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La chica que renunció a su alimento favorito que no podía dejar de comer

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"Tengo una sensación rara. Estoy decepcionada. No quiero más. Tengo ganas de llorar"

PlayGround

05 Julio 2018 11:55

Piensa en esa comida que no puedes dejar de comer. Es igual que no tengas hambre. Si te ofrecen ese alimento X no sabes decir "no gracias". No te conviene, pero es tu punto débil. Un guilty pleasure inconfesable. Llevas un mes siguiendo un régimen a raja tabla y una semana detox para limpiar tu organismo de toxinas, azúcares y ultraprocesados, pero si te lo ofrecen NO HAY MARCHA ATRÁS. Atracón a la vista en 3,2,1,...

Pongamos un ejemplo: una deliciosa palmera de chocolate.

Con sus arcos románicos perfectos recubiertos de chocolate con leche. Barnizada como una obra de arte gracias al azúcar que rellena todos los rincones del hojaldre crujiente.

Esta palmera de chocolate es la comida favorita de una chica con obesidad y diabetes que visitó la consulta del psicólogo y psicoterapeuta Marc Ruiz de Minteguía. Un profesional especializado en la comida emocional o lo que popularmente se conoce como atracones.

La chica en cuestión podía tener un problema de componente psicológico que afectaba directamente a sus particulares hábitos alimentarios. Su objetivo era bajar de peso de una manera radical y eso provocaba que su punto de vista sobre la alimetnación saludable fuera incorrecto. Estaba tan implicada emocionalmente que si lograba el objetivo que se había marcado con un peso ideal, se concedería un pequeño respiro con su producto alimentario favorito: una palmera de chocolate.

En el caso de esta chica, el psicólogo estaba convencido que el componente emocional podía más que cualquier otra cosa. Así que puso en marcha un plan. No quiere decir que este plan sea el mejor para todos los casos, pero aquí funcionó con éxito. Propuso a su paciente estar preente el día elegido para comer juntos esa soñada palmera de chocolate.

Llega el día y la escena es digna de película de Almodóvar. Un psicólogo y una paciente en ayunas separados por una palmera de chocolate. La chica parte la palmera en dos, y elige el trozo más pequeño. Antes de saboreala la huele. Los recuerdos le vienen a la mente al instante. Piensa en su madre que la llevaba al centro comercial y le compraba religiosamente una palmera de chocolate cada tarde. Y entonces la muerde...

Algo falla. No es lo que imaginaba. Al cabo de poco segundos de masticar rechaza el resto. "Tengo una sensación rara. Estoy decepcionada. No quiero más. Tengo ganas de llorar". Deseaba comer esa palmera más que nada en el mundo y de golpe le apetece la manzana de los últimos días. El que era su producto alimentario favorito ya no estaba entre sus prioridades. ¿Por qué?

El psicólogo lo explica de esta manera en su diagnóstico: "Había saciado lo que realmente necesitaba saciar. El momento previo, la ilusión de comprarla, imaginar, oler, el recuerdo,... No ha necesitado más". Para muchos profesionales de la salud, la comida puede convertirse en un alivio temporal a un problema, sentimiento o emoción mucho más profundo que acaba generando un aumento de peso, y además consecuencias psicológicas y emocionales graves.

A esto se le llama comer emocionalmente. Algo que le sucede a muchísima gente y que tiene una posible solución en "experiencias emocionales correctivas" para aprender a relacionarse mejor con la comida. Incluso se empieza a diferenciar entre el hambre emocional (nace para saciar las emociones de cada persona) y el hambre fisiológica (fundamental para vivir). No se debe confndir con un “antojo” que todos vivimos a menudo. La diferencia es que con un antojo no se pierde el control en presencia de comida deliciosa porque la saciedad marca el punto y final.

Dicho de otra manera tal y como dice Marc Ruíz en su diagnóstico final, "si te prohibes un alimento, éste será irrenunciable, pero si te lo concedes, podrás renunciar a él". Evidentemente no significa que sea una técnica infalible que funcione por igual con todas las personas, pero ha generado comentarios a favor dentro del mundo de la nutrición.

Por cierto, la palmera de chocolate quedó casi sin tocar. Y el psicólogo hizo una foto para inmortalizar el momento:

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