a su imagen y semejanza.

Su cenit artístico pasó hace tiempo pero, a decir verdad, tampoco importa. Drake nunca ha sido el mejor letrista, ni ha tenido el mejor flow, ni los beats más rompedores. Su principal innovación ha sido la de adelantarse constantemente al zeitgeist. Prácticamente todas las innovaciones importantes en el mainstream de la última década pueden ser rastreadas hasta él. Para comprobarlo basta hacer el retrato robot de la estrella pop paradigmática actual. A grandes rasgos, estaríamos hablando de alguien que bascula entre cantar y rapear, que es proclive a colaborar con otros artistas, cuya identidad es camaleónica y con tanto talento para la música como para presentarse a sí mismo en las redes sociales. Te suena, ¿no?

Sin Drake muy probablemente no existirían Future, ni Migos, ni Fetty Wap y gente como J Balvin, Bad Bunny o Rosalía lo hubieran tenido más complicado. Por no hablar de C Tangana, cuya rampa de lanzamiento hacia el éxito popular fue una mixtape en las que no solo versionaba sus canciones sino que construía un personaje a su imagen y semejanza. Ya sea por imitación o por confrontación, la música urbana de los 10s no puede entenderse sin Drake. Así es cómo lo logró.

1. Cantando

Hubo un tiempo en que las colaboraciones entre raperos y cantantes eran tan dominantes que en 2002 los Grammy crearon un premio ex profeso para recompensarlas. Drake lo ganó en 2017 con Hotline Bling, pero por entonces la categoría había dejado de tener sentido. En esa canción no había ni una palabra remotamente rapeada. Quizá por eso a partir de ese momento la categoría cambió de nombre: pasó de llamarse Best Rap/Sung Collaboration (Mejor Colaboración Rap/ Cantada) a Best Rap/Sung Performance ( Mejor Desempeño Rap/ Cantado). La culpa era de Drake, claro.

Durante dos décadas la fórmula había sido inamovible. El rapero aportaba narrativa y credo callejero y la cantante pasión y sensualidad. Empire State of Mind de Alicia Keys y Jay-Z fue el colofón final de una receta que por entonces ya mostraba síntomas de agotamiento. Era 2009, y ese mismo año Drake publicó So Far Gone. Era su tercera mixtape, y la primera en la que además de rapear también cantaba. Una decisión que acabaría reescribiendo las reglas de lo que significaba ser rapero.

Drake no fue el primer rapero en cantar, por supuesto. Es más: sin 808s & Heartbreak de Kanye West, publicado en 2008, probablemente no existiría Drake tal y como lo conocemos. Pero como hacen todos los innovadores, cogió un idea preexistente y la estiró hasta límites insospechados. Con So Far Gone acabó con la noción de que se necesitaban dos tipos de artistas distintos para interpretar las diferentes partes de una canción. En él confluía todo. Pero, más importante que esto, deconstruyó las identidades que cada una de estas partes representaban. Basculando entre las rimas y las melodías, podía ser desafiante y romántico al mismo tiempo, bravucón en los versos y sensible en los estribillos. Este tipo de personalidad multidimensional ahora es la norma, siendo adoptada tanto por traperos como Future como por estrellas del reggaetón como J Balvin. Pero hace 10 años era un enfoque radical.

2. Generando memes

El meme de su cara desaprobando/ aprobando algo ha dominado nuestros timelines en 2019. Pero Drake lleva en el centro de la conversación online desde el principio de su carrera. Entendió muy pronto que internet había cambiado los ciclos de exposición. Ya no bastaba con dar entrevistas cada vez que se lanzaba un disco. La red fagocitaba ideas y personas a una velocidad inaudita, y para no ser olvidado había que mantenerse en la pantalla. Su manera de lograrlo fue convertirse a sí mismo en meme.

Las críticas que recibía Drake al principio de su carrera era muchas y variadas: que si era blando, que si no era suficientemente negro, que si no venía del ghetto, que si era un ex-actor adolescente... Pero en vez de dejar intentar rebatirlas optó por entrar en el juego. Llevó la autorreferencialidad del rap al paroxismo, pero en su solipsismo también cabía reírse de sí mismo. Con ello, actualizó el dicho de que la mala publicidad no existe a su versión 2.0: no hay meme que por bien no venga. Que los fans los compartan solo puede significar que están hablando de ti. Limítate a alimentar la caldera y ellos se encargarán de hacerte omnipresente.

