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El drama de los campesinos explotados por el narco en México

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La criminalización del campo es el tema central de Sanctorum, una docuficción creada por Joshua Gil que ha sido exhibida en el Festival de Venecia y premiada en el Festival de Morelia

Eugenia Coppel

05 Noviembre 2019 22:33

Una mujer mixe cosecha plantas de marihuana mientras su hijo de cuatro años juega cerca de ella con una pelota. A su alrededor, otros campesinos trabajan y varios hombres con armas largas vigilan el terreno.

La escena es parte de la película mexicana Sanctorum, recientemente exhibida en el Festival de Cine de Morelia y en el Festival de Venecia. Pero a la vez es un reflejo de un fenómeno extendido por buena parte del México rural: el trabajo de campesinos pobres, por motivos de supervivencia, en plantíos ilegales controlados por el narco.

Cerros neblinosos del noreste de Oaxaca enmarcan la atmósfera lúgubre de esta docuficción, como la define su director, guionista y fotógrafo, Joshua Gil (Puebla, 1985). Actores no profesionales son los protagonistas: hombres, mujeres y niños mixes, habitantes de la zona que, a pesar de tener otras ocupaciones, son testigos cercanos de la problemática que muestra la película.

Para poder filmar en un campo de marihuana, Gil y el director de arte, Rafael Camacho, buscaron locaciones por varios estados del país, y al encontrar el sitio adecuado debieron negociar con narcotraficantes.

“Tuvimos que entrar con los ojos vendados para no comprometer la seguridad del lugar”, cuenta el cineasta en entrevista con PlayGround. “Filmamos con gente que estaba armada, que son narcos, tal cual, pero dentro de todo, en condiciones seguras. Hubo un acuerdo con los dueños, con los campesinos, con los sicarios, con todos. Eso fue muy importante para nosotros”.

La idea de Sanctorum surgió a partir de un reportaje publicado por The New York Times, acerca del trabajo de mujeres y niños mexicanos en los cultivos de drogas, ya que muchos hombres emigran a Estados Unidos. Gil se propuso hablar de la criminalización del campo y de cómo los más vulnerables son quienes sufren esta situación histórica, incluidos varios pueblos indígenas.

Por eso la película está hablada en lengua mixe o ayuuk. El objetivo, dice el director, era “llevar la voz de los pueblos originarios de México a denunciar lo que están viviendo”.

Varias historias de una comunidad en la sierra oaxaqueña dan forma a la película. La mujer que cosecha marihuana entiende que su trabajo es demasiado peligroso y encarga a su madre el cuidado de su hijo. Tres hombres jóvenes rechazan a un amigo de la infancia por traicionar a su gente al convertirse en militar. Una pareja de ancianos está atenta a las señales de una catástrofe que se avecina.

Entre los sicarios y el ejército

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Escena de Sanctorum

Un informe publicado en 2016, elaborado por el gobierno mexicano con apoyo de la ONU, calcula que cada año se cultivan unas 25 mil hectáreas de amapola en el país (poco más de 25 mil campos de futbol). La planta que es materia prima de la heroína se produce principalmente en Sinaloa, Chihuahua, Durango, Guerrero, Nayarit, Jalisco, Michoacán, Oaxaca y Chiapas.

En 2009, la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) informó en la Cámara de Diputados que el cultivo de drogas era, en ese momento, la actividad económica de unas 300 mil personas.

“Es el único trabajo, no hay de otra”, dice uno de los personajes en la pequeña cocina de su casa de adobe. “No es ilegal, es lo que sabemos hacer: trabajar el campo”.

Durante el rodaje, Gil conoció a varias personas que viven del cultivo de marihuana, y que incluso aparecen en la película realizando su labor. Según el cineasta, ganan aproximadamente 250 pesos (13 dólares) por jornadas de 12 horas de trabajo, en un empleo que no es fijo sino de temporadas. “Ellos saben que en cualquier momento les avientan balazos para avisar que viene el ejército y tienen que salir corriendo. Saben lo que es vivir entre el fuego de los sicarios y el fuego de los militares”.

Sólo cuatro personas pudieron entrar a filmar al territorio de los narcos, pero el equipo de Gil creció a casi 40 cuando el rodaje ocurrió en el bosque de Santa María Tlahuitoltepec, donde transcurre la otra parte de la historia. Tanto en la realidad como en la ficción, ese es el hábitat de una comunidad mixe. De allí es originaria Nereida Vásquez, quien da vida a la madre del niño.

El cineasta dice que fue muy afortunado por encontrar a Vásquez y que ella aceptara participar en su proyecto, pues además de ser una de las actrices principales, colaboró en el equipo como intérprete.

“Nereida estudió comunicación. Es de las pocas mujeres de su pueblo que pudo estudiar, y entendía muy bien lo que estábamos haciendo. Ella me ayudaba a traducir y a arreglar algunos textos para acoplarlos a su visión, porque hay palabras en español que no existen en mixe y viceversa”.

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Nereida Vásquez es una actriz no profesional

El fin del mundo como resolución

La Maldad (2015) es la ópera prima de Joshua Gil y también fue filmada en el campo mexicano –el de Puebla–, con los dos abuelos varones del director como protagonistas. Aquel trabajo llegó hasta uno de los festivales más importantes del mundo, el de Berlín. Sanctorum se exhibió en Venecia y recibió en Morelia el premio a la mejor dirección y el premio de la prensa.

El nombre de este segundo largometraje significa santuario en latín, pues en la visión del cineasta, “México es un gran santuario donde la gente está enterrada: en cualquier esquina podemos rezarle”.

La sensación de impotencia y desesperanza ante la guerra que ha vivido México durante más de una década –con un saldo mayor a 250 mil muertos y 40 mil desaparecidos– llevó a Gil a tomar una postura radical plasmada en su película: “Si no podemos tener un mundo más justo y más sensible”, dice, “entonces que no haya un mundo”.

El tono apocalíptico de las voces poéticas que atraviesan la historia y las imágenes de un universo fantástico paralelo sugieren la existencia de otro plano al que se dirigen eventualmente los personajes.

“Un campesino nunca le van a ganar a un soldado, mucho menos a un sicario, por eso necesitamos que venga algo más poderoso, las fuerzas de la naturaleza”, explica Gil. “Ahí sí puede intervenir un cineasta: haciendo que esa fuerza poderosa, prácticamente universal, sea la que ayude a los campesinos a cambiar su situación. ¿Cómo? Llevándolos a un estadio más justo, a través de un fin del mundo hermoso”.

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Escena de Sanctorum

En la realidad, el senado mexicano discute actualmente la regulación de la marihuana con fines medicinales y recreativos. En febrero de 2019, la Suprema Corte de Justicia de la Nación declaró inconstitucional la prohibición absoluta al consumo lúdico de la planta y estableció como plazo a los legisladores el 31 de octubre del mismo año para aprobar las reformas necesarias a la Ley General de Salud. Sin embargo, ante la diversidad de las iniciativas, el senado pidió una prórroga y la Corte la acaba de conceder, extendiendo la fecha límite al 30 de abril de 2020.

Las organizaciones en favor de la regulación de la cannabis han argumentado que la legislación servirá para disminuir la violencia en contra de quienes la cultivan. La opinión del cineasta Joshua Gil es que, lamentablemente, no serán los campesinos los primeros beneficiados en términos económicos, sino “personajes como [el expresidente] Vicente Fox y otras transnacionales que pueden influir en los marcos legales para empezar a cosechar, comercializar y exportar”.

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