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Francia detesta a sus obesos y esta mujer lo demuestra

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“Me quería morir. Cada día. Pensaba en mí como en una deformidad”

Rosa Molinero Trias

15 Septiembre 2017 06:00

Gabrielle Deydier es licenciada en Ciencias Políticas y Periodismo.

Gabrielle Deydier ha tenido 8 veces menos probabilidades para encontrar trabajo.

Gabrielle Deydier ha dejado de cobrar 450 euros menos al mes que cualquier otra mujer.

Gabrielle Deydier estaba preocupada por caer en la indigencia.

Gabrielle Deydier ha sido humillada en el médico, en el supermercado, en el trabajo, en la playa.

Gabrielle Deydier no ha podido mirar una foto de ella misma hasta hace seis meses.

Gabrielle Deydier pensó en pegarse un tiro.

“Eso que molesta tanto a la gente es mi peso: 150 kilos por 1,53 metros. Después de haber sido despreciada durante años, he decidido escribir este libro porque no quiero disculparme más por existir”, explica Deydier en su libro On ne naît pas grosses [No se nace gordo] (Goutte d’or, 2017). En él, recoge su testimonio y el de muchas otras mujeres que padecen obesidad a las que Francia hace la vida particularmente difícil. Y algunas de las malas experiencias que ella misma vivió son aterradoras.

He decidido escribir este libro porque no quiero disculparme más por existir.

Por ejemplo, cuando se quedó sin trabajo tuvo que empezar a vivir en un albergue juvenil ya que no se podía permitir una habitación en un piso de París. “Mi depresión era grave. No había hablado con mi familia durante un año. Me preocupaba caer en la indigencia. Engordé 30 kilos. Iba cuesta abajo y me asusté. Pensé en pegarme un tiro o huir muy lejos, pero no sabía donde”.

De hecho, los motivos que la arrastraron hasta ahí son dramáticos. Cuenta cómo la contrataron en una escuela de educación especial para dar asistencia a un profesor y que este la presentó ante su clase de seis niños autistas como “la séptima persona incapacitada de la clase”. También la acusaron de sudar demasiado, de que le faltara el aliento al subir tres pisos o de que los niños se sentirían doblemente estigmatizados: por sus enfermedades y por tener una profesora gorda. Todo esto resultó en un ultimátum: “te daremos 30 días para que nos demuestres que estás motivada. Motivada para perder peso. Que tienes un compromiso con este trabajo”.

Me preocupaba caer en la indigencia. Engordé 30 kilos. Pensé en pegarme un tiro o huir muy lejos, pero no sabía donde.

Terminaron por despedirla. Acudió a la policía, aunque pensaba que no la creerían, y le dijeron: “Tienes derecho a presentar una queja, pero te desaconsejamos que lo hagas porque el tribunal no se pondrá de tu parte”, contó para The Guardian.

Explica para The Guardian que había algo específicamente francés en todo esto. “En España [donde pasó un año de Erasmus] esto no era un problema. Si alguien comentaba algo de mi aspecto solamente era para hacerme un cumplido. Pero en Francia, después de un par de minutos de conversación, me decían: ‘Pero, ¿por qué estás gorda? ¿Fue una decisión? ¿Es una enfermedad?”. Pasaba algo similar en el médico: "iba para tratar una otitis y me decían que me operara para perder peso". Y cuenta que en una ocasión fue al ginecólogo y este le dijo que no veía nada con tanta grasa. Incluso llegaron a decirle, cuando fue a hacerse una ecografía, que les hacía perder el tiempo y con ella se tiraba a la basura el dinero de la seguridad social. "Resultado: dejé mi cuerpo en barbecho".

“Vivimos en una sociedad esquizofrénica. Engordar es cada vez más y más fácil, y los obesos son los empestados”, añadió para Le Monde.

Iba para tratar una otitis y me decían que me operara para perder peso

También contó cómo algunas chicas de su universidad se sorprendían de que tuviera relaciones sexuales con hombres. Y no con fat admirers, hombres que solamente se excitan ante mujeres obesas, de los que Deydier afirma que huye (“No me gusta la idea de que alguien me quiera por mi grasa”). Así lo expresa ella: “No soportaban que una chica menos bella que ellas pudiera hacer el amor sin apagar la luz. Estaban obcecadas por su propio cuerpo y su gimnasio”.

