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Artículo “Voy a deshacerme de tu demonio”: oscuras historias sobre terapias de conversión Culture

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“Voy a deshacerme de tu demonio”: oscuras historias sobre terapias de conversión

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Aunque parezca imposible, estas prácticas no están explícitamente prohibidas en la mayoría de países que creemos progresistas en derechos LGTBI

Gemma Cuadrado

21 Noviembre 2019 11:32

Vergüenza, vergüenza y vergüenza. Pádraig Ó Tuama supo que era gay a los 12 años y, desde entonces, esto fue lo único que fue capaz de sentir. Cuando solo era un adolescente le dijeron que la homosexualidad era el mismo trastorno que sufrían los caníbales y que lo más probable era que acabara muriendo de VIH, no sin antes perder a su familia y amigos. Las perspectivas de futuro se le antojaban terroríficas, hasta que alguien de su iglesia le propuso someterse a un exorcismo. Si existía alguna posibilidad de “curarse”, tenía que intentarlo.

La primera sesión fue el 21 de octubre de 1993. ¿Cómo iba a olvidarlo? Pádraig tenía 18 años recién cumplidos cuando una mujer se le acercó al oído y le susurró: “voy a deshacerme de tu demonio”. Su voz subió de volumen paulatinamente hasta el punto de rezarle a gritos mientras un grupo repetía las frases más solemnes de la Biblia. Pero cuando esta locura acabó, nada había cambiado. Se sentía exactamente igual, solo algo más cansado. Tras varias sesiones esperpénticamente fallidas, decidió probar con la terapia de asesoramiento, una práctica atroz que todavía recuerda con lágrimas en los ojos.

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Las llamadas "terapias de conversión" marcaron la sociedad irlandesa durante décadas. De hecho, solo hace un año que el Reino Unido consiguió presentar un proyecto de ley con el fin de erradicarlas. A esperas de la resolución, el documental Converted trata de hacer justicia a esta y a otras terribles historias sobre reorientación sexual. “Si se aprueba sin modificaciones, será la prohibición más completa del mundo, incluyendo no solo las sanciones para los terapeutas acreditados, sino también para las organizaciones religiosas", explica el senador irlandés Fintan Warfield.

Converted aprovecha este momento clave y liberador para la historia de Irlanda para reflexionar sobre el daño irreversible que esta práctica ha causado en el país, y por extensión en todo el mundo. Entre los testimonios, el activista y senador irlandés David Norris, cuenta cómo una de las más extendidas durante la década de los 70 consistía en administrar a los pacientes una descarga eléctrica si se excitaban al mostrarles imágenes pornográficas del mismo género. Una terapia tan disparatada como absolutamente inútil.

El documental también cuenta la experiencia de Cormac O'Brien, un periodista que accedió a estas terapias encubiertas en 2011, donde se encontró a un grupo de personas desoladas porque sentían que debían renunciar al amor. Del mismo modo, Colin Nevin, un hombre mayor que lleva más de 30 años luchando contra los sentimientos de la homosexualidad, declara con resignación que "si el cristianismo no lo prohibiera, por supuesto que estaría feliz de tener una relación".

"Me resultó extremadamente difícil reunir a personas que habían sido víctimas de esta clase de terapias de conversión", explica la directora de la película, Suzie Keegan, a ID. "Muchos se sienten heridos y a otros les resulta demasiado duro volver a abrir este capítulo de su vida”. Pero ser conscientes de nuestra herencia, por muy dolorosa que sea, resulta primordial para llegar a superarla.

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Hasta ahora, el matrimonio entre personas del mismo sexo nos servía de barómetro para clasificar el nivel de progreso en derechos LGTBI de los diferentes países del mundo. Pero está claro que esta medida no es suficiente. Aunque parezca increíble, todavía no existe una ley que defina explícitamente la prohibición de las terapias de conversión en la mayoría de países que creemos progresistas. Incluso en España, pese a ser uno de los más gayfriendly del mundo, todavía es posible ofrecer esta clase de “ayuda” con total impunidad.

Pero ser gay en Irlanda siempre fue especialmente difícil. Hasta 1973 la homosexualidad se consideraba un trastorno mental y en la década de los 90 incluso se creía sinónimo de muerte. La homofobia no solo se respiraba en las iglesias, también estaba muy presente en los medios, las escuelas y las calles. Solo hace diez años, la Primera Dama recomendaba libremente este tipo de terapias por la radio, y no pasaba nada. Poco a poco, las cosas están empezando a cambiar, pero como dice Pádraig Ó Tuama: “Lamentablemente, siempre será demasiado tarde”.

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