Oh! Parece ser que estás usando adblocker y lo respetamos. Por eso podrás seguir disfrutando de nuestros contenidos sin problema pero quisiéramos pedirte que lo desactivaras para nuestro site. Ayúdanos a seguir adelante y a luchar por aquello en lo que creemos.
Reportaje
26 Septiembre 2019 16:27
Desde el sur de Ecuador, la indígena ecuatoriana Nancy Risol abrió un canal de YouTube que ha superado el millón y medio de suscriptores. Su contenido nos recuerda el gran proyecto cultural que significa la internet.
Hagamos un ejercicio imaginativo. Busquemos los adjetivos para describir a alguien que adquirió fama y reconocimiento público por tener un canal de video blog en internet: puede ser hombre o mujer, joven, de contexto urbano, millennial, desenfadado, carismático, amigable. Ahora, describamos el contenido de su canal: estará casi siempre en su cuarto o en su sala, hablará de su vida cotidiana, hará comentarios de sus películas favoritas o las que no disfrutó, hará una lista de cosas que la definen como persona, invitará amigos, nos presentará a su perro, hablara de su vida citadina y de cultura pop. Es una fórmula casi predecible y no por eso dejamos de disfrutarla y consumirla. Al contrario, cada vez se vuelve un género audiovisual reconocible y hasta estudios recientes demuestran que generaciones más jóvenes lo identifican como una profesión.
Y aunque el asunto suene banal y superficial —ya que identificamos ciertos rasgos comunes que podrían detonar este juicio—, lo cierto es que internet y en particular los canales personales pueden ser una ventana a las realidades más recónditas de la existencia humana (claro, siempre que se tenga el servicio de luz y una buena conexión inalámbrica).
Las hipótesis teóricas de McLuhan y la poética literaria de Borges alcanzan su cúspide cuando dos realidades aparentemente disímiles se tocan gracias a los cables que nos conectan en la era digital. Y es en ese contexto que surge el canal de Nancy Risol, una youtuber perteneciente al grupo étnico kichwa saraguro del sur de Ecuador.
Nancy comenzó a publicar videos en 2018 y en poco menos de un año ya había alcanzado el millón y medio de seguidores en su canal. Y aunque el encanto de su contenido reside en la acidez de su humor y en la ligereza con la que se planta frente a la cámara, tampoco podemos negar que la dislocación de un contexto tan particular, comparado con el resto de los youtubers, genera un imán automático. ¿Quién es?, ¿de dónde es?, ¿por qué habla desde la sierra y no desde un contexto urbano?, ¿por qué no viste las ropas que usualmente traería una adolescente que hizo su fama en YouTube?
Además de eso, ¿quién más genera un contenido tan auténtico desde el sur del Ecuador? Y por auténtico nos referimos a una voz que sin necesidad de producción, intentos de promoción turística, exploraciones etnográficas o políticas de minorías logra contagiar con encanto su entorno y cotidianidad.
Lo más extraordinario de consumir el contenido del canal de Nancy es darte cuenta de la multiplicidad de realidades que se repiten en todo el planeta y que internet nos permite presenciar en vivo. Una simultaneidad que desplaza las categorías con las que comúnmente consumimos en red, ya que estamos acostumbrados a repetir lo que, dicen, necesita nuestro perfil mercadológico bien delineado para satisfacer quién sabe qué necesidades. Entonces surge la duda: ¿cómo es que podemos sentirnos identificados con alguien que pertenece a una cultura indígena del Ecuador con no más de 60 mil habitantes?
¿Qué hace, entonces, que nos quedemos decenas de minutos riendo mientras vemos la vida de Nancy?
En sus vídeos encontramos la intersección idónea entre buen humor, edición ágil y comentarios culturales oportunos. Por lo que recobra sentido el fin último de compartir nuestras vidas en red: mantener la narrativa de lo valioso y alimentarlos de todo aquello a lo que no podemos acceder en tiempo y en distancia. Así, en sus videos, Nancy nos muestra su comunidad, su perro, su “toro”, su platillos típicos, su arquitectura de barro… una vida cotidiana tan distinta como familiar, en donde la interconexión es un alud pertinente de símbolos: no dejamos de enriquecernos.
Pero, como siempre y por extrañas razones, lo arriesgado resultó blanco de burlas. Debido a su origen étnico y su color de piel, en los primeros videos virales, los comentarios hirientes y hostiles no se hicieron esperar. Una prueba fácil de superar, según narra la misma Nancy; pero que, sin embargo, nos recuerda la cara más aversiva de internet, cuando se convierte en un escape de frustraciones y odios que no alimentan a nadie ni son sanos para nada.
Hoy en día, los comentarios ofensivos son, paradójicamente, inofensivos. En cada vídeo que se ha reproducido más de dos millones de veces (en promedio hasta la fecha), la youtuber recibe quince veces más “me gusta” que “me disgusta” en su canal.
La empatía, representación y admiración genuina al trabajo de Nancy ha abierto interesantes puertas de reflexión. Es en medio de esa encrucijada de intenciones que un canal como el de Nancy Risol nos da las claves para identificar las potencias culturales de la llamada “era de la información”. Pero, sobre todo, nos permite entender que internet funciona para cosas tan simples como entretenernos, tan complejas como conectarnos, y tan profundas como reconocernos.
share