No existe mejor promoción en las redes sociales que la que te hacen tus seguidores (o detractores) en sus propios timelines. Es orgánico, certero y gratuito. El sueño de cualquier marca. Drake se dio cuenta y se convirtió en una máquina de generar memes. Literalmente: hay gente en su equipo dedicada a analizar la conversación en internet para poder dirigirla. Que haya tantos memes de Drake no es casual. Él mismo los pone en bandeja. La portada de Views, el vídeo de Hotline Bling o la coreografía de In My Feelings son lienzos inacabados, compuestos de elementos fragmentados pensados para que luego los fans hagan sus propias versiones. Una estrategia que ha creado escuela. Y sino que se lo pregunten a Cardi B.

3. Dando la vuelta a la idea de autenticidad

La idea de “real” tiene más importancia en el hip-hop que en cualquier otro género. Y en cuanto a credibilidad, Drake empezó desde una posición complicada. No venía de Atlanta, ni de Chicago, ni de Nueva York. Era un canadiense judío de clase media conocido por aparecer en el drama adolescente Degrassi. Hasta entonces, la historia del hip-hop se había escrito en clave geográfica. Sobre el papel, nadie podía tomarse en serio a un chaval de un barrio rico de Toronto. Claro que ya no estábamos en 1990.

Lejos de renegar o tratar de ocultar de sus supuestos puntos débiles, los asumió como virtudes y dejó que la música hablase por sí misma. Para cuando publicó Started from the Bottom, la canción era tan redonda que sus fans ni siquiera se molestaron en cuestionar la veracidad de su título. Por entonces ya estaba claro que a la gente le importaban más el talento y las melodías que el hecho de que tuvieras un pasado como traficante. Pero si hubo un punto de inflexión fue su enfrentamiento con Meek Mill.

Sobre el papel, aquel conflicto estaba centrado en si Drake escribía o no sus propias letras. Pero lo que realmente estaba sobre la mesa eran los preceptos éticos del hip-hop. En otra era, la simple insinuación de que un rapero no era autor de sus rimas hubiera bastado para hundirle. Pero muy pronto los esquemas de Meek Mill se demostraron anticuados. Drake contraatacó con las feroces Charged Up y Back to Back, presentándolas en directo frente a una catarata de memes que ridiculizaban al rapero de Philadelphia. Una humillación pública por la que Drake fue declarado vencedor del beef por unanimidad. Quedaba claro que, en 2015, era más importante dominar el lenguaje de la red que tu habilidad con las palabras. Y aún así, la línea más memorable que dejó aquel beef la firmó Drake: “you’re getting bodied by a singing nigga” (algo así como “te está dando una paliza un negro que canta”). Con una sola frase, Drake ilustraba el sorpasso de su propuesta bastarda a la idea de MC puro que representaba Meek Mill. Y, con ello, reescribía las leyes morales del rap para siempre.

4. Diversificando su identidad

La revolución del streaming y la consiguiente sobreabundancia musical diluyeron las fronteras que una vez construyeron los gustos. Ya no existen tribus urbanas y la separación por géneros solo tiene sentido si tienes más de treinta años. Todo está influenciado por todo, y todas las intersecciones ocurren al mismo tiempo. En consecuencia, todos somos un poco fans de todo. Una multiplicidad de personalidades que Drake personifica como nadie.

Si en un principio su extraño background parecía un contratiempo, con el tiempo significó que podía representar muchas cosas distintas para mucha gente diferente. Podía ser blanco o negro, judío o ateo, buscavidas o galán, el hijo de una florista de Toronto o una superstrella global en función de lo que requiriera la situación o la canción. El secreto de su dominio es que existe un Drake para cada persona. ¿Volátil? Por supuesto. Pero, al fin y al cabo, pocos términos definen tan bien nuestro tiempo.

Esta multiplicidad de personalidades también se aplica a su discurso musical. Drake ha tomado ideas prestadas de géneros, subculturas y escenas de alrededor del globo, ya fuera el dancehall de Jamaica, la soca del Caribe, el grime de Inglaterra o el afrobeat de Nigeria. Un diálogo abierto y constante con el que anticipó el marcado acento multicultural del pop actual Al mismo tiempo, le dio la vuelta a una de las reglas de oro del antiguo pop de masas. Tradicionalmente, las megaestrellas lo eran porque daban con algo capaz de poner de acuerdo a mucha gente. La ruta de Drake ha sido distinta: dar una cosa distinta a cada tipo de público. La prueba de que ha funcionado es que, por mucho que no te interese como artista, seguro que hay al menos una de sus canciones que sí te gusta. Negarlo sería negar nuestra propia naturaleza híbrida. Dicho de otro modo, negar a Drake es negarse a uno mismo. Y este, quizá, haya sido su mayor logro.

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