Cuando en L’Express se le preguntó por la dificultad de escribir el libro, contesta: “Las partes en las que cuento mi testimonio han sido las más complicadas. Algunas incluso me han hecho tener brotes de eccemas. Hay muchas cosas que jamás he contado, como mis crisis con la comida. Me escondía tras mis problemas hormonales. Seguro, es una de las razones de mi peso, pero no la única”. Y explicó para Vanity Fair Italia que “todas las veces que he intentado adelgazar, me he engordado. Reacciono violentamente a esta obligación, transformo el sufrimiento en frenesí alimentario, en una lenta y dolorosa autodestrucción”. Y lo seguía ampliando para L’Express: “Cuando tengo estas crisis, detesto la comida que ingiero y no obtengo ningún placer en hacerlo. Solamente busco conseguir una especie de coma, hacerme daño, lloro hasta sentir daño, hasta que me duermo. Es una forma de autodestrucción, un pico de comida”.

Pero afirma que la escritura del libro ha sido curativa: “Escribir me ha permitido entender los mecanismos psicológicos de estas crisis. Este libro es una forma de terapia”. Al terminarlo, dice, ha perdido 15 kilos y vuelve a acudir a los médicos.

No soportaban que una chica menos bella que ellas pudiera hacer el amor sin apagar la luz.

Señala que la obesidad se ha doblado en los últimos 10 años y esto es muchísimo. En total, un 16% de los franceses son considerados obesos según la OMS. “Esto les concierne a 10 millones de personas en Francia. No podemos continuar dejándolas de lado. Son gentes que existen y que sufren. Hace falta tratarlos si es posible e integrarlas al máximo”, expresó para Le Monde.

En el libro, que parte de la premisa que la obesidad es un peso al que se llega, explica que los caminos que conducen un cuerpo hasta ese punto pueden ser muchos. “Una de cada dos veces que hablo con un obeso, hay una historia de incesto o agresión sexual en el origen de su aumento de peso”, dijo para Nouvel Observatoire, como lo hizo en su momento Roxane Gay en Mala Feminista. Y ella, si bien padece hiperfagia (“bulimia pero sin los vómitos”), cree que su peso se descontroló a los 16 años por culpa de la obsesión con la delgadez de sus padres.

Esto concierne a 10 millones de personas en Francia. No podemos continuar dejándolas de lado.

“Un padre orgulloso de su talla 32, una madre que fue gruesa en su infancia y que dejó de comer cuando murió su madre, hasta perder los dientes. Una madre delgadísima que se encontraba demasiado gorda. Y un padre delgadísimo que encontraba a todo el mundo demasiado gordo”. Su madre vaciaba el plato en el suyo, le dijeron que estaba gorda, vieron su talla de más como un problema, la llevaron al médico y aceptaron tratamiento hormonal tras tratamiento hormonal que hizo que engordara, le empeorara la piel y le creciera pelo por todo el cuerpo. Cuando le contó a su padre que la insultaban en la escuela, este le respondió “Pues claro, es normal, ¿tú te has visto?”. “Fui víctima de la mirada que mis padres usaban para juzgar sus cuerpos”, reflexiona para Le Parisien. “Me quería morir. Cada día. Pensaba en mí como en una deformidad”.

Hace falta que la gente sepa que esta violencia existe. Los obesos raramente se quejan.

“Hace falta que la gente sepa que esta violencia existe. Los obesos raramente se quejan. Quiero alertar a los poderes públicos”, señalaba para el mismo periódico. Y la prensa le ha dado la razón. “Cómo hemos considerado y visto a los obesos en el pasado? ¿Qué sociedad puede acoger tal maldad? ¿Tal violencia? Y sobre todo, tales paradojas: incitar a comer todo el tiempo, incitar a adelgazar todo el tiempo”, cuestionaban en Nouvel Observatoire. Por su lado, The Guardian se mostraba demoledor: “ahora es el turno de Francia de sentirse como lo hizo Gabrielle: avergonzada y cuestionada”.

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