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Culture
Florian Hetz retrata trozos de cuerpos desnudos, peludos y vulnerables: su obra propone una representación de la belleza y la sexualidad que no se ajusta a los valores tradicionales.
07 Septiembre 2018 10:54
Un trozo de cuerpo no tiene orientación sexual: es un amasijo de carne y vísceras, de huesos y de piel.
Si nos detenemos a mirar ese trozo de cuerpo, quizá podamos discernir si los músculos están relajados o en tensión; si lo que les cuelga del labio es sangre o saliva; si la expresión de sus ojos es de placer. Pero cualquier idea que escape a la mecánica animal, a la radicalidad material de esos cuerpos -solitarios, enredados o heridos- depende enteramente de la mirada que los encierra en una categoría.
Es por ello que las reacciones que suscitan las fotografías de Florian Hetz resultan especialmente interesantes.
Se ha etiquetado su obra de "provocadora" y "controvertida"; han cerrado su Instagram varias veces; y cuando desde PlayGround colgamos una galería con sus fotos, el post se llenó de comentarios homófobos: "qué desagradable"; "no me había dado cuenta que eran solo hombres"; "qué fotos más perturbadoras y asquerosas. Deberían ser eliminadas de Instagram"; "no encuentro el sentido de estas fotos, sinceramente"; "me parecen de lo más sucias y asquerosas".
Pero lo cierto es que Hetz trabaja con la ausencia: "ninguna de las fotos es, de hecho, el retrato de una persona; son siempre una pequeña pieza, un pequeño cacho, un momento de algo", explicaba el artista en una entrevista. Fotografía partes de cuerpos -desnudos, peludos, húmedos- y nos invita a "imaginar qué hay detrás de la pared, qué está pasando con el resto de esas partes de cuerpo".
Somos los espectadores quienes rellenamos sus retratos con prejuicios. Dictaminamos el género de los cuerpos. Juzgamos si se ajustan suficientemente a la representación normativa de la masculinidad. Censuramos o aprobamos una sexualidad que solo se consuma en nuestra mente.
No es casualidad, sin embargo, que la obra de Hetz genere esta animadversión. La estética de sus fotografías desafía las formas tradicionales de belleza, y se adentra en un imaginario queer de cuerpos vulnerables y sexualidades no normativas. Pero lo hace desde una ambigüedad fundamental que nos obliga a cuestionar nuestras propias categorías.
"No me había dado cuenta que era solo hombres" es, quizá, el comentario que mejor resume el trabajo de fragmentación y deconstrucción que el alemán propone en sus fotografías.